miércoles, 24 de septiembre de 2025

SEPTIEMBRE DE 1939

Día 1, por la mañana.


-¿Hola?


-Ronald, ¿has oído las noticias en la BBC. Los alemanes han invadido Polonia -La voz del teléfono era tan inconfundible, como notable era su tono desolado.


-Sí Jack, estaba escuchando la radio con Edith. Me habría gustado equivocarme, pero esto es lo que sucede cuando se accede a los deseos de idólatras y profanadores. 


Día 1, por la tarde.


Fred Bolger había sido elegido representante de los alumnos de Lengua y Literatura dos semanas atrás. Su elección le había sorprendido y apesadumbrado a partes iguales. Su extremada timidez unida a sus escasas habilidades sociales y a su, tendente a la redondez, constitución hacían que Fred no se viera a sí mismo como el candidato ideal. Aunque era un joven muy inteligente y perspicaz, con un corazón y un sentido de la justicia tan grandes como su cintura, Fred dudaba si su elección se debía a estas cualidades suyas o a alguna suerte de broma, más cruel que amable, de sus  compañeros.


Mas en ese momento la mayor preocupación de Fred era cómo afrontar desde la Delegación de Estudiantes la probable guerra entre su país y Francia contra Alemania. No dudaba de que su país debía pararle los pies a ese tirano de Hitler, pero también sabía que esa guerra iba a costar la vida de muchos ingleses y franceses, y también de muchos alemanes. Además, el ejército alemán parecía imparable, hasta ahora había aplastado fácilmente a todos sus enemigos, y Fred empezaba a temer que ni siquiera el ingente Imperio británico pudiera derrotar a los alemanes. Era aterrador pensar en las comarcas inglesas arrasadas y ocupadas por la maquinaria de guerra del III Reich. Sumido en esos pensamientos, Fred miraba, distraído, las manchas de las baldosas del vestíbulo del Pembroke College.


-Yo también suelo hacer eso, muchacho.


-Oh, perdón profesor, disculpe, por favor.


-No hay nada que disculpar. Ya te digo que yo también busco dragones en las manchas de las baldosas.


-¿Dragones, profesor Tolkien?


-Sí claro, por supuesto que sí, señor…


-Bolger, Frederick Bolger, profesor. -Dijo Fred estrechando tímidamente la mano del profesor. -Este curso voy a ser alumno suyo. Eso espero al menos. Me encantaría terminar mis estudios, pero si Gran Bretaña va a la guerra contra Alemania y me movilizan, cumpliré con mi deber de inglés.


-¡Por eso estaba usted tan distraído mirando al suelo! Le comprendo perfectamente, yo combatí en la Gran Guerra, ¿sabe?, eso era el horror…


-Si me permite que le interrumpa, profesor, me gustaría exponerle una idea  que se me acaba de ocurrir, porque, estoy seguro de que, si no tiene inconveniente, usted podría ayudarnos a mí y a todos los estudiantes del College.


Día 2, por la tarde.


“...No creo haber sido un buen soldado, pero cumplí con mi deber y defendí a mi país con todas mis fuerza y con todo mi empeño cuidé de mis hombres, que demostraron ser mejores que yo en todos los aspectos, A ellos les debo haber vuelto con vida de las trincheras a pesar de que aún sufro las secuelas de la fiebre.


Sin embargo, la mayor y más profunda herida que me dejó la guerra fue la muerte de mis amigos. Fuimos los cuatro a alistarnos juntos: dos murieron en los campos de Francia y el tercero volvió a Inglaterra con la mirada perdida, como si buscara un punto situado a mil yardas de él.


Por eso, espero que no se extrañen de que me aterrorice la posibilidad de una nueva guerra y más aún, teniendo hijos que, como ustedes, podrían ser movilizados, y morir en el frente, porque ningún padre debería enterrar a sus hijos, así que rezo a nuestro Salvador para que Hitler se retire de Polonia antes del fin del  ultimátum. Pero me temo que por los delirios, la arrogancia, la maldad y la ignorancia de Hitler, el gobierno de Su Majestad se verá obligado a declarar la guerra de Alemania. Entonces seguiré detestando la guerra, pero también les digo que será nuestro deber aportar todo lo que podamos al esfuerzo de Inglaterra para derrotar a Alemania.


No piensen que digo esto solo por fervor patriótico. Amo a nuestro país, a la campiña, a los bosques, a su gente sencilla y también amo la belleza de nuestra lengua en los viejos cuentos. Esos viejos cuentos que los nazis han pervertido para convertirlos en la justificación de sus crímenes. Lo mismo  que los nazis han mancillado la antigua lengua del Norte para convertirla en el supuesto espíritu de una raza superior que no existe más que en sus sueños de enajenados.


Todos los hombres compartimos el mismo origen, el mismo barro modelado por Dios que aunque caído y pecador todavía ostenta la dignidad y toda libertad que Dios le otorgó a todos sus hijos de cualquier nación, lengua u origen. Y Hitler quiere arrebatar la dignidad y la libertad a la Humanidad.  No me refiero a la libertad de la que se habla en el Parlamento, ni a la inexistente libertad producto de la revolución bolchevique, ni a la libertad asesina, racista, egoísta y profana que predica Hitler.


