viernes, 10 de enero de 2025

LA CARTA DE MELCHOR


 En el Palacio Invisible de Melchor.

Cima del Monte Ararat, junto al Arca de Noé a 2 de enero de 2024:


Queridos L…. y A….:

Como Gaspar y Baltasar no han llegado aún, voy a escribiros yo la carta, bueno en realidad se la dicto a Qatuqabu y él la transcribe em un aparato de esos que los que somos muy mayores como yo, ya no sabemos manejar. ¡Ay, me acuerdo de cuando usábamos un punzón para escribir sobre tablillas de barro fresco, y qué gran revolución fue cuando los egipcios nos enseñaron a escribir sobre papiros! Supongo que a los que eran muy mayores cuando yo era joven (sí, yo también fui joven, pero ni siquiera Baltasar y Gaspar se lo creen) también les costó acostumbrarse al papiro, después de haberse pasado toda la vida escribiendo sobre tablillas de barro. Pero bueno, yo no tengo que preocuparme ya de eso, que como sabéis Qatuqabu sabe manejar a la perfección cualquier instrumento que sirva para escribir. Es el mejor escriba de la Historia, y me da mucha pena que su talento no sea tan reconocido como se merece. En este momento, Qatuqabu me pide permiso para escribiros él directamente. Por supuesto, Qatuqabu, la carta también es tuya. 


Para mí es un gran honor y una gran suerte transcribir las cartas de Sus Majestades, porque puedo ayudar a repartir ilusión y felicidad a los niños y a los adultos del mundo., Ojalá pudiera escribir también a todos los niños que ahora están pasándolo muy mal por la guerra y el hambre, cuando deberían estar jugando y aprendiendo para tener un futuro mejor. Y ojalá pudiera escribir también a todos esos que, con sus actos o con su pasividad, hacen sufrir a otros seres humanos y a la Naturaleza para recordarles que están agrediendo a los hijos y a las hijas de Dios y al resto de sus criaturas. Desde aquí, vemos y oímos como estallan las bombas de las guerras que están sucediendo al norte y al sur de Ararat y es aterrador, de verdad, que es aterrador.

Perdonad, que no quiero poneros tristes, pero es horrible lo que pasa demasiadas veces en el mundo. Aunque también sé que hay personas maravillosas en el mundo, que se preocupan de los demás, y que hacen como vosotros dos que ofrecéis vuestro tiempo para intentar hacer un mundo mejor, y que allí donde vais os esforzáis en crear un ambiente agradable para todos los que os rodean.


Ya os lo hemos dicho muchas veces, ¡qué buen tipo es Qatuqabu! Y Baltasar, Gaspar y yo sabemos que vosotros también lo sois. Nos los dicen muchas veces vuestros padres, y que están muy orgullosos de vosotros. Sí, ya sé que, a veces, os regañan, pero eso también es parte de la tarea de ser padres, y a todos nos regañaron nuestros padres cuando éramos niños y adolescentes.

Si no se lo decís a nadie, os cuento una vez que me regañaron a mí. Ya os contó Baltasar hace años que mi Palacio Invisible está construido con madera del Arca de Noé. Fue mi abuelo Hayk quien decidió construir el Palacio con madera del Arca como homenaje a su antepasado Noé, porque cuando mi abuelo llegó aquí, desde Babilonia, se encontró los restos del Arca en muy mal estado. Lo que pasó es que como aquí en la cima del monte Ararat hace mucho frío, estamos a  más de cinco mil metros de altitud, hace falta mucha leña o carbón para calentarnos, pero por aquí no hay vegetación, porque  en el suelo hay una capa de decenas de metros de nieve durante todo el año. Así que mi abuelo hizo un trato con unos mercaderes fenicios para que ellos le trajeran leña de los cedros de su país y carbón que compraban a un montañés que vivía al otro lado del Gran Mar y que nos lo encontramos también cuando fuimos a Belén a adorar a Jesús. A cambio, ellos podían llevarse toda la nieve que cupiera en sus carros, para conservar el pescado en su país, donde en verano hace mucho calor. Por cierto, aquel carbonero montañés nos sigue proporcionando el carbón que llevamos a los que se portan mal.

En uno de aquellos inviernos durísimos, tendría yo doce o trece años, a uno de mis primos mayores se le ocurrió gastarle una broma al abuelo. Mala idea. Mi primo Kadmos, que había vivido muchos años lejos de Ararat, no sabía que mi abuelo tenía muy mal humor y que hay cosas con las que no se juega. Tomamos “prestado” un haz de leña de uno de los carros de los fenicios y nos acercamos a donde estaban los restos del Arca. Allí, Kadmos prendió la leña y cuando logró que hiciera mucho humo volvimos corriendo a Palacio, gritando:

-¡El Arca! ¡el Arca de Noé se está quemando!

Todos en Palacio acudieron corriendo a sofocar el fuego, temiendo lo peor, que el Arca se hubiera quemado y hubiéramos perdido la reliquia sagrada para siempre. Pero cuando los adultos llegaron hasta el fuego y vieron lo que pasaba, enseguida se dieron cuenta de lo que había sucedido. Todos, y especialmente el abuelo, se enfadaron mucho con Kadmos y conmigo. Nos cayó la mayor bronca de la historia de nuestra familia, y a Kadmos y a mí nos castigaron a tener que descargar, sin ningún tipo de ayuda, los carros de leña y carbón de los fenicios cada vez que éstos vinieran y hasta que al abuelo se le pasara el enfado. ¡Siete años le duró el enfado!

Hemos tenido que parar un buen rato porque a Qatuqabu le ha dado un ataque de risa con la historia de mi castigo. Él ya la había oído más veces, pero siempre que se la cuento se ríe muchísimo. En este rato han llegado por fin Baltasar y Gaspar, así que con sus saludos puedo acabar la carta.

Dad muchos recuerdos a mamá, papá,  los abuelos, la yaya, los tíos, los primos y a vuestros amigos. L…., este año te toca hacer la EBAU, no te agobies, es un examen más, si trabajas bien, la aprobarás y sacarás buena nota. A…., este es tu primer curso en el Instituto, ya has visto que es diferente al Cole, pero si sigues trabajando como siempre, sacarás el curso tan bien como hasta ahora. Disfrutad del ajedrez y del rugby, son dos deportes geniales para desarrollar los valores que de verdad importan para ser buenas personas. Y seguid siempre en vuestro camino de scouts la Luz de Jesús Rescatado, con la intercesión de su Madre, Nuestra Señora de las Angustias.


Con cariño de vuestros Reyes Magos, escriba, y sobre todo amigos:.


Melchor, Gaspar, Baltasar y Qatuqabu.



jueves, 9 de enero de 2025

Una carta del rey Baltasar.

