martes, 22 de junio de 2021

Una teoría sobre el origen de los orcos.

La teoría, o hipótesis, o intuición personal mía que presento a continuación es totalmente especulativa y no la puedo corroborar con textos del profesor. Tan sólo se basa en elucubraciones propias derivadas de múltiples lecturas de la obra de Tolkien, e interpretadas según el contexto social, el desarrollo histórico y el acervo cultural occidental muy influido por el mundial, y sobre todo desde los principios de la Fe católica que era la que profesaba Tolkien y que también profeso yo mismo. También es cierto, que mi amigo y compañero montaraz en la Sociedad Tolkien Española, Pedro Fernández Álvarez Gondowe Endorion me señaló, acertadamente, algunos aspectos en los que mi hipótesis cojea más que los orcos de las películas de Jackson. De hecho, el origen de los orcos forma parte de esa serie de temas de la Tierra Media que no podremos resolver, como también nos sucede con muchos asuntos de la "saga realidad". 


A pesar de ello, como creo que las teorías sobre el origen élfico corrompido o las que apuntan hacia un origen animal de los orcos no acaban de encajar en el legendarium y como además, me parece que mi idea es más acorde con las firmes creencias del profesor, la expongo aventurada, pero humilde y conscientemente. 


“Dicen los sabios de Eressëa que todos los Quendi que cayeron en manos de Melkor, antes de la caída de Utumno, fueron puestos en prisión y por las lentas artes de la crueldad, corrompidos y esclavizados; y así creó Melkor la raza de los Orcos, por envidia y mofa de los Elfos, de los que fueron después los más fieros enemigos.” TOLKIEN, J. R. R, El Silmarillion, Barcelona, Minotauro, 199010, p. 63. 


Tanto por la lectura de El Silmarillion, como por cualquier otro medio todos conocemos esta teoría, que Peter Jackson adjudicó, en su versión cinematográfica, apócrifa y acríticamente a Saruman. Sin embargo opino que no es inevitable deducir que los orcos fueran creados desde elfos  capturados, torturados y corrompidos por Melkor casi desde el momento en que los quendi vieron la luz de las estrellas en Cuiviénen. Hay varios motivos para dudar de esta teoría, el primero nos lo indica el propio Tolkien "Dicen los sabios de Eressëa…". Tolkien escribe el legendarium utilizando la figura del "manuscrito encontrado" y posteriormente traducido y editado por el autor. El "manuscrito encontrado" es un recurso clásico entre los grandes escritores de la literatura occidental, por ejemplo autores tan separados por el tiempo y el espacio como Cervantes, Borges y Umberto Eco lo utilizaron. Pues bien, dado que El Silmarillion es parte de un "manuscrito encontrado" que además se integra en un corpus de cuentos que conforman una mitología para Inglaterra, la teoría del origen élfico corrompido no es más que el mito con el que los afectados por la existencia de los orcos y la maldad de Melkor intentaban explicar el origen de sus enemigos. Es decir, estamos ante una leyenda élfica recogida en el "manuscrito encontrado", pero no es la explicación que el subcreador del legendarium ofrece canónicamente. 


Mi hipótesis consiste en que Melkor utilizó a los elfos secuestrados y torturados como modelo para "crear" a sus criaturas. Del mismo modo que Aulë creó a los enanos, Melkor creó a los orcos. Sin embargo, sólo Eru puede crear verdadera vida pensante, sintiente, completa y libre otorgándole un alma. Así pues, a diferencia de los enanos de Aulë a los que Eru concendió un alma y adoptó como hijos cuando Aulë, humildemente, le pidió perdón a Ilúvatar, los orcos no recibieron ninguna bendición de Eru. Melkor no tenía la más mínima intención de pedir perdón como hizo Aulë, que no creó a los enanos por codicia y para que le sirvieran, sino que los creó por amor a las criaturas vivientes. Melkor, en cambio, creó a los orcos para sus propios fines, para tener servidores y para hacer mofa de la obra de Eru y para oponerse al mismísimo Eru, por lo que los orcos carecieron de alma, de fëa, nunca se les concedió y no pudieron ser libres para optar entre el bien y el mal. De esta manera, siempre fueron criaturas subsidiarias de su "creador", ya fuera Melkor, o más tarde Sauron o Saruman, aunque contaban con una inteligencia que posiblemente fue evolucionando de generación en generación órquica. 

