miércoles, 1 de marzo de 2023

MÁSCARAS


  Lo aprendiste desde muy pequeña, desde que te recuerdas a ti misma hablando con otras personas. Puede que fuera un poco antes o un poco después cuando descubriste de que alguien era diferente, ¿eran ellos o eras tú? Aún siendo una niña pequeña, te diste cuenta que esa pregunta te hacía daño, mucho daño, así que era mejor no pensar, e imitar los gestos de los demás. Atender a sus palabras y grabar sus gestos en tu memoria, mientras que tenías que refrenar a tus propias palabras que, por provenir de un pensamiento mucho más rápido, se agolpaban en tu boca suponía cierto esfuerzo y te producía una sensación extraña. Si en vez de mover la cabeza, sonreir, mostrar las palmas de las manos, el resto de los niños dijera lo que tenía que decir sin más, ya lo habrían dicho, y tú podrías responder inmediatamente, y volver a tus pensamientos. Pero no, ni los niños, ni los adultos eran capaces de decir lo que fuera clara y directamente.


  Un día, en el patio del colegio, después de dos horas de clase te sentías muy cansada, no podías soportar el esfuerzo de tener que escuchar, mirar, callar, esperar, todo a la vez y sin que de verdad hubiera un objetivo claro en todo ello. Estabas a punto de estallar, literalmente, y tú sabes que literalmente significa precisa y exactamente que no hay diferencia entre las palabras y la realidad que definen. Pero te acordaste del piano de la abuela. Aunque te habían prohibido tocarlo, una niña es una niña, y además a ti te cuesta más que al resto refrenar los impulsos, así que lo tocaste. El sonido que se produjo cuando tus manitas pulsaron las teclas era más claro, inteligible y lógico que las palabras de muchas personas, porque “a fin de cuentas, la música es como las matemáticas” como sueles decir. Si habías entendido lo que decían las teclas del piano, quizás el piano te ayudara a entender a aquellos niños del patio y así poder esperar a que llegara tu “turno”. Pero, ¿qué piano podías tocar en el patio del colegio? Uno que nadie viera, ni escuchara. Empezaste a tocar sobre la suela de las sandalias. No necesitaste más de dos o tres notas para relajarte, y hasta encontraste divertido tocar el piano con los dedos de los pies, así que sonreíste.


  Desde aquel día, te sentiste mucho más segura de ti misma. Ya contabas con las herramientas necesarias para que al mundo le pareciera que actuabas como los demás, aunque fuera bajo una máscara. Al menos, eso es lo que pensaste durante algunos años. Sin embargo, te equivocabas. La gente cambia. Hay un periodo en la vida en que todo el mundo piensa que se encuentra fuera de lugar, no suele ser un problema muy grave, y al cabo de unos poco años se cura solo, o quizás es que, en realidad, después llegan otros problemas, pero también, otras satisfacciones, pero tú te rompiste en aquellos años. Si ya es difícil entender a los demás, y buscar la forma de actuar como el resto para que te entiendan, cuando las personas que te rodean no se entienden a sí mismas y dejan de actuar con la mínima lógica acostumbrada es prácticamente imposible. Sus reacciones son imprevisibles, sus emociones son continuamente cambiantes y no siempre para bien. Además, tú también buscabas tu lugar, tú también tenías problemas para entender por qué tú tampoco eras ya la misma de antes, y no te lo pusieron fácil.


  Nadie te vio llorar, pero lloraste. Rompieron la confianza que tenías en ti misma. Hay mucha gente en el planeta, si alguien te falla, puedes encontrar a otra persona que te apoye, pero si rompen la confianza que tienes en ti misma, piensas que ya no hay solución, que ya no tienes futuro, que ya no… Por suerte, te equivocabas. En esos momentos de dolor descubres que hay un amigo dispuesto a escucharte, que tu familia, aunque a veces no se entere de nada, está a tu lado, que hay más personas que te aceptarán tal como eres. El cariño de todos ellos te ayudó a empezar a reconstruirte, pero no era suficiente. Tenías que volver a salir al mundo, y ya no eras capaz de fingir que podías actuar como los demás. “Si te duele la garganta, vas al médico, si tu cerebro funciona de una forma diferente, aunque no lo parezca, también.”


  Mamá y papá lo habían intuido hace tiempo, y ya habían buscado ayuda. Sin embargo, la respuesta era siempre la misma. “Su hija no puede tener TDAH, ni ningún rasgo asimilable al asperger. Es muy buena estudiante, y todos los informes señalan que su comportamiento es intachable. Es tímida, pero hay mucha gente tímida, yo no le daría más importancia. Los chicos con TDAH, si es que eso existe, suelen ser disruptivos en clase, y su hija no lo es. Se mueven continuamente, y su hija no lo hace. Muchas veces, no saben controlar sus impulsos, y dicen lo primero que les viene a la boca sin pensar, y su hija no lo hace.” Ya era demasiado, y mamá respondió. “¿De verdad le supone un problema tan grande hacerle los tests a nuestra hija? No todas las personas con TDAH, rasgos asperger, o cualquier otra condición mental presentan las mismas actitudes. Y usted nos está poniendo los ejemplos más habituales y obvios que se suelen dar en algunos chicos, pero casi nunca en las chicas. Ellas aprenden desde muy pequeñas a disimular su condición mental. Aunque sólo sea para que pueda decirme después que soy una madre pesada, hágale los tests a mi hija, por favor.”


  Han pasado casi diez años, hoy es el gran día. Mírate. La mujer que puedes ver en el espejo, porque ha derrotado a la máscara, eres tú: la doctora Laura Villalba Ardoz que va a tomar posesión de su plaza como psiquiatra infanto-juvenil en el Hospital.



UNA VISITA INESPERADA (Inspirado en Tolkien y en Andersen)

Este cuento fue publicado originariamente en Estel. Revista Oficial de la Sociedad Tolkien Española , nº 98, Invierno de 2002, pp. 60-61.  J...