 Palacio Invisible de Baltasar, custodio del Arca de la Alianza, Lalibela, Etiopía, a 4 de Enero de 2025


 Mis queridos Lucía y Ander:


 Este año soy yo, Baltasar, quien tiene la suerte de dictarle vuestra carta al gran escriba Qatuqabu, en nombre de los tres Reyes Magos, desde mi Palacio en Lalibela donde, como solo algunos elegidos saben, mi familia custodia el Arca de la Alianza desde que la trajo mi antepasado Menelik I desde Jerusalén hace casi 3.000 años. El Arca que encontró Indiana Jones es una de las varias copias que Menelik mandó esconder en ciertos lugares importantes del mundo antiguo, para evitar que la verdadera cayera en manos de los poderes oscuros de este mundo, como los nazis a los que se enfrentó el doctor Jones.


  Antes de que se me olvide, os envío muchos besos y abrazos de parte de Melchor y Gaspar, que al igual que yo, han estado muy pendientes de vosotros este año. Nos hemos puesto muy tristes en los momentos tan duros que habéis vivido. Pero también hemos disfrutado mucho con todas las ocasiones en que habéis conseguido aquello que deseabais desde muy pequeños como la Graduación de Lucía en Bachillerato y su brillante acceso a la Facultad de Educación, al mismo tiempo que ha entrado en la Agrupación Ruta de los Scouts de Salamanca. También nos encanta el gran desempeño de Ander como pilier del Salamanca Rugby Club. Me cuenta Qatuqabu que Gaspar se ha pasado todo el año viendo partidos de rugby y está entusiasmado con este deporte. Fijaos que me ha pedido que a la vuelta a Etiopía me desvíe hasta Sudáfrica y que le traiga un balón oval. No se da cuenta de que África es muy grande y que la nación Arco Iris está muy lejos de mi casa. Y además de jugar bien al rugby A…. sigue sacando muy buenas notas, y siendo todo un Ranger de los Scouts de San Pablo. Me encanta que estudiéis mucho los dos, recordad que como soy descendiente de dos grandes sabios: Saba y Salomón, sé que el conocimiento es un tesoro para la Humanidad.


 Aunque de lo que más nos alegramos es de ver como crecéis en los valores que distinguen a las personas que hacen de este mundo un lugar mejor.


  Nos da mucha esperanza comprobar que vosotros y más jóvenes no seáis indiferentes a las guerras que desangran Ucrania o la tierra donde nació Jesús y otros muchos lugares de los que llegan noticias a Europa. Como tampoco sois indiferentes a las catástrofes que suceden cuando no se escucha a la Naturaleza, como en la horrible inundación que se ha sufrido en varias provincias del este y sudeste de España, en especial en Valencia, o a los graves problemas económicos y sociales a los que se tienen que enfrentar muchas familias en la misma ciudad de Salamanca. Seguid así, promoviendo un mundo mejor, desde el Instituto y la Universidad y con vuestro compromiso con la Congregación de Jesús Rescatado y Nª Sª de las Angustias, el Movimiento Scout, el rugby, y el arte. 


  Mientras tanto esperamos que os gusten los regalos que os hemos dejado junto a los zapatos a los pies del Árbol de Navidad de vuestra casa. Ya sabéis que no siempre, más bien casi nunca, podemos llevaros todo lo que pedís, pero tenemos que repartir nuestra magia entre muchos niños, jóvenes, y no tan jóvenes, por todo el mundo, y en muchos lugares cada vez es más difícil hacerlo. Dad, de nuestra parte, besos y abrazos a mamá y papá, que os quieren mucho, a la abuela Rafi, al abuelo Juan, y enviad besos al Cielo a la abuela Tere y al abuelo Antonio. Besos y abrazos para los tíos, el primo y para todos vuestros amigos.


  Con todo el cariño de vuestros amigos Melchor, Gaspar y Baltasar, y Qatiqabu, que tengáis un feliz día de Reyes y muy feliz año.


Posdata del escriba Qatuqabu: Me dice Baltasar que no entiende por qué los cofrades estáis tan preocupados con su espalda, dice que estéis tranquilos, que no le duele nada porque aunque tiene muchos años, aún está hecho un chaval.

jueves, 20 de junio de 2024

EL TREN


Escribí este cuento durante el pasado mes de febrero para presentarlo al XXIV Certamen Internacional de Cuentos Lenteja de Oro de La Armuña organizado por el Ayuntamiento de Parada de Rubiales, al que me gustaría agradecer esta gran iniciativa cultural y la preciosa oportunidad que nos ofrece a los que nos gusta escribir de participar en el mismo. Aprovecho también para felicitar a Juan Francisco Cuesta Iniesta, ganador del certamen con su relato "Ella".

Escribí el relato desde la ficción, pero también como una reivindicación del valor y del esfuerzo de mis padres y de mis suegros. Desgraciadamente, perdimos a mi madre el pasado mes de abril, así que con más motivo aún, el cuento va dedicado a la memoria de mi madre, a quien su padre llamaba Maite.


Ricardo no ha apartado la mirada de la sucia ventanilla del tren desde que salieron de la estación. Con los ojos abiertos como platos, como esos platos enormes que veía en la cocina de la casa de los amos, mira como el campo parece correr hacia atrás, hacia el pueblo donde nació, pero en el que apenas ha vivido, mientras que el tren corre hacia delante, hacia un lugar del que apenas conoce el nombre, pero donde dice padre que van a vivir a partir de ahora, porque hay trabajo, porque hay futuro.

Es su primer viaje en tren. En realidad, es su primer viaje,  porque a él nunca se le habría ocurrido llamar viaje a cuando iban padre, Agustín y él hasta Salamanca llevando las ovejas del amo para la feria de septiembre. Desde luego, nadie llamaría viajar a caminar dos o tres días por esos caminos resecados por el implacable Sol del verano salmantino, mientras se vigila que ni ovejas, ni corderos se pierdan o, lo que sería aun peor, se lastimen, enfermen o mueran. Pero justo eso, la realidad de una vida dura que no ofrece ninguna perspectiva de mejora, es lo que él y su familia están dejando atrás. No van en busca de una vida cómoda, porque a pesar de no haber cumplido todavía doce años sabe que para los pobres la vida nunca es fácil, sino de la oportunidad de aspirar a algo más que a la mera, y precaria, subsistencia.

La voz del cantinero del tren ofreciendo sus viandas a los viajeros ha apartado los ojos de Ricardo de la ventanilla, para mirar a la pequeña maleta de cartón que madre lleva bien protegida en su regazo. Allí guardan chacina y pan para comer durante los primeros días en su destino, hasta que padre y Agustín empiecen a ganar dinero en el trabajo que les ha buscado Matías, uno del pueblo que anduvo un tiempo detrás de una hermana de padre. La cosa no llegó a nada, pero padre y Matías se hicieron muy buenos amigos, y cuando padre le escribió para preguntarle por cómo andaba el trabajo en Baracaldo, a Matías le faltó tiempo para hablar con el encargado de la obra  por si podía colocar a su amigo y al hijo de éste. 