La ausencia de fëa no sólo les impedía ser libres sino que también les apartaba de  la Redención que Eru ofrece siempre a sus Hijos, ya lo sean por creación y ya por adopción. Los hombres que lucharon del lado de Sauron en la Guerra del Anillo fueron perdonados, incluso Faramir nos recuerda que matar otros hombres provoca un sinfín de remordimientos y dudas porque la maldad no es consustancial al ser humano.  También, a Saruman se le ofreció el perdón, incluso Sauron y a Melkor tuvieron en su momento la oportunidad de alcanzar el perdón que rechazaron por orgullo y codicia. En cambio, no se ofreció el perdón a los orcos. 


Por otro lado, si los orcos hubieran sido elfos corrompidos, Melkor habría tenido que destruir su fëa para acabar con su voluntad y su libertad de criterio y no creo que torcer tanto la obra de Ilúvatar estuviera al alcance de su poder. Además, Tolkien, como subcreador, se habría visto obligado a narrar que parte de los Hijos de Eru habían sido abandonados en brazos del mal, sin ninguna posibilidad de salvación, y no creo que a Tolkien le hubiera satisfecho semejante circunstancia. Asimismo, la existencia de un enemigo dotado de inteligencia, pero carente de alma le permite al subcreador de la historia relatar la destrucción de dicho enemigo, sin tener que renunciar ni a su criterio moral, ni a su Fe que se asienta en el Amor divino y en la Esperanza en la Salvación.  De esta manera, no hay ningún problema en matar a los orcos, ya que no pertenecen a la Creación de Eru. Si los orcos hubieran sido creados desde animales, su muerte implicaría un problema moral, porque los animales son criaturas de los valar y, por lo tanto, son criaturas de Eru.


Por su carencia de alma, de libertad de elección entre el Bien y el Mal los orcos también podían cumplir en el legendarium una función inspirada en la de las armas industriales que se emplearon en la Gran Guerra y que desgraciadamente, Tolkien, sus amigos y sus enemigos conocieron de primera mano. Los gases tóxicos, los obuses, las alambradas de espino matan sin que intervenga un ser con alma que tenga la mínima capacidad de apiadarse de la víctima, o de sentir ninguna emoción, aunque ésta fuera negativa. Hasta en el caso de las ametralladoras puede ser similar, ya que la distancia que esas armas mantenían entre los combatientes les impedía sentir esas emociones señaladas un poco más arriba. Es la misma idea que subyace en las opiniones sobre el mayor agravante moral que supone matar de lejos, y la nobleza de las armas blancas vertidas, aunque sean personajes de ficción, respectivamente por Diego de Alatriste y Obi wan Kenobi. 


A pesar de todo ello, de que por haber sido creados incompletamente, sin alma, por Melkor, Sauron o Saruman no podían salvarse, también me gustaría indicar que Tolkien no deja de sentir movido por su Fe y ayudado por su formación humanística cierta piedad y consideración hacia los orcos, de la misma manera que también pudo sentirlas hacia los soldados que estaban en la trinchera enfrentada  a la suya. Efectivamente, la conversación que mantienen Shagrat y Gorbag en el capítulo X del libro cuarto de El Señor de los Anillos destila bastante consideración por el miedo de los orcos hacia sus superiores y  hacia los nâzgul, al combate; por su pena por la suerte de otros orcos; por nostalgia por  alguna época anterior a la Guerra del Anillo y por el anhelo por una libertad que está totalmente fuera de su alcance:


“... Si tenemos una oportunidad de escapar tú y yo por nuestra cuenta, con algunos muchachos de confianza, a algún lugar donde haya un botín bueno y fácil de conseguir, y nada de grandes patrones.

-Ah -exclamó Shagrat-, como en las viejas épocas.” TOLKIEN, J. R. R., El Señor de los Anillos II Las Dos Torres, Barcelona, Minotauro, 198511, p. 489.


