lunes, 20 de febrero de 2023

LA PIEDAD POPULAR, PIEDAD DE LA SENSIBILIDAD.

 

Según se acerca el Miércoles de Ceniza, se advierten con más intensidad, la emoción y la agitación en el mundo cofrade. Ha pasado casi un año desde el anterior Domingo de Resurrección y tanto cofrades como hermandades destilan ilusión por los cuatro costados ante una nueva Semana Santa. Es el momento de volver a reunirse con el resto de los hermanos,  de asistir a ensayos y reuniones, de repasar el buen estado de túnicas, hábitos y antifaces, de sacar lustre a los enseres procesionales y por supuesto, de prepararse espiritualmente para conmemorar la Pasión y Muerte de Nuestro Señor y celebrar su Resurrección. Los diferentes actos religiosos, eucaristías, oraciones que organizan las diferentes cofradías tienen como principal objetivo que tanto los cofrades, como el resto de los creyentes se preparen para celebrar consciente, esperanzadamente y en comunión con  la Iglesia, los hechos más trascendentales  de la Historia y que son el fundamento de nuestra Fe.


Estas manifestaciones de la piedad popular que se desarrollan durante la Cuaresma y que culminan con las diferentes procesiones suscitan notables dudas en muchas personas, creyentes y no creyentes sobre su racionalidad, autenticidad, ortodoxia, adecuación a los tiempos en que vivimos, etcétera. Sin embargo, en muchas ocasiones dichas opiniones responden más a tópicos, y al desconocimiento de la piedad popular que a la realidad de la misma. Por supuesto, que hay ejercicios de piedad popular en las que se puede advertir una interpretación errónea de las Escrituras, exageraciones o un alejamiento más que notable de los fundamentos y valores de la Fe católica, que suelen deberse a tradiciones originadas más en lo terrenal que en lo espiritual. También es cierto que hay no pocas manifestaciones de piedad popular que han devenido en una mera tradición folklórica en la que muchos de sus participantes desconocen su significado más profundo. Esto no es del todo un problema, ya que, en realidad, todo aquello que no resta, puede sumar. El problema se produce cuando a raíz del desconocimiento de algunos y de los prejuicios de otros, se pretende borrar de muchas fiestas y tradiciones populares cualquier huella de contenido espiritual en general y cristiano en particular.


Así todo, creo que podemos estar seguros de que los ejercicios de piedad popular son respuestas legítimas a la necesidad y al deseo de los participantes de acercarse a Dios. La religión es la búsqueda del ser humano de la forma de recuperar su ligazón con Dios, mientras que el propio Dios sale a nuestro encuentro, como el padre misericordioso de la parábola (Lc. 15, 11-32) para perdonarnos y ofrecernos un sitio en la mesa de su banquete. Así pues, ¿cómo no va a un sentimiento religioso auténtico en la piedad popular? Un sentimiento nacido del amor a Dios, que como cualquier amor se escapa del análisis racional y de la experimentación empírica y que por lo tanto no puede ser comprendido más que desde el misterio (Armstrong. K., Una historia de Dios, Barcelona, 1995, pp. 251-252) del impulso hacia la trascendencia y al amor que alienta nuestro espíritu y que junto a  nuestra capacidad racional componen lo que nos hace humanos.


En muchos pasajes de los evangelios vemos a Jesús, desde su niñez (Lc. 2, 47), hasta los momentos previos a su muerte (Mc. 11, 27-33), debatiendo con los doctores de la Ley, con los mandatarios de su época (Jn. 18, 28-37) y hasta con el demonio (Lc. 4, 1-12) con precisión, conocimiento y “autoridad” (Mc. 1, 22). También le oímos señalar frecuentemente la absoluta importancia que tienen el conocimiento y la correcta  comprensión de las Escrituras (Mt. 15, 3-6; Jn. 5, 39) para que los fieles vivan según su Fe, preparando la llegada del Reino de Dios. Sin embargo, no debemos olvidar las palabras del propio Jesús: “ (...) Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños” (Mt. 11, 25). Porque Jesús también valoraba mucho la sabiduría popular de los que escuchaban su predicación y las expresiones espontáneas de Fe y de aprecio que aquellos mismos realizaban. Las parábolas mediante las cuales explicaba el Reino de Dios tenían como destinatario a la mayoría de la población de su época, que no tenía acceso a la misma formación que los doctores de la Ley. Jesús, además, narraba las parábolas no sólo con bellas palabras, sino que también con los recursos literarios del buen narrador de cuentos populares, tanto para que el relato sea agradable para quien lo escucha, como para que lo recuerde en el futuro y, a su vez, se lo transmita a otros. Así las parábolas están trufadas de llamadas a la atención de los oyentes, tienen un ritmo en el relato que se mantiene con la repetición de ciertos elementos dentro de la narración para que sea más fácil recordarla, presentan imágenes, personajes, acciones y lugares reconocibles para el público al que iban dirigidas, etc.


Los seres humanos nos sentimos fascinados por las bellas historias bien contadas, porque dentro de cada uno de nosotros existe un impulso creativo destinado a trascender más allá de la realidad aparente de lo material, que para los que somos cristianos nos ayuda a reconstruir la ligazón con Dios que mencionaba más arriba. Como explica el escritor católico inglés J. R. R. Tolkien, dicho impulso se deriva de nuestra condición de hijos de Dios y nos confiere la capacidad de crear, de subcrear según el profesor Tolkien, arte, belleza en consonancia con la creación realizada por el propio Dios (Tolkien, J.R.R. , "Sobre los Cuentos de Hadas" en Cuentos desde el Reino Peligroso, Barcelona, 2012, ed. electrónica), ya que “todos los relatos se harían verdad en el escatón (el final de los tiempos y el inicio del reino de Dios)” (Milbank, A., La teología de Chesterton y Tolkien, Granada, 2022, p. 57). Así pues, aunque siempre actuando con infinita cautela para evitar absurdas o peligrosas interpretaciones y acciones, no tiene por qué haber una falta de coherencia cuando, por ejemplo en el rezo del Via Crucis, conmemoramos episodios de la Pasión del Señor que no están recogidos en los Evangelios canónicos.