-Es un trabajo duro, Matías, ya lo sabes, pero si tu paisano es como tú, dile que siempre necesitamos gente. Este pueblo sigue creciendo y cada vez hay que traer más agua del pantano, si saben cavar zanjas a pico y pala para los tubos, tienen trabajo para mucho tiempo. Eso sí, que no me fallen, ni tú tampoco, que en el próximo tren vendrán más como vosotros con ganas de trabajar.

Pero aún faltaba mucho para llegar, y Ricardo tenía hambre. Sabe que madre apartó un poco de comida para el viaje, pero no se atreve a pedírsela. Se acuerda demasiado bien de las veces  que cuidando las ovejas, por causa del hambre y del cansancio veía demasiado pronto que el Sol alcanzaba el mediodía y las horas posteriores al almuerzo se le hacían larguísimas, pero si no se atreve a decirle nada a madre es porque ella no ha dejado de llorar desde que salieron de la estación.

-¿Quién va a cuidar de Paquito ahora? Se queda solo en el pueblo, Lo hemos abandonado entre extraños.

Paquito había fallecido el invierno anterior.

Acababa de cumplir siete años y era el preferido de madre. Por eso, aún no había ido nunca con sus hermanos y padre a cuidar de las ovejas, sino que acompañaba a madre al río a lavar la ropa. El agua helada y las manchas del trabajo en el campo destrozaban las manos de las mujeres del pueblo; sin embargo, el parloteo chismoso de las viejas comadres, entremezclado con las inocentes y curiosas risas de las jóvenes solteras ante las picardías de los comentarios que las casadas sólo se atrevían a hacer en aquel ambiente, aliviaba por un rato los sufrimientos de aquellas mujeres. Para Paquito todo aquello era la diversión más absoluta; corría, reía y saltaba entre los cestos de la ropa, recibiendo continuamente los halagos y cucamonas de las congregadas.

Hasta el día en que se cayó al río. Aquel día no se comentó en el lavadero ningún chisme del pueblo, ni las proporciones de cualquiera de los maridos, ni hubo risas, ni carantoñas. Todas las mujeres lavaban la ropa con la preocupación marcada en el rostro. Habían oído la noticia de que una guarnición española en Ifni, en la que tres mozos del pueblo estaban haciendo la mili, había sido atacada. Eran nietos, hijos, novios, hermanos o primos de la mayoría de las que se juntaban en el lavadero del río y nadie tenía ánimos para jugar con Paquito. Él se apartó del grupo, y se puso a pasear por la orilla, aguas abajo. Después de un recodo, había una zona donde los críos tiraban piedras al río para hacerlas saltar a la rana, pero aquel día tampoco había nadie. Al lanzar una piedra, Paquito se resbaló y cayó al río. Aunque su grito se oyó tanto en el lavadero como en el pueblo, no se pudo hacer nada por él, más que sacar su cadáver de la gélida agua del río.

Madre no le perdonó a padre que no retrasara los planes de marcharse del pueblo, hasta que hubieran cumplido con el luto que debían guardar por Paquito. Pero padre ya había pedido ayuda a Matías para que le buscara un empleo para él y para Agustín, y no podía echarse atrás. Si retrasaban la marcha, podían perder la oportunidad de ese trabajo. Además, decía, que el luto tan solo iba a servir para que sus otros dos hijos se ablandaran, y justo en ese momento necesitaban ser fuertes, ser hombres. Aunque nunca lo llegó a decir, había otro motivo para seguir adelante con la idea de marchar. Todo en su casa y en el pueblo le recordaban a su hijo pequeño muerto, y no podía seguir viviendo allí o se volvería loco, como temía que le estaba pasando a su esposa que iba todos los días al camposanto a “cuidar de Paquito” como ella decía.

Mientras tanto, Agustín y Ricardo tuvieron que hacer de tripas corazón, y sin tener ocasión de llorar la muerte de su hermano, ni contar con el consuelo de sus padres, afrontaron la desgracia sufrida y la sorda pelea entre sus padres con todo el valor y la entereza que su edad les permitía. Muchos años más tarde, cuando padre estaba en su lecho de muerte, madre había fallecido dos años antes, les dijo que de no haber sido por el valor que vieron en sus hijos, ni él ni su esposa habrían superado la pérdida de Paquito, ni habrían podido reconstruir su matrimonio.

-Creo que ha sido la conversación más larga que he tenido con mi padre en toda mi vida, y la única vez que se ha mostrado orgulloso de sus hijos. -Le dijo unos días después Ricardo a Maite, su mujer, que entonces estaba embarazada de la que sería su segunda hija, Idoia.

El tren se ha parado en una estación más grande que la de Salamanca. y con más vías que la de Valladolid. Ricardo ha bajado la ventanilla para poder ver el letrero, pero está demasiado lejos. La voz del factor que resuena con más claridad de la esperada entre el ruidoso ambiente de las máquinas y los pasajeros, le da la respuesta que busca.

-¡Venta de Baños! ¡Parada de treinta minutos! ¡La cantina de la estación está abierta! ¡El tren saldrá dentro treinta minutos! ¡Si se retrasan, lo perderán!

La parada en Venta de Baños resulta tediosa. Padre no les permite bajar ni siquiera al andén, carecen de reloj, como casi todos los pasajeros, y no puede arriesgarse a que sus hijos no lleguen a tiempo para la salida del tren. Como casi todos los pasajeros, padre sabe que es muy raro que el tren continúe el viaje con puntualidad, él ya había viajado en tren antes; cuando la guerra; pero no se atreve ni a bajar él mismo, ni nadie de su familia. Levanta la vista hacia el resto de los pasajeros. Comprueba, con satisfacción, que ha tomado la decisión correcta. Casi nadie abandona sus asientos. Tan sólo bajan del tren aquellos que no viajan con la ropa de los domingos: los trabajadores de la compañía del ferrocarril y los que toda su ropa es de los domingos y tienen reloj, aunque estos últimos viajan en otro vagón. 

Ricardo sigue asomado a la ventanilla, está fascinado por la cantidad de vías que se entrelazan y se separan en la estación, como si formaran una sucesión de nudos en una cuerda de esparto.  El factor que pasaba en ese momento cerca de su ventana no puede menos que sentirse halagado ante la admiración que muestra ese pasajero por su estación y por las vías.

-¿Te gustan las vías, chaval?

-Buenos días. Ya lo creo, señor.-Responde tal como le han inculcado, saludando siempre a cualquier persona mayor que él, y más aun si ostenta cualquier tipo de autoridad.

-Buenos días, chaval. Así me gusta, que los jóvenes seáis educados, no como algunos que te hablan como a los criados. Sin respetar ni la edad, ni el cargo -añadió el factor, señalando con la mano la gorra de la RENFE que le cubría. -¿De dónde eres?