Incluso cuando los orcos “alistan” en sus filas a Frodo y Sam, Tolkien nos ofrece una imagen conmovedora sobre la situación de los orcos que ejercían de soldados rasos en las huestes del Enemigo, que seguramente es un eco de sus recuerdos del frente en la Gran Guerra:


“Era una banda de la raza más pequeña arrastrados a pelear en las guerras del Señor Oscuro: no querían otra cosa que terminar con aquella marcha forzada y esquivar los latigazos.” TOLKIEN, J. R. R., El Señor de los Anillos. III El Retorno del Rey, Barcelona, Minotauro, 19857, p. 273.


A pesar de mi propia hipótesis, me gustaría finalizar señalando que probablemente nunca podamos estar seguros de la veracidad de ninguna teoría que pretenda aclarar el origen de los orcos en el legendarium de Tolkien, pero  que sea cual sea la hipótesis que podamos presentar sobre esta cuestión, hay cuatro aspectos que no pueden quedar fuera de la posible hipótesis: la Fe católica del profesor, la tradición cultural en que se educó Tolkien que incluía mucho más que las tradiciones culturales europeas, su calidad de filólogo: científico y amante de las lenguas y su experiencia militar de la Primera Guerra Mundial, para no descontextualizar la obra del profesor, ni desconectar nuestra hipótesis de aquélla. 



martes, 15 de junio de 2021

74 AÑOS

La semana pasada mi madre cumplió 74 años. La calidad de vida de un país desarrollado como España, la medicina moderna, y nuestra mentalidad actual nos hacen pensar que, salvo por la pandemia de la covid-19, una mujer de 74 años aún puede disfrutar de una vida más parecida a la de la madurez que a la de la vejez. Desgraciadamente, no es así. 


Mi madre y mi padre pertenecen a la generación de la postguerra. Las terribles consecuencias morales, sociales y económicas de la Guerra Civil estaban muy lejos de superarse en la segunda mitad de la década de los años cuarenta del pasado siglo. El aislamiento a que los vencedores de la Segunda Guerra Mundial sometieron a España por sus relaciones con las potencias del Eje agravaron la situación del país.  Los niños que nacieron en aquellos años, especialmente en las zonas más pobres del país, sufrieron una crónica y grave carencia alimentaria, no tuvieron oportunidad de recibir una educación básica completa, sino que les tocó trabajar, y duramente, desde el momento que sus escasas fuerzas les permitían hacerlo.


En el momento que les correspondía llegar al periodo vital de la adolescencia, se vieron obligados a madurar por la experiencia de la emigración. A partir de la segunda mitad de los años cincuenta, miles de españoles de todas las edades abandonaron sus pueblos para dirigirse a buscar trabajo en los núcleos industriales en torno a Madrid, Barcelona o Bilbao. A pesar de que esta migración se produjera dentro del mismo país, hay que señalar que trasladarse desde un pueblo de Cáceres o de Salamanca a un pueblo industrial de la Ría de Bilbao era un cambio tan drástico y traumático como puede ser emigrar en la actualidad de un país empobrecido a un país desarrollado como es España. Tuvieron que aprender nuevos códigos sociales, formas de trabajo y empleos diferentes a los del campo, acostumbrarse a una contaminación causante de enfermedades de todo tipo y a un clima sorprendentemente lluvioso por el cual debían bailar con los paraguas abiertos en el Chicharrillo de la Plaza de Abajo de Barakaldo. 


El noviazgo de mis padres comenzó en uno de esos bailes del chicharrillo de Barakaldo y se vio marcado por dos sucesos. El primero fue la incorporación de mi padre al servicio militar el 17 de enero de 1967. Mi madre siempre recordaba esta fecha porque coincidió con la terrible explosión de las instalaciones de Butano en Santurce que destruyó casi trescientas viviendas del municipio marinero y sobresaltó a toda la comarca del Gran Bilbao. Aunque afortunadamente, no afectó directamente a mi familia el susto fue enorme. El segundo afectó directa y dramáticamente a mi familia: el 14 de febrero de 1968 falleció mi abuelo materno sin haber tenido la oportunidad de haber llegado  a serlo, ni siquiera tuvo la posibilidad de asistir a la boda de ninguno de sus cinco hijos. Mi abuela se quedó viuda a cargo de sus hijos, nueve días después de haber cumplido 44 años. Los problemas económicos se agravaron, al mismo tiempo que el dolor por la pérdida dejó heridas y duraderas secuelas. 