Lo mismo sucede con la mayoría de las manifestaciones de la piedad popular que, en ocasiones son tachadas de demasiado espontáneas o llanas. Si recordamos el pasaje de la hemorroísa (Lc. 8, 43-48), vemos cómo esta mujer enferma aprovecha la circunstancia de que una multitud rodeaba a Jesús para tocar el manto del Señor con la esperanza de que tal mínimo contacto la curase de su enfermedad. Efectivamente al tocar el manto de Jesús queda curada, Jesús lo percibe y pregunta quién le ha tocado La mujer ve que su acción ya no va a pasar inadvertida y postrada ante los pies de Jesús cuenta, con la multitud a su alrededor, que ha sido ella quien tocó al Señor por su enfermedad. Probablemente, esta mujer esté atemorizada y avergonzada. La Ley no veía con buenos ojos que una mujer se acercara y, menos aún, que tocara a un hombre que no fuera de su familia, además es esa época mucha gente asociaba determinadas enfermedades a castigos divinos, por lo que la multitud podía considerar que esa mujer había cometido varios pecados muy graves. Además, ella sabe que habrá quien piense que su esperanza de ser curada por haber tocado el manto de Jesús es irracional y rayana con la superchería. Sin embargo, Jesús no le reprocha nada, no la avergüenza, no la castiga, como estarían esperando más de uno en ese momento. Jesús tan solo certifica que la Fe de esta mujer, a la que llama hija, no solo la curado de su enfermedad, sino que también la ha salvado. Jesús aprueba la acción de esta mujer porque dicha acción evidenciaba la Fe que ella tenía en Jesús.


En un sentido similar, cuando veneramos una imagen de Jesús o de Nuestra Señora mediante la oración, o con una reverencia, un beso,  o en la procesión estamos manifestando nuestra Fe en Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo, en quien depositamos nuestra Esperanza, porque sabemos el Amor que nos tiene porque "da la vida por sus amigos": nosotros y que tan sólo nos pide que también le amemos a Él y a nuestro prójimo (Jn. 15, 12-17). Como explica Daniel Cuesta una imagen puede tener la capacidad de “acercar a la gente a Dios, de hacer empatizar con lo divino, y así desde su realidad material de obra artística, abrir a quien la contempla y a quien ora ante ella la puerta de la trascendencia” (Cuesta, D., La procesión va por dentro, Bilbao, 2020, ed. electrónica). Es decir, se nos abre la vía para recuperar nuestro vínculo con Dios de una forma aparentemente irracional, pero que forma parte de nuestra esencia como seres humanos (Armstrong, K., op. cit., p. 264).


Quiero terminar con una experiencia personal. Yo también participé de esas reticencias a la piedad popular que he señalado más arriba. Desde que tengo memoria soy creyente, soy católico y practicante. Después de tomar la Primera Comunión, seguí asistiendo a la catequesis parroquial, en mi pueblo: Sestao, hasta que recibí la Confirmación, después de la cual me integré en la JEC, en mis años de universitario. 


La Juventud Estudiante Católica es uno de los movimientos especializados de la Acción Católica, como la JOC y la HOAC. Mis años de militancia en la JEC no pudieron ser más satisfactorios, la Revisión de Vida y la práctica de la mediación me proporcionaron medios y oportunidades para vivir mi Fe, tanto en la comunidad de fieles, como en la sociedad. Como la Revisión de Vida es un método que exige un amplio conocimiento de las Escrituras, en especial de los Evangelios, durante aquellos años recibí un notable bagaje en torno la historia, contenido e interpretación de los mismos, y de los aspectos “intelectuales” de la Fe.

Sin embargo, cuando vine a estudiar a Salamanca, tuve la oportunidad de conocer la experiencia de Fe, que como cofrades que eran, varios compañeros zamoranos me explicaron. También, al ejercer como catequista de Confirmación en la parroquia de San Pablo, sede  canónica de la Congregación de Jesús Rescatado y Nª Sª de las Angustias, fui conociendo más detalles de lo que significaba ser cofrade. Hasta que por fin, impulsados por nuestra hija mayor, los cuatro miembros de la familia llegamos a ser hermanos de la Congregación.


Así, vivimos nuestra Fe en comunidad, en los diferentes actos y eucaristías que organiza la Congregación a lo largo del año, y hacemos profesión pública de la Fe en las calles de Salamanca en la procesión del Viernes Santo. Durante la procesión disfruto del honor de ser uno de los hermanos que cargan en sus hombros la imagen de Nuestra Señora de las Angustias, pero que en realidad es la propia Madre de Dios quien nos guía a nosotros para que nos encontremos con su Hijo: nuestro Salvador.


Decía al principio que muchas veces las reticencias a la piedad popular vienen provocadas por desconocimiento de la misma. Sin embargo, si practicamos las manifestaciones de la piedad popular además de con la Fe, la Esperanza y el Amor, que son las virtudes que debe cultivar todo creyente, con sensibilidad descubrimos una hermosa y fructífera forma de acercarnos a Dios (Milbank, A., op. cit., p. 251) y de llevar una vida cristiana en comunión con nuestros hermanos y con la totalidad de la Iglesia. Puedo dar fe de ello. 


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