-De la provincia de Salamanca, señor. A veces vivíamos en el pueblo en -el pitido de un tren ahoga la voz de Ricardo durante unos segundos - y a veces en la finca donde padre trabajaba.

-Vivíamos, dices, viajas con tu familia, entonces. Me imagino que a Bilbao, y allí os tocará cambiar de tren para ir a Baracaldo o a Sestao.

-Vamos a Baracaldo. Mi padre y mi hermano mayor van a trabajar allí.

-¿En Altos Hornos?

-No, señor. Van a hacer zanjas para que el agua llegue hasta las casas de Baracaldo.

-Un trabajo duro, duro de verdad. Los americanos tienen máquinas que hacen eso, pero aquí aún se abren las zanjas a pico y pala. Bueno, pues que tengáis buen viaje y buena suerte allí. Y durante el resto del viaje, fíjate mucho en las vías, porque están hechas del hierro de las fábricas de allí, pero las mantienen firmes, en su sitio, la madera de nuestros árboles. Esta maravilla de la ingeniería que es el cimiento de nuestra prosperidad- el factor citaba uno de sus libros- fue fruto combinar la industria con la naturaleza, la mano del hombre con la creación de Dios, las Vascongadas con la vieja Castilla o con el Reino de León; que tú eres de Salamanca, y así funciona todo en la vida: combinando varias cosas diferentes, para lograr un resultado mejor que cada una de ellas, por separado. No lo olvides nunca, ni estando en Baracaldo, ni si vuelves a Salamanca, y sobre todo, no lo olvides ni cuando tengas tu propia familia, ni cuando estés trabajando

-Muchas gracias, señor. -Respondió Ricardo, bastante confundido -No olvidaré su consejo, pierda cuidado. Qué tenga buenos días y buena suerte usted, también.

El factor de la estación de Venta de Baños no ha oído a Ricardo, el tren ya se había puesto en marcha, pero está seguro que ese chaval del Campo Charro será un hombre de palabra y de provecho.

Quizás fuera por la sorpresa de la variedad de paisajes que prometía el campo burgalés, o por el indudable, aunque peculiar, amor que tenía por su esposo y sus hijos, o por el destacable sentido del deber de la gente sencilla, el ánimo de madre mejoró al atravesar las tierras del Cid, como ha dicho en una voz más alta de lo que ella misma esperaba al ver el letrero de la estación de la ciudad de Burgos. Tierras del Cid era la frase que decía todos los años don Carmelo, el cura del pueblo, en el día de la Virgen de Agosto, cuando recordaba a sus feligreses que Nuestra Señora también era la patrona de su pueblo natal que estaba en la provincia de Burgos, tierras del Cid. La muletilla del cura se convirtió en motivo de chanza entre los parroquianos más jóvenes, que más de una vez recibieron los golpes de la regla de don Carmelo en las yemas de los dedos. Algo que todos se cuidaban de decir en casa, por temor a que su padre o madre añadieran la “propina” a lo que ya “habían cobrado” en la iglesia.

Cuando ha oído a madre pronunciar la susodicha coletilla, Agustín se ha llevado, instintivamente, las yemas de los dedos cerca de la boca y ha soplado como si intentara aliviarse de un dolor muy agudo e intenso. Aunque teme los capones de su hermano mayor, Ricardo no ha podido aguantarse la risa, pero por una vez Agustín no le pega por reírse de él. Al contrario, después de unos segundos de vacilación y miedo, mirando de reojo a padre y madre, Agustín también se ríe. 

-¿Qué te crees, que no sabíamos que don Carmelo te había pillado riéndote de él y te había sacudido con la regla?

Por primera vez, en muchos meses, los cuatro ríen juntos, atrayendo las miradas y la curiosidad del resto de los pasajeros que acaban contagiándose de la risa. Al igual que Ricardo y su familia, toda esa gente no solía tener muchos motivos para reír. Nacidos en la pobreza y sometidos a la servidumbre desde generaciones, nunca habían albergado ninguna esperanza de poder cambiar su destino de penuria y escasez por un atisbo de desahogo y prosperidad, hasta que oyeron hablar de la oportunidad de confiar en un futuro mejor que suponía la gran necesidad de mano de obra de las fábricas del norte, si se estaba dispuesto a trabajar mucho y duro, pero en un mundo totalmente diferente del que habían conocido hasta entonces. Aquellas carcajadas, más tímidas que resueltas, disiparon parte de los miedos e incertidumbres que todos llevaban en el corazón ante el mayor envite de sus vidas. 

Animados por las risas algunos se lanzan a cantar. Jotas, rondallas, villancicos, pasacalles y charradas se suceden en el vagón, como se suceden los sentimientos que esas canciones provocan en el ánimo de los pasajeros: alegría y tristeza, ilusión y miedo, esperanza y nostalgia. Entre las voces destaca la de un muchacho que subió al tren en la estación de Burgos. Canta bien, sin duda, pero no tan extraordinariamente bien como para destacar por encima del resto, pero su voz desprende una pasión mucho más fuerte que la esperable en alguien de su edad.  Ricardo lo vio subir sin más compañía que una maleta similar a la suya y una hoja de papel prendida de la solapa, que despertó su curiosidad. Como son de edades parecidas, Ricardo le pregunta directamente

-Hola. ¿Qué llevas ahí, en la solapa?

-Hola, es el nombre del dueño de la casa de huéspedes que me han buscado en Sestao. Es un apellido vasco y no hay forma humana de aprenderlo, macho. Se lo trajo apuntado a mi tío un camionero de Bilbao que, cuando pasa por mi pueblo, camino de Madrid, come en el bar de mis tíos, y como anda detrás de mi prima, se desvive por quedar bien con la familia. No sabe dónde se mete el pobre, con la mala leche que tiene mi prima. Por cierto, me llamo Fernando, ¿y tú?

Ricardo está intentando leer lo que pone en la hoja y apenas se ha enterado de nada de lo que le ha dicho Fernando.

-No te canses en balde, que no hay manera, ya te lo he dicho. No sé cómo se apañarán entre ellos para entenderse con estos nombres, pero ya podemos espabilar, que nos tocará aprender a decirlos. 

-Jo, que sí. -Responde Ricardo aliviado porque no quería que se notase que le había tocado pasar más tiempo trabajando con el ganado que aprendiendo a leer, pero preocupado por si no llegaba a aprender a decir bien los nombres vascos. Matías no le dijo nada de esto a padre. Aunque llegado el momento, movido por el más importante interés, no tuvo ningún problema para aprender algunos complicados apellidos vascos.

-Me llamo Ricardo y vamos a Baracaldo, que mi padre y mi hermano mayor van a trabajar allí, y tu familia, ¿no va contigo?, ¿dónde está? -Ricardo se calla de repente. 