El día de San Marcos de 1970 mis padres se casaron en la parroquia de Santa Teresa de Barakaldo, en una ceremonia concelebrada con la boda de mis tíos maternos. Después de casarse, mis padres se trasladaron a vivir al barrio de Galindo de Sestao, mientras se terminaba la construcción del piso en el barrio de Kueto que habían comprado. El 12 de octubre de 1971, se mudaron a Kueto llevando con ellos a su primogénito que había nacido cuatro semanas antes.


A partir de ahí, todos sus esfuerzos se encaminaron a sacar adelante a sus hijos; mi hermano nació en plena Transición a la democracia. No era fácil educar a dos niños en un pueblo obrero del País Vasco durante aquellos años en que la democracia estaba en construcción y constantemente amenazada, pero en nuestra casa nos inculcaron el rechazo al sectarismo y a la violencia. Poco después, en los ochenta, la epidemia de la heroína que azotó a toda España se cebó brutalmente con mi pueblo, arruinando la vida de toda una generación. Mis padres, que no pudieron ir al colegio, fueron capaces de protegernos a mi hermano y a mí de aquellos peligros, al mismo tiempo que nos proporcionaron un nivel de vida en el que pudimos disfrutar de todas las comodidades que ofrecía la España  moderna  y europeizada de la segunda mitad de los ochenta.


Mientras tanto, la enfermedad iba adueñándose de los cuerpos de mis padres. Sus huesos y sus órganos estaban pagando la factura de una insuficiente alimentación durante la infancia, del duro trabajo de sus primeros años, y del no menos duro trabajo de su madurez. Además, en la última década del siglo XX, fallecieron tanto mi abuela materna, como mis abuelos paternos. Al menos el siglo XXI les trajo a mis padres la celebración de los matrimonios de sus hijos, la alegría por los nacimientos de sus nietos, y una bien merecida jubilación para poder disfrutar de todo aquello por lo que tanto habían trabajado desde que eran niños, y compensarles por todas las renuncias y sacrificios que habían jalonado sus vidas


Sin embargo, como decía en el primer párrafo, no es así. Uno de los motivos por los que quería escribir este artículo para el blog es que mi madre ya no recuerda la mayor parte de lo que acabo de narrar, y mi padre, diabético y con una columna vertebral que los médicos se asombran de que le permita mantenerse en pie, cuida de ella. La pandemia de la covid-19, no sólo nos ha impedido vernos, también ha agravado sus enfermedades. Como no he podido felicitar a mi madre su cumpleaños en persona, quería esbozar esta mínima reseña de su vida, en la que ella y mi padre nos han dado a mi hermano y a mí, a sus nueras y a sus nietos las mejores enseñanzas para la vida, y han llegado más lejos que muchos que han tenido una vida mucho más fácil que ellos, y todo ello a base de amor, trabajo, honradez y responsabilidad.

 

lunes, 7 de junio de 2021

DEL GAP AL GHETTO

 Internet y todas las aplicaciones de comunicación vinculadas a la red están llenas de teorías que denuncian innumerables conspiraciones por las cuales ciertos entes, más o menos oscuros, mantienen a la inmensa mayoría de la población en la ignorancia sobre quienes detentan el verdadero, y absoluto, poder en el mundo. Desde los primeros homínidos que hollaron este planeta hasta nuestros días, somos animales sociales, lo cual implica que las diferentes bandas, pueblos y naciones se organizan jerárquicamente, y, por supuesto, de forma que deje bien claro en qué peldaño de la escala social está cada individuo. Puede que sea por motivos económicos, o de fuerza, o de nacimiento, y que, sin duda, no sea por motivos justos o beneficiosos para el conjunto de la sociedad, pero desde que el mundo es mundo unos pocos han dominado a la mayoría sin disimulo, y... sin compasión por lo cual todas esas teorías conspirativas no tienen mayor trascendencia que un mero entretenimiento.


