lunes, 7 de junio de 2021

DEL GAP AL GHETTO

 Internet y todas las aplicaciones de comunicación vinculadas a la red están llenas de teorías que denuncian innumerables conspiraciones por las cuales ciertos entes, más o menos oscuros, mantienen a la inmensa mayoría de la población en la ignorancia sobre quienes detentan el verdadero, y absoluto, poder en el mundo. Desde los primeros homínidos que hollaron este planeta hasta nuestros días, somos animales sociales, lo cual implica que las diferentes bandas, pueblos y naciones se organizan jerárquicamente, y, por supuesto, de forma que deje bien claro en qué peldaño de la escala social está cada individuo. Puede que sea por motivos económicos, o de fuerza, o de nacimiento, y que, sin duda, no sea por motivos justos o beneficiosos para el conjunto de la sociedad, pero desde que el mundo es mundo unos pocos han dominado a la mayoría sin disimulo, y... sin compasión por lo cual todas esas teorías conspirativas no tienen mayor trascendencia que un mero entretenimiento.


La alusión a las teorías conspiranóicas no es más que una excusa para tratar un asunto que a mí me parece muy preocupante, porque afecta a la educación y cultura de nuestros jóvenes, en realidad, afecta a la educación y cultura de todos nosotros. Me refiero a esa suerte de segregación cultural que paradójicamente se está produciendo en nuestras sociedades, según el acceso a la educación y la cultura se universaliza en las mismas. 


Desde que tenemos documentación escrita podemos constatar que las generaciones más jóvenes no compartían los gustos y usos culturales de sus mayores, como, por otra parte, es lógico y bueno. Claro está, que esto solo sucedía entre la escasa minoría de cada sociedad que podía disfrutar del ocio.  Según las diferentes sociedades se desarrollaban, aumentaba el acceso a la cultura por parte de las clases populares, aunque aún distaba mucho de ser un fenómeno realmente de masas y alcance de todos; estoy pensando, por ejemplo, en el caso de la popularidad del teatro en la Edad Moderna en España, Inglaterra y Francia.


Sin embargo, habrá que esperar hasta el siglo XX para que el ocio, el acceso a la cultura y a la educación fuera un fenómeno gradualmente universal en las sociedades industriales. La eclosión de la sociedad digital en torno a la última década del XX, y su consolidación en el siglo XXI ha facilitado aún más el acceso a la cultura a más capas sociales y a más sociedades, aunque nos falte mucho para poder afirmar que el acceso a la cultura y su disfrute sea una fenómeno realmente universal.


La aparición del rock and roll en la década de los cincuenta en EE UU supuso también el surgimiento de las diferentes subculturas juveniles asociadas a diferentes estilos musicales, modas y formas de disfrutar el ocio que pretendían diferenciarse de los cánones sociales establecidos hasta entonces. De vestir con cierta uniformidad estilística derivada de los condicionamientos económicos, se pasó a vestir con varias uniformidades según la generación, y dentro de ella entre los jóvenes según sus gustos musicales. El fenómeno se extendió con diferentes ritmos a otros países, y continúa en el tiempo hasta hoy.


Sin embargo, este fenómeno de las subculturas juveniles ( y no sólo juveniles) en la actualidad presenta ciertas diferencias con lo que sucedía hasta el cambio de siglo, que están conllevando un empobrecimiento de la cultura que afecta al tejido social, a las relaciones personales y puede  que al futuro de la economía. Por poner un ejemplo, la década de los ochenta en España contempló un auténtico estallido de la música y  de las subculturas juveniles asociadas a la música y la moda, de las tribus urbanas: heavies, punkies, tecnos, rockabillies, pijos. Cada una de esas tribus vestía de una forma clara y fácilmente identificable, escuchaban una música determinada y despreciaban, sin apenas paliativos, los gustos del resto de las tribus. Lógicamente no solían compartir los gustos culturales de sus padres o de las generaciones que les habían precedido, pero no desconocían cuáles eran esos gustos o cuáles eran los fundamentos culturales (aunque fuera para criticarlos, superarlos, transgredirlos o recuperarlos después de haber sido corrompidos por la sociedad consumista y capitalista), incluso eran conscientes de la existencia de un vínculo, de una conexión (la entendieran correctamente o no) entre su subcultura y las anteriores, y la cultura en general. Aquellas tribus urbanas han sobrevivido hasta hoy, pero sus miembros ya no son jóvenes. Aunque, por ejemplo, es más que señalable la vitalidad que presentan aquellos que bailaban rock and roll en los cincuenta en EE UU, y que ha sido ensombrecida por la pandemia de la Covid-19, no por el paso de los años. 