-¿Y esa cara de susto? Cualquiera diría que has visto a un muerto. ¡Leches!, ya entiendo. -Fernando se ríe con ganas. -Tengo padres y hermanos. Tengo cinco hermanos, cuatro chicas y un chico, conmigo somos seis, claro. Yo soy el tercero mayor de todos, pero el primero de los chicos, ya tengo catorce años,  por eso puedo viajar solo. -Dice orgulloso. -Voy a la escuela de aprendices de Altos Hornos. ¿Cuántos años tienes tú?

-Yo haré los doce en un par de meses, pero sé trabajar como el que más. -Responde Ricardo un poco picado por sentirse aún un niño. -Nunca se me ha perdido ni una oveja.

-Por eso me envían mis padres de aprendiz a Altos Hornos. Para que el día que yo sea padre, mis hijos no tengan que trabajar desde niños, como tú, o como yo mismo. Cada día, antes de ir a la escuela, ayudo a mi padre a ordeñar las vacas y luego bajamos las cántaras a la estación para cargarlas en el tren de Madrid, y no veas como pesan, y las prisas que siempre nos mete el maquinista, y por la noche a esperar al último tren para recoger las lecheras vacías, y subirlas para que mis hermanas las puedan lavar antes de volver a  llenaralas con la leche del ordeño de la mañana. 

Ricardo se queda callado. Está pensando en su corta, pero ya muy trabajada vida. Piensa en las heridas de los pies tras días caminando al cuidado de las ovejas en medio del bochorno de julio o sobre el hielo de enero, piensa el fuego del chozo que calentaba menos de lo que asfixiaba su humo, piensa en los tortazos de don Gervasio, el amo de la finca, si tardaba en llevar los sacos de leña, que prácticamente pesaban más que él, hasta la cocina, piensa que todo eso no es vida para un niño, que no le gustaría ver, en el futuro, a sus hijos pasando por todo lo que ha pasado él. Nunca ha oído ni a padre, ni a ningún otro pastor lo que le ha dicho Fernando. Quizás padre lo haya pensado, pero no lo ha dicho porque teme que ya sea demasiado tarde para cambiar sus vidas, o  porque no puede evitar creer que, pase lo que pase, si naces pobre, morirás pobre. Sin embargo, padre les lleva al Norte, a lo mejor para que Agustín y Ricardo tengan la oportunidad de cambiar las cosas, ¿quién sabe? Pero, Ricardo acaba de tomar la firme determinación de luchar para que sus hijos tengan una infancia y una vida mejor que la suya: sin pasar ni necesidades, ni frío, sin tener que abandonar el colegio para trabajar y confiando en sí mismos y en el futuro.

Casi de repente, como respuesta a una ligera ralentización de tren, se forma un notable revuelo en el vagón, interrumpiendo los pensamientos de Ricardo. Un buen número de pasajeros se levantan, otros vuelven, apresurados, desde los zaguanes del vagón a donde estaban sentados y todos recogen sus pertenencias y equipajes. Están entrando en Bilbao. El tren rinde viaje en la Estación del Norte, pero los pasajeros parecen presas de un miedo por no ser capaces de bajar a tiempo del vagón, como no se ha visto en las anteriores paradas. La mayoría de ellos se están jugando las ilusiones de su vida en ese viaje y no pueden evitar sentirse ansiosos por bajar del tren. Ricardo vuelve enseguida a donde estaba su familia, avanzando entre el trasiego de personas y maletas con una soltura más propia de quien está acostumbrado a viajar, que de quien, como él mismo carece de experiencia en tales circunstancias. Se encarga de coger la maleta de madre y de un salto salva distancia que queda entre el vagón y el andén.

En el andén, Fernando le estrecha mano para despedirse y usando el mismo apelativo que los hombres de su pueblo para dirigirse a sus mejores amigos, le dice a Ricardo:

-Lucha por tu sueño porque lo vas a lograr, compadre, no lo dudes.

****

Han llegado un poco tarde, como siempre, pero como en la recepción de la Residencia ya tienen sus nombres registrados: Jimena Valiente y Fernando Segovia, pueden pasar directamente a la sala de visitas, donde ya están Maite y Ricardo.

-Perdona Maite, otra vez que hemos llegado tarde.

-Nada, Jimena, no te preocupes. ¡Ojalá importara! Venga sentaos, ¿queréis un café?

-¿De esa máquina del demonio? No, gracias. -Fernando se sienta en frente de Ricardo, pero le sigue hablando a Maite. -¿Qué tal está hoy?

-Ya ves, como siempre. Al menos ya se le ha pasado el trancazo que tenía el pobre. Me han dicho las cuidadoras que por fin, anoche durmió del tirón.

-Con lo que tú has sido, Ricardo, fuerte, incansable y ahora… -Fernando no puede seguir hablando. Ver a su amigo en una silla de ruedas y padeciendo alzheimer le parte el alma.

-Siempre me acuerdo de todo lo que se rió cuando me presentaste como tu novia. -Jimena imita la grave voz de Ricardo. -“¿Te vas a casar con la mujer del Cid?”.

-Y, por eso, nos contaba lo del cura de su pueblo cada vez que quedábamos los cuatro juntos. -Recuerda Maite.

Ricardo levanta los brazos hacia su mujer, como hace habitualmente. Un enfermero se acerca corriendo.

-Tengan cuidado, no le dejen incorporarse, que ya no sabe levantarse de la silla.

-¿Que quiere levantarse de la silla? ¡Qué sabrá este alelado! -Dice Fernando bien alto para que lo oigan todos en la sala de visitas de la residencia. -Mi compadre no quiere levantarse, quiere ver de nuevo el vídeo de su hija, ¡nuestra ahijada! -Grita con orgullo, mientras pasa un brazo por el hombro de Jimena.

Maite saca del bolso una tablet que solo sabe manejar para ver una y otra vez el reportaje de Salamanca Televisión dedicado a su hija pequeña. Son los únicos momentos de felicidad que tiene junto a su marido, cuyos ojos vuelven a brillar, cada vez que en el vídeo el locutor pronuncia:

Asistimos a la toma de posesión de Idoia Miranda Belauntzitarrena, Catedrática de indoeuropeo, como rectora de la Universidad de Salamanca.

-Te lo dije, compadre, te lo dije hace sesenta años. Te dije que ibas a lograrlo y lo lograste.




domingo, 12 de mayo de 2024

...Y LLOVÍA



Los sentidos nos despiertan los recuerdos con más fuerza que la memoria, y también rememoramos mejor las sensaciones que los hechos. A fin de cuentas, recordar es volver a pasar algo por el corazón, volver a sentirlo desde el corazón. Experimentar otra vez esa sensación es lo que nos devuelve, por unos momentos, a aquel tiempo, a aquel lugar que recordamos. Cuanto más banal, habitual y común fuera la sensación original, más intensa, conmovedora y personal será su huella recuerdo, más aún, si esos recuerdos evocan las sensaciones de la infancia. Hace unos pocos días se me despertó uno de esos recuerdos. Me ha sucedido a menudo, pero no se lo había contado a nadie, hasta ahora, que el recuerdo es más intenso, conmovedor y personal que nunca

-Este es uno de los sonidos de mi infancia. -Le dije a mi mujer.