La alusión a las teorías conspiranóicas no es más que una excusa para tratar un asunto que a mí me parece muy preocupante, porque afecta a la educación y cultura de nuestros jóvenes, en realidad, afecta a la educación y cultura de todos nosotros. Me refiero a esa suerte de segregación cultural que paradójicamente se está produciendo en nuestras sociedades, según el acceso a la educación y la cultura se universaliza en las mismas. 


Desde que tenemos documentación escrita podemos constatar que las generaciones más jóvenes no compartían los gustos y usos culturales de sus mayores, como, por otra parte, es lógico y bueno. Claro está, que esto solo sucedía entre la escasa minoría de cada sociedad que podía disfrutar del ocio.  Según las diferentes sociedades se desarrollaban, aumentaba el acceso a la cultura por parte de las clases populares, aunque aún distaba mucho de ser un fenómeno realmente de masas y alcance de todos; estoy pensando, por ejemplo, en el caso de la popularidad del teatro en la Edad Moderna en España, Inglaterra y Francia.


Sin embargo, habrá que esperar hasta el siglo XX para que el ocio, el acceso a la cultura y a la educación fuera un fenómeno gradualmente universal en las sociedades industriales. La eclosión de la sociedad digital en torno a la última década del XX, y su consolidación en el siglo XXI ha facilitado aún más el acceso a la cultura a más capas sociales y a más sociedades, aunque nos falte mucho para poder afirmar que el acceso a la cultura y su disfrute sea una fenómeno realmente universal.


La aparición del rock and roll en la década de los cincuenta en EE UU supuso también el surgimiento de las diferentes subculturas juveniles asociadas a diferentes estilos musicales, modas y formas de disfrutar el ocio que pretendían diferenciarse de los cánones sociales establecidos hasta entonces. De vestir con cierta uniformidad estilística derivada de los condicionamientos económicos, se pasó a vestir con varias uniformidades según la generación, y dentro de ella entre los jóvenes según sus gustos musicales. El fenómeno se extendió con diferentes ritmos a otros países, y continúa en el tiempo hasta hoy.


Sin embargo, este fenómeno de las subculturas juveniles ( y no sólo juveniles) en la actualidad presenta ciertas diferencias con lo que sucedía hasta el cambio de siglo, que están conllevando un empobrecimiento de la cultura que afecta al tejido social, a las relaciones personales y puede  que al futuro de la economía. Por poner un ejemplo, la década de los ochenta en España contempló un auténtico estallido de la música y  de las subculturas juveniles asociadas a la música y la moda, de las tribus urbanas: heavies, punkies, tecnos, rockabillies, pijos. Cada una de esas tribus vestía de una forma clara y fácilmente identificable, escuchaban una música determinada y despreciaban, sin apenas paliativos, los gustos del resto de las tribus. Lógicamente no solían compartir los gustos culturales de sus padres o de las generaciones que les habían precedido, pero no desconocían cuáles eran esos gustos o cuáles eran los fundamentos culturales (aunque fuera para criticarlos, superarlos, transgredirlos o recuperarlos después de haber sido corrompidos por la sociedad consumista y capitalista), incluso eran conscientes de la existencia de un vínculo, de una conexión (la entendieran correctamente o no) entre su subcultura y las anteriores, y la cultura en general. Aquellas tribus urbanas han sobrevivido hasta hoy, pero sus miembros ya no son jóvenes. Aunque, por ejemplo, es más que señalable la vitalidad que presentan aquellos que bailaban rock and roll en los cincuenta en EE UU, y que ha sido ensombrecida por la pandemia de la Covid-19, no por el paso de los años. 


