miércoles, 23 de julio de 2025

UNA HISTORIA AFRICANA

  Como cada Luna después de la temporada de lluvias, se iba a celebrar en la Gran Charca, la asamblea de los Pueblos que Caminan, y como siempre, los anfitriones: el pueblo de los Juncales pensaba más atención en la fruta y las raíces que en la visita de los Buscabichos y sus estúpidas sobre la comida y la familia. Sin embargo, los Buscabichos, aunque ellos se llamaban a sí mismos los Inquietos, dado su natural carácter curioso y audaz, acudían a la reunión de muy buen ánimo y albergando grandes esperanzas en el éxito de la propuesta que tenían para los Juncales. Sabían que a los Juncales ni les gustaban ellos ni las novedades, pero si los Inquietos hubieran dudado de sus ideas, nunca habrían bajado de los árboles, y serían como los Piesblandos que no se atrevían a caminar a dos patas, y ya no participaban en las Asambleas.

  La Madre de los Inquietos se sentó frente al Mandón de los Juncales y después de intercambiar los protocolarios saludos, aunque sin la efusividad e intensidad con que los Inquietos se saludaban entre ellos, le expuso con entusiasmo su propuesta.

  -Tú crees que todo tu pueblo piensa como tú, y es cierto que os cuesta pensar de otra manera. Sin embargo, te equivocas. Hay uno entre los vuestros, un joven despierto y valiente, que ha sabido apreciar las cualidades de los Inquietos, hasta tal punto que desea unirse a una joven de nuestro pueblo. Esa joven es la más inteligente y audaz de los Inquietos, no de los que ahora caminamos bajo el Sol, sino de todos los que caminaron antes que nosotros. Esa joven es mi hija, Lascas. Y el joven del pueblo del Juncal que desea unirse a mi hija es tu hijo.

  La alegría de las caras de los Inquietos contrastaba con la sorpresa de los rostros de los Juncales, como contrastaba la pálida Luna con el Sol abrasador. El más sorprendido de todos ellos era el Mandón. Apenas había entendido los gestos y sonidos de la Madre, demasiados gestos, demasiados sonidos y a demasiada velocidad, pero estaba seguro de haber captado el sonido de “hijo”, el de “hija" y el inconfundible y explícito gesto de los inquietos para “unirse”. Mientras que los Juncales frotaban sus antebrazos para producir el sonido de “rozar la piel”, los Buscabichos balanceaban la pelvis al tiempo que chillaban rítmicamente. El Mandón se sentía tan confuso como indignado, y estuvo a punto de lanzar una dentellada a la garganta de la Madre. “Quizás sea el momento de comprobar si es tan bueno comer carne como dicen estos zarrapastrosos”, pero la severa mirada de su compañera le frenó en seco.

  En ese momento, su hijo se atrevió a algo que ni siquiera se le habría pasado por la cabeza a ningún Juncal: dirigirse a su padre, y menos aún siendo éste el Mandón, sin que le hubieran dado permiso para hacerlo. 

  -Me voy a ir con ella, es la compañera que cualquiera pudiera soñar y será la madre de un nuevo y gran pueblo. Yo abandonaré nuestra charca, y ella abandonará la linde de los árboles. Nos iremos lejos, hacia donde el Sol está más alto. Allí tiene que haber agua, árboles, juncos y carne para comer y nuestro pueblo será fuerte y resistente como los Juncales y valiente y sagaz como los Inquietos. Padre, no intentes detenerme, ni ataques a los Inquietos por esto. Te quiero y te admiro, pero,al igual que tu padre y el suyo antes que el tuyo, te niegas a reconocer que la charca es más pequeña que cuando te uniste a mi madre, y que aquí ya no hay futuro para mis hijos.

  Una segunda sorpresa ya era demasiado para el viejo Mandón. Por primera vez en su vida no sabía qué hacer. Castigar a su hijo suponía derramar su sangre y no castigarlo suponía perder a su pueblo y traicionar a sus antepasados. Mientras tanto, una hiena que había llegado guiada por el olor de los reunidos saltó sobre la compañera del Mandón. Sin embargo, no pudo alcanzar su objetivo. Con una agilidad y velocidad inesperada, Lascas se interpuso entre el depredador y su presa. Forcejeó con la hiena que le clavó los dientes en la pierna e intentando zafarse de su enemigo, Lascas llegó hasta la orilla de la charca, alcanzó un guijarro desgastado y le cortó el cuello al animal. Había acabado con la alimaña, pero sabía que ella también iba a morir.

  -Comeos la carne de la bestia y no temáis nunca más a las fieras. Con esto, la sabana será vuestra.

  Murió mientras levantaba el guijarro teñido con la sangre de la hiena.


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  -Pero, ¿cómo os puede gustar esa música?. Por el amor de Dios, entre este Sol y ese ruido producto de las alucinaciones de esos hippies no puedo trabajar.

  -Venga hombre, parece mentira que seas más joven que nosotros. Qué rancio eres. Si por ti fuera todavía estaríamos subidos a los árboles, como los primos de nuestros amigos Huesitos. Desmelénate un poco, tío. Que a mí también me gustan Bach y Vivaldi, y me emociono con el final de Turandot, y mira, apostaría algo a que a Mozart le habrían encantado los Beatles. Pam, intenta convencerle tú de que “Lucy Sky with the Diamonds” cambiará la historia como el “Va pensiero” de Verdi.

  -Y mucho más de lo que imaginas -gritó Pam exultante- ¡John, dile a Julian que acabo de encontrar la tibia de su Lucy!

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