El rítmico sonido de los limpiaparabrisas de mi coche me retrotrajeron a un día laborable cualquiera de mediados de los años setenta del siglo pasado, quizás a principios de 1976. Era el mismo sonido, pero lo emitían los limpiaparabrisas de un autobús, muy probablemente un microbús, de la línea que unía Baracaldo con Santurce. Mi madre y yo volvíamos a Sestao, donde nos esperaba mi padre que en esos momentos estaría terminando su jornada laboral. Veníamos de ver a mi abuela en el barrio de Santa Teresa, o quizás de ver a mis abuelos que vivían en Retuerto, un viaje de menos de seis kilómetros, pero que en aquellos años suponía coger dos autobuses.

Si veníamos de Santa Teresa, estoy seguro de que no habíamos ido a la parada más cercana a la casa de la abuela, sino a la que mi madre y mis tías llamaban “la de la tienda de Rafa”. Al ser una parada anterior, había más posibilidad de encontrar asientos libres en el autobús, o que el “micro” parara, ya que en este último solo se podía viajar sentado, y si estaban todas las plazas ocupadas, no paraba, salvo en el rarísimo caso de que algún pasajero quisiera bajar apenas iniciado el viaje. No lo recuerdo bien, pero no debía haber más de un par de paradas entre la cabecera de la línea y la tienda de Rafa que estaba muy cerca del parque de Los Hermanos.

En cualquier caso, los “limpias” del bus estaban funcionando, porque en el Gran Bilbao de aquellos años, llovía y llovía; los chubascos sucedían al xirimiri y los chaparrones a los chubascos, y así, continuamente. Y menos mal que llovía tanto, solían decir los adultos, porque si no, con toda la contaminación que soltaban a la atmósfera las fábricas que, directa o indirectamente, nos daban de comer a todos en la Margen Izquierda, no habría habido forma de respirar. No obstante de esa lluvia, que “limpiaba” el aire, mis padres y toda su generación pagaron con su salud el bienestar y la prosperidad de una sociedad, que desde su actual satisfacción material y digital y su mentalidad adanista y posmoderna, prefiere olvidar que no hace tanto fue pobre y cutre, pero que  todavía más que eso, fue luchadora y trabajadora.

Lógicamente, yo no sabía aún nada de eso, pero había subido a aquel autobús lleno de orgullo, porque mi madre, me había dado dinero para que yo pagara los billetes, como si fuera mayor, y más aún, si luego me decía:

-Guarda tú los billetes, pero que no se te pierdan, que si pierdes los billetes y tenemos un accidente, el seguro no se hace cargo y no nos llevan al médico.

Recuerdo lo importante que me hacía sentir mi madre al hacerme custodio de esos papelitos que en el caso de un accidente nos garantizaban la atención hospitalaria necesaria, y con más motivo debido a que mi hermano estaba, entonces, en el vientre de mi madre. Aunque yo, a mis cuatro años, no entendía que era un seguro, ya sabía lo que un accidente de tráfico podía suponer, ya que mi padre y su jefe sufrieron uno, en el Citroën 8 de este último.

La frase de mi madre se me quedó grabada a fuego, porque después, cada vez que he comprado un billete de cualquier transporte público he comprobado que apareciera la leyenda: “Seguro Obligatorio de Viajeros Incluido”. Claro está que, sin que yo me diera cuenta entonces, además de a ser precavido y responsable, mi madre también me enseñó en esos viajes el valor del esfuerzo, fuera éste grande o pequeño. He de reconocer que me fastidiaba caminar hasta aquella parada, que me parecía muy lejana, pero así podía sentarme a mirar y escuchar los limpiaparabrisas del bus. Y así estoy, sentado en el microbús, junto a mi madre, mientras me dejo fascinar por el cadencioso movimiento y sonido de los “limpias” que se armoniza con la rítmica percusión del chubasco sobre la chapa y los cristales del vehículo.

Yo siempre digo que me gusta la lluvia; nací en Barakaldo, en vísperas del otoño; y también que no me importa conducir bajo la misma. De hecho, tras dos fracasos en el examen de conducir en sendos días soleados, aprobé al tercer intento, en un día lluvioso. Y es que no me cabe duda de que cuando conduzco bajo la lluvia disfruto de la melodía de los “limpias” porque me recuerdan a aquellos viajes en autobús con mi madre.


domingo, 7 de abril de 2024

UNA VISITA INESPERADA (Inspirado en Tolkien y en Andersen)



Este cuento fue publicado originariamente en Estel. Revista Oficial de la Sociedad Tolkien Española, nº 98, Invierno de 2002, pp. 60-61.  Junto a la inspiración en J. R. R. Tolkien y Hans Christian Andersen, debo una parte esencial de la idea del desenlace a Josu Gómez, Eleder en la STE, profesor del alto élfico y actualmente elfo viajero, a quien podéis acompañar en su blog: https://escritura.social/eleder/



Desde luego que no era una noche para salir a pasear, pero menos aún para importunar a las personas decentes aporreando de tan malas maneras la puerta de la casa. Así rumiaba entre dientes el viejo Maggot, mientras se dirigía a la puerta de su casa, e intentaba imaginar por qué sus perros no habían espantado a aquel inoportuno visitante.

-¡Ya va, ya va!.— Gritó, esforzándose en que su tono reflejara todo el fastidio que le había causado tener que levantarse de la cama. Aunque su esfuerzo era vano, ya que la curiosidad por saber quién estaba llamando, era incluso superior a su enfado. De hecho, sus conocidos enfados eran más simulados, que reales, pero si te has creado una fama, te debes atener a ella, y además ¿por qué negarlo?, se divertía mucho interpretando el papel de cascarrabias.

Sin embargo, no tuvo que fingir la expresión de asombro que se le quedó en la cara, impidiendo que de su boca brotaran los habituales improperios que solía dedicar a todos los que le molestaban. Abrir la puerta y quedarse ojiplático, boquiabierto y patitieso fue todo uno. Jamás en toda su vida, había visto un ser más bello que aquella joven que le sonreía con hermosos ojos desde el dintel de su puerta donde los perros revoloteaban con inusitada alegría. 

—Buenas noches, señor mediano —aquella voz era pura música en los oídos de Maggot que ya no pudo prestar más atención al resto del saludo hasta que otra voz, ahora desde dentro del hogar, le llamó.