Sin embargo, una ojeada a nuestras calles o nuestras aulas revela que la abundancia de tribus urbanas ha menguado. Esta circunstancia no es buena ni mala por sí misma, pero la pérdida de cualquier tipo de diversidad siempre es preocupante. La juventud puede y debe llevar la contraria a las convenciones sociales, pero también debe haber lugar para llevar la contraria y presentar alternativas dentro de la propia juventud. La desaparición de la diversidad entre los jóvenes dificulta el encaje, la integración de todos aquellos que se salen de la norma, y esto sí que es un problema grave. El hecho de que bullying sea una palabra relativamente moderna en nuestro vocabulario cotidiano no significa que sea una lacra reciente, pero la exagerada, e impuesta, uniformidad actual en gustos, costumbres y atuendos dificulta mucho la integración y el desarrollo personal de aquellos  que no quieren,  o no pueden seguir la corriente general. En un aula donde la representación de varias tribus urbanas era notable, podía ser más fácil pasar desapercibido para los que vestían de una forma más convencional, o tenían gustos diferentes a los mayoritarios. En cambio, si el atuendo del 90 % de los jóvenes es el mismo, y su abanico de gustos y aficiones es homogéneo y limitado, los “diferentes” destacan demasiado.


Por otro lado, esa homogeneización de la subcultura juvenil actual, la está encerrando en un ghetto cultural cuyo aislamiento va más allá de la lógica brecha generacional, y nunca es bueno que las personas permanezcan aisladas en un ghetto sea de la clase que sea. Vivimos en una sociedad de consumo que democratiza el acceso a muchos productos y servicios que no hace mucho sólo estaban al alcance de unos pocos privilegiados. Sin embargo, como todo en la vida, el exceso es perjudicial, y la sociedad de consumo se ha convertido en una sociedad consumista, ávida de novedades cuya demanda le es impuesta desde las grandes corporaciones. La cultura no es una excepción y la industria del entretenimiento audiovisual sabe que tiene un enorme filón en la subcultura juvenil. Al mismo tiempo,  que, gracias a la digitalización y a internet, los medios de ofrecer y consumir cultura como entretenimiento son casi infinitos. Así pues, la oferta de contenidos para jóvenes ha crecido exponencialmente en los últimos años. El talento de los artistas y la calidad de sus obras no es ni superior, ni inferior en la actualidad que en cualquier otra época, y la calidad del arte no es mensurable objetivamente. Sin embargo, creo que hay una diferencia notable y preocupante en la forma en que estos contenidos llegan a los consumidores. 


Al difundirse los contenidos por medios teóricamente pensados para jóvenes, se ha dirigido toda la atención de buena parte de la juventud, y de toda la población hacia dichos medios, apartando esa atención no ya de otros medios, sino que de otros contenidos, de otras obras. Hace años que es una utopía pensar en la emisión de películas en blanco y negro por una cadena generalista o por cualquier canal que no esté destinado a la emisión de clásicos. Pero no sólo se priva de la oportunidad de disfrutar de "Casablanca" o "Bienvenido Mr. Marshall" a varias generaciones, sino que, además, cada vez es más difícil que puedan conocer cualquier manifestación de la cultura popular anterior al inicio del siglo actual. La industria les considera incapaces de entender cualquier obra, del género que sea, anterior al cambio de siglo, por lo que, o bien estas obras se retiran de la oferta de los medios  o  se les ofrece adaptaciones “pensadas” para ellos. De esta forma la industria moldea el pensamiento y los gustos de los consumidores, reduciendo su capacidad crítica y de decisión, por lo que cada vez más, la variedad y amplitud de gustos es menor y ajena al individuo. La siguiente derivada de este fenómeno entraría ya en la categoría de conspiración, aunque no creo que el proceso sea irreversible.


Aún hay tiempo de que una oferta variada en géneros artísticos, y en orígenes geográficos y temporales llegue a cualquier persona con independencia de cualquier condición de la misma, ya sea la edad, el sexo, el lugar de nacimiento, la situación económica, etc.. Como la cultura es una de las características definitorias de nuestra condición humana, no podemos permitir que en el momento de la Historia en que hay más medios para lograr la universalización de la cultura, el disfrute de la misma nos separe a unos de otros y nos recluya en ghettos construidos a base de absurdos sesgos, y deshumanizantes prejuicios. 


UNA VISITA INESPERADA (Inspirado en Tolkien y en Andersen)

Este cuento fue publicado originariamente en Estel. Revista Oficial de la Sociedad Tolkien Española , nº 98, Invierno de 2002, pp. 60-61.  J...