Sin embargo, una ojeada a nuestras calles o nuestras aulas revela que la abundancia de tribus urbanas ha menguado. Esta circunstancia no es buena ni mala por sí misma, pero la pérdida de cualquier tipo de diversidad siempre es preocupante. La juventud puede y debe llevar la contraria a las convenciones sociales, pero también debe haber lugar para llevar la contraria y presentar alternativas dentro de la propia juventud. La desaparición de la diversidad entre los jóvenes dificulta el encaje, la integración de todos aquellos que se salen de la norma, y esto sí que es un problema grave. El hecho de que bullying sea una palabra relativamente moderna en nuestro vocabulario cotidiano no significa que sea una lacra reciente, pero la exagerada, e impuesta, uniformidad actual en gustos, costumbres y atuendos dificulta mucho la integración y el desarrollo personal de aquellos  que no quieren,  o no pueden seguir la corriente general. En un aula donde la representación de varias tribus urbanas era notable, podía ser más fácil pasar desapercibido para los que vestían de una forma más convencional, o tenían gustos diferentes a los mayoritarios. En cambio, si el atuendo del 90 % de los jóvenes es el mismo, y su abanico de gustos y aficiones es homogéneo y limitado, los “diferentes” destacan demasiado.


Por otro lado, esa homogeneización de la subcultura juvenil actual, la está encerrando en un ghetto cultural cuyo aislamiento va más allá de la lógica brecha generacional, y nunca es bueno que las personas permanezcan aisladas en un ghetto sea de la clase que sea. Vivimos en una sociedad de consumo que democratiza el acceso a muchos productos y servicios que no hace mucho sólo estaban al alcance de unos pocos privilegiados. Sin embargo, como todo en la vida, el exceso es perjudicial, y la sociedad de consumo se ha convertido en una sociedad consumista, ávida de novedades cuya demanda le es impuesta desde las grandes corporaciones. La cultura no es una excepción y la industria del entretenimiento audiovisual sabe que tiene un enorme filón en la subcultura juvenil. Al mismo tiempo,  que, gracias a la digitalización y a internet, los medios de ofrecer y consumir cultura como entretenimiento son casi infinitos. Así pues, la oferta de contenidos para jóvenes ha crecido exponencialmente en los últimos años. El talento de los artistas y la calidad de sus obras no es ni superior, ni inferior en la actualidad que en cualquier otra época, y la calidad del arte no es mensurable objetivamente. Sin embargo, creo que hay una diferencia notable y preocupante en la forma en que estos contenidos llegan a los consumidores. 


Al difundirse los contenidos por medios teóricamente pensados para jóvenes, se ha dirigido toda la atención de buena parte de la juventud, y de toda la población hacia dichos medios, apartando esa atención no ya de otros medios, sino que de otros contenidos, de otras obras. Hace años que es una utopía pensar en la emisión de películas en blanco y negro por una cadena generalista o por cualquier canal que no esté destinado a la emisión de clásicos. Pero no sólo se priva de la oportunidad de disfrutar de "Casablanca" o "Bienvenido Mr. Marshall" a varias generaciones, sino que, además, cada vez es más difícil que puedan conocer cualquier manifestación de la cultura popular anterior al inicio del siglo actual. La industria les considera incapaces de entender cualquier obra, del género que sea, anterior al cambio de siglo, por lo que, o bien estas obras se retiran de la oferta de los medios  o  se les ofrece adaptaciones “pensadas” para ellos. De esta forma la industria moldea el pensamiento y los gustos de los consumidores, reduciendo su capacidad crítica y de decisión, por lo que cada vez más, la variedad y amplitud de gustos es menor y ajena al individuo. La siguiente derivada de este fenómeno entraría ya en la categoría de conspiración, aunque no creo que el proceso sea irreversible.


Aún hay tiempo de que una oferta variada en géneros artísticos, y en orígenes geográficos y temporales llegue a cualquier persona con independencia de cualquier condición de la misma, ya sea la edad, el sexo, el lugar de nacimiento, la situación económica, etc.. Como la cultura es una de las características definitorias de nuestra condición humana, no podemos permitir que en el momento de la Historia en que hay más medios para lograr la universalización de la cultura, el disfrute de la misma nos separe a unos de otros y nos recluya en ghettos construidos a base de absurdos sesgos, y deshumanizantes prejuicios. 


4 comentarios:

  1. Muy interesante, es cierto, casa vez más uniformidad y a la vez más polarización de la opinión y quizá sea una sociedad cada a vez más difícil para la integración, como bien dices, enhorabuena por el artículo.

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  2. Muy interesante, es cierto, casa vez más uniformidad y a la vez más polarización de la opinión y quizá sea una sociedad cada a vez más difícil para la integración, como bien dices, enhorabuena por el artículo.

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  3. Quizas. Y sin quizas, les estan dirigiendo a una forma de pensar que en teoria pudiera ser democratica y correcta pero que en el fondo creo que es contraproducente. Y de paso nos condicionan a los padres.
    No se, me da pena ver lo diferente que es el mundo en que crecen comparandolo con el que crecimos nosotros. Pero como dijo un sabio: no podemos elegir los tiempos que nos tocaron vivir... el resto ya lo sabeis.

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