—¡Señor Maggot! ¿Qué haces levantado a estas horas! ¿Por qué has abierto la puerta?.

El viejo Maggot respondió, sin ser consciente de lo que decía. 

—Una princesa elfa ha llamado a la puerta y nos pide que la alojemos en casa esta noche.

—¡¿Qué elfa, ni qué elfo?! Deja de decir tonterías y vuelve a acostarte.

—Ven, mírala tú misma. 

La señora Maggot no sabía que le había sorprendido más, si la bobada que había dicho su marido, o el dulce tono musical que el viejo cascarrabias había empleado.

El señor y la señora Maggot no tardaron ni un periquete en preparar una improvisada, pero no por ello incompleta, cena con la que agasajar a su maravillosa huésped. Los granjeros se sintieron muy honrados y orgullosos cuando la bella princesa alabó tanto sus hongos, como la forma de cocinarlos.  Verdaderamente le habían gustado, pues con toda la delicadeza del mundo, la elfa les preguntó si podía repetir otro plato de hongos.

Sin embargo, un asunto impedía que la señora Maggot disfrutara totalmente de tan excelente visita. No le preocupaba el arrobo con que su marido contemplaba el rostro de la elfa, porque ¿quién no se deslumbraría ante la visión de una princesa élfica?. Esa precisamente era la preocupación de la señora Maggot, cómo comprobar que su huésped era una verdadera princesa élfica La señora Maggot acababa de tener una idea. 

—Perdonadme, que me levante, pero es que voy a preparar la cama de nuestra invitada. 

A la mañana siguiente, sentadas ante un suculento desayuno, la señora Maggot preguntó a su huésped. 

—¿Qué tal has dormido, mi señora? 

—Su hospitalidad es magnífica, señora Maggot, y le estaré agradecida eternamente, pero apenas he podido dormir. La cama era cómoda, la almohada mullida, las sábanas suaves y las mantas acogedoramente cálidas, pero he sufrido continuos episodios de estornudos, hasta que me he incorporado. Perdóneme, señora Maggot, porque no está en mi intención ofenderla, pero al levantarme, moví sin querer la almohada y…  encontré bajo ella…  pelos de gato. 

La señora Maggot sonrió con satisfacción y le respondió. 

—No me has ofendido, mi señora. Al contrario, me siento honrada y agradecida de que estés en mi casa, princesa. 


domingo, 4 de febrero de 2024

La influencia bilbaína en la obra de Tolkien

 

En El Hobbit anotado, Douglas A. Anderson apunta que “De acuerdo con el Dictionary of Obsolete and Provincial English [Diccionario de Inglés obsoleto y provincial] de Thomas Wright (1857) un bilbo es «una espada española, llamada así por Bilbao, que es donde se fabrican. Un espadachín a veces recibe el nombre de bilboman». De todas formas, no hay ninguna evidencia de que Tolkien derivara el nombre de esa espada.” Comparto el escepticismo de Anderson sobre la nula posibilidad de que Tolkien llamara a Bilbo así, por tal motivo. Sin embargo desde hace tiempo, le estoy dando vueltas a la posibilidad de una influencia vasca, en especial bilbaína, por supuesto, en la obra de Tolkien. A continuación expongo algunas razones que pueden sustentar tal idea. Además, me gustaría que el lector observe lo fácil que se pueden adaptar los nombres de los personajes de Tolkien a la lengua vasca. Por cierto, aviso para puristas, esto no es más que una broma, y creo que Tolkien era un firme partidario del humor y de no tomarse ciertas cosas demasiado en serio.


El protagonista de su primera novela se llama Bilbo, es decir Bilbao. Además Bilbo se apellida Bolsón, a lo grande, como buen bilbaíno. Recordemos que sus habitantes llaman a Bilbao el Botxo, que significa hoyo, agujero, que de hecho, es la forma orográfica de la capital del mundo, situada en La Comarca del Gran Bilbao. Asimismo, los botxeros (habitantes del Botxo, es decir los bilbaínos) son, como buenos hobbits, muy aficionados a beber, a comer y a cantar para recordar que “Un inglés vino a Bilbao…


Está claro que Bilbo bien puede ser un txikitero del Casco Viejo. Por ejemplo, es un mozoviejo, aunque es cierto que hay txikiteros casados, dada la dificultad de los varones vizcaínos para socializar con sus paisanas, la soltería de Bilbo es una señal de su bilbainismo. Además, Bilbo canta, bebe y se va, sin avisar a nadie, por ahí, con la cuadrilla, que está formada sólo por varones. En su caso, se va con la cuadrilla de Thorin Escudo de Roble de Gernika, cuadrilla a la que, por cierto, Bilbo ha pagado la primera ronda. Después la cuadrilla de Thorin, aconsejada por Gandalf Olorinzurruza, que es de Balmaseda, se va con Bilbo al caserío de Beornandia, un aizkolari que ejerce de pastor en el monte Gorbea y de apicultor.


Cuando Bilbo se retira, se va a un resort todo incluído, y le deja toda su herencia ¡será por dinero! a su sobrino Frodo, diminutivo de Frodorikoitz. En la herencia se incluye una baratija que Bilbo le ganó a  Sméagol Gollumzarreta en una apuesta. Frodo es otro mozoviejo que también se va con la cuadrilla formada sólo por varones. Haciendo la ronda llegan a casa de Elrondanea. Allí se les juntan Aragornetxea de Urdaibai, Legolasbeitia de Getxo, Gimligomezkorta de Kortezubi, además de Gandalf Olorinzurruza y Boromirgoiena que, aunque es de Vitoria-Gasteiz (la ciudad blanca, donde hacen la ley) es más borono (nombre de un pan de maíz típico del País Vasco y apelativo con el que se designaba a los que que carecían de modales y refinamientos) que patatero.


Tiempo después Frodo y Samsagazgoitia se encuentran con Sméagol Gollumzarreta. Gollumzarreta  después de perder la apuesta con Bilbo, le dió por beber vino peleón en vez de rioja y comer sushi en vez de bacalao al pil-pil, y por eso se le fue la olla del todo. Samsagaztigoitia, que solo bebe rioja y es el encargado de cocinar en el txoko, no aguanta a Gollumzarreta por los horribles pecados gastronómicos de éste último.


Por otro lado, Pipintokia y Merribai, los otros dos de la cuadrilla de Frodo, se juntan a pimplar con cualquiera que les ofrezca algo de beber. Primero beben con los orcos (nótese que deriva de la palabra mozkor: borracho) y después con los ents que son los primos de los basajaunak que viven en la Tierra Media. 


Aragornetxea, Gimligomezkorta y Legolasbeitia con Olorinzurruza se han ido a dar una vuelta por Errohanaldea, en La Llanada, donde todo se celebra a base de jarras de cerveza. Desde allí, se fueron a buscar a los protagonistas de la canción “pobrecitos, los borrachos que están en el camposanto”. Sin embargo, estos muertos no estaban en la Gloria de Eru, porque faltaron a una ronda de vinos con el Rey de Gondoragabia. Aragornetxea les demuestra que él es Elesarri, el legítimo rey de Gondoragabia y Arnorakaldo, y les ofrece su perdón y la posibilidad de disfrutar del descanso eterno, si le ayudan a evitar que unos piratas arruinen las fiestas de la Ciudad Blanca.


Mientras tanto, Gollumzarreta se empeña en recuperar su baratija, con las malas artes de un jugador tramposo de mus. Sin embargo, no ha tenido en cuenta que Saurondorrea, el primer dueño de la baratija, también la quiere recuperar. Hay demasiada gente desea la baratija, así que Tolkien opta por una solución de madre bilbaína: la baratija para ninguno: se manda a tomar viento fresco o caldo hirviendo el anillito y se acaban las tonterías.


Finalmente dos de la cuadrilla de Frodo, amplían sus horizontes vitales, abandonan la soltería y se apartan, paulatinamente, de la cuadrilla. Aragornetxea se casó con Arwene Undomielgi, su novia de toda la vida y Samsagazgoitia con Errose Kotoa, la chica más lista y guapa de su pueblo.

viernes, 29 de diciembre de 2023

EL CAMINO A BELÉN


¡Vamos, Astotxo, venga, qué vamos a llegar tarde! Sí, ya sé que llevamos más de seis meses caminando mucho, comiendo poco y durmiendo mal. Pero justo, por eso mismo, ya que hemos llegado hasta aquí, tenemos que esforzarnos más, y llegar hasta ese pueblo llamado Belén. Ese fue el lugar que nos dijo el criado del sabio persa que vimos ayer, ¿no?. Quizás deberíamos habernos unido a su caravana, pero esos animales tan raros que montaban no me daban buena espina, ¿cómo pueden tener las patas tan largas? ¡La cantidad de cosas extrañas que nos estamos encontrando desde que salimos de Oiz!

¡Eh, mira, ahí arriba! ¿ves la Estrella?, cada día que pasa brilla un poco más, porque está a punto de llegar. No, yo tampoco sé muy bien quién va a llegar. Pero, cuando, a principios de primavera, resplandeció en el cielo la más brillante de las estrellas, sentí que esa estrella me anunciaba que alguien me llamaba a acudir a su llegada. Ya sé que es muy extraño, y yo tampoco lo entiendo, pero desde entonces sé que tengo que conocer al que va a llegar.

Sí que es raro todo esto, porque según nos acercamos a Belén me siento más descansado, tranquilo y feliz, y eso que buen susto nos llevamos aquel día ¿eh?. ¿Te acuerdas que me tuve que tirar de cara al suelo, porque pensé que me iba a quedar ciego?. Y tú rebuznaste y pateaste como cuando un rayo quemó el Gran Roble donde se juntaban los gigantes a descansar después de hincar las Piedras Largas en el suelo. Bueno, o al menos eso nos contaba padre sobre las Piedras Largas, y a él se lo contó el suyo, quien decía que el padre del padre de su padre vió una vez a uno de esos gigantes medio dormido junto al roble.

Pero, ¿qué te pasa? ¿qué has oído?, tranquilo, Astotxo, tranquilo. Bueno, bueno, nos salimos del camino, que te has asustado, y tu buen oído ya nos ha salvado más de una vez. Ah, ya lo oigo yo también. Son soldados, soldados romanos. No parece una patrulla, ni un destacamento de castigo, pero tienes razón, mejor nos escondemos hasta que pasen de largo.

Claro, por eso nos hemos encontrado tanta gente en los caminos, desde que hemos entrado en este país y están todas las posadas llenas. El César de Roma ha decretado que todo el mundo se empadrone en su ciudad de origen, pues bien lejos estamos de casa nosotros. Pero, bueno, de momento nosotros a lo nuestro, que es llegar a Belén, y los asuntos del César, para el César.

Mira, mira, Astotxo ese pueblo debe ser Belén, no parece un sitio importante, a ver si nos hemos equivocado. Pero fíjate, que la Estrella, está ahí, a las afueras del pueblo. No sé qué decirte, la Estrella señala justo ahí, pero parece un establo o una cueva, no sé, no sé... Eh, ¿a dónde van esos pastores con tanta prisa?. ¡Van hacía donde está la estrella! Venga, vamos con ellos, que se les ve ilusionados y parecen conocer bien el camino.

¿Has oído lo que han dicho? Que un mensajero del Señor de las Alturas les ha anunciado que ahí, a las afueras de Belén, ha nacido el Salvador para toda la humanidad y que aunque es el Señor de todas las criaturas, lo encontraremos envuelto en pañales, reclinado en un pesebre. ¿Será cierto que el Señor de las Alturas no nos ha abandonado, que nos va a salvar de la Oscuridad de este mundo, como decían las profecías del Viejo Baskardo?. Si no hubiera visto sus caras radiantes de felicidad y no hubiera oído en sus palabras la belleza de la Verdad, pensaría que a esos pastores se les fue la mano con el vino, pero ni estaban ebrios, ni mentían; lo que han contado es cierto.

Ya sé que no ves nada con tanta gente, Astotxo, ya te cuento yo. Un muchacho se ha adelantado, con pasos tímidos, entre la muchedumbre, y está tocando maravillosamente un tambor. La melodía me recuerda a las que se tocan en la montaña, casi me parece oír a padre tocando para madre. Todos los días tocaba para ella, hasta que madre murió. Nunca más volvió a tocar. Son recuerdos muy dolorosos, Astotxo, pero hay algo en la música de ese pequeño tamborilero que enjuga mi tristeza y sé que tiene que ver con el niño que ha nacido. Acerquémonos más, que quiero verlo.

Mira que justo ahora lo está levantando su madre. Su madre es bastante más joven que yo, pero en sus ojos veo los de madre, en sus manos veo las de madre. Es como volver a ver a madre. Y su marido, José me han dicho que se llama, bien se ve que es un trabajador; fuerte, serio, no dice nada, pero ¡con qué cariño le ha preparado un asiento a su esposa y con qué ternura sostenía al niño mientras ella se sentaba!. Y el niño nos mira y sonríe, ¡nos ha conocido Astotxo!. Él nos llamó porque nos ha elegido para que llevemos a las montañas la noticia de que ha nacido el Hijo del Señor de las Alturas, y que empieza un nuevo tiempo, el Tiempo de lo Bueno, que yo, Onentzaro, conmemoraré cada año.





LA CARTA DE MELCHOR

  En el Palacio Invisible de Melchor. Cima del Monte Ararat, junto al Arca de Noé a 2 de enero de 2024: Queridos L…. y A….: Como Gaspar ...