Me refiero a la libertad de cada hombre y mujer para elegir su camino para hacer el bien, para amar a su familia y al prójimo. Libertad que es destruida cuando los nazis clasifican a los seres humanos por su religión, por el tono de su piel o por su lengua. El racismo pretende convertir a los seres humanos en sujetos dependientes de un destino inexorable al servicio de la locura de Hitler. Ese destino de esclavitud y muerte que no solo es un abuso de los viejos mitos del antiguo Norte, sino que también es una blasfemia contra Nuestro Señor que nos dió la vida y la libertad, y a quien debemos amar sobre todas cosas…”


Día 3, por la mañana.


Ronald abraza a Edith mientras escuchan la BBC.


“...Por segunda vez en la vida de la mayoría de nosotros estamos en guerra…”


 

 


miércoles, 23 de julio de 2025

UNA HISTORIA AFRICANA

  Como cada Luna después de la temporada de lluvias, se iba a celebrar en la Gran Charca, la asamblea de los Pueblos que Caminan, y como siempre, los anfitriones: el pueblo de los Juncales pensaba más atención en la fruta y las raíces que en la visita de los Buscabichos y sus estúpidas sobre la comida y la familia. Sin embargo, los Buscabichos, aunque ellos se llamaban a sí mismos los Inquietos, dado su natural carácter curioso y audaz, acudían a la reunión de muy buen ánimo y albergando grandes esperanzas en el éxito de la propuesta que tenían para los Juncales. Sabían que a los Juncales ni les gustaban ellos ni las novedades, pero si los Inquietos hubieran dudado de sus ideas, nunca habrían bajado de los árboles, y serían como los Piesblandos que no se atrevían a caminar a dos patas, y ya no participaban en las Asambleas.

  La Madre de los Inquietos se sentó frente al Mandón de los Juncales y después de intercambiar los protocolarios saludos, aunque sin la efusividad e intensidad con que los Inquietos se saludaban entre ellos, le expuso con entusiasmo su propuesta.

  -Tú crees que todo tu pueblo piensa como tú, y es cierto que os cuesta pensar de otra manera. Sin embargo, te equivocas. Hay uno entre los vuestros, un joven despierto y valiente, que ha sabido apreciar las cualidades de los Inquietos, hasta tal punto que desea unirse a una joven de nuestro pueblo. Esa joven es la más inteligente y audaz de los Inquietos, no de los que ahora caminamos bajo el Sol, sino de todos los que caminaron antes que nosotros. Esa joven es mi hija, Lascas. Y el joven del pueblo del Juncal que desea unirse a mi hija es tu hijo.

  La alegría de las caras de los Inquietos contrastaba con la sorpresa de los rostros de los Juncales, como contrastaba la pálida Luna con el Sol abrasador. El más sorprendido de todos ellos era el Mandón. Apenas había entendido los gestos y sonidos de la Madre, demasiados gestos, demasiados sonidos y a demasiada velocidad, pero estaba seguro de haber captado el sonido de “hijo”, el de “hija" y el inconfundible y explícito gesto de los inquietos para “unirse”. Mientras que los Juncales frotaban sus antebrazos para producir el sonido de “rozar la piel”, los Buscabichos balanceaban la pelvis al tiempo que chillaban rítmicamente. El Mandón se sentía tan confuso como indignado, y estuvo a punto de lanzar una dentellada a la garganta de la Madre. “Quizás sea el momento de comprobar si es tan bueno comer carne como dicen estos zarrapastrosos”, pero la severa mirada de su compañera le frenó en seco.

  En ese momento, su hijo se atrevió a algo que ni siquiera se le habría pasado por la cabeza a ningún Juncal: dirigirse a su padre, y menos aún siendo éste el Mandón, sin que le hubieran dado permiso para hacerlo. 

  -Me voy a ir con ella, es la compañera que cualquiera pudiera soñar y será la madre de un nuevo y gran pueblo. Yo abandonaré nuestra charca, y ella abandonará la linde de los árboles. Nos iremos lejos, hacia donde el Sol está más alto. Allí tiene que haber agua, árboles, juncos y carne para comer y nuestro pueblo será fuerte y resistente como los Juncales y valiente y sagaz como los Inquietos. Padre, no intentes detenerme, ni ataques a los Inquietos por esto. Te quiero y te admiro, pero,al igual que tu padre y el suyo antes que el tuyo, te niegas a reconocer que la charca es más pequeña que cuando te uniste a mi madre, y que aquí ya no hay futuro para mis hijos.

  Una segunda sorpresa ya era demasiado para el viejo Mandón. Por primera vez en su vida no sabía qué hacer. Castigar a su hijo suponía derramar su sangre y no castigarlo suponía perder a su pueblo y traicionar a sus antepasados. Mientras tanto, una hiena que había llegado guiada por el olor de los reunidos saltó sobre la compañera del Mandón. Sin embargo, no pudo alcanzar su objetivo. Con una agilidad y velocidad inesperada, Lascas se interpuso entre el depredador y su presa. Forcejeó con la hiena que le clavó los dientes en la pierna e intentando zafarse de su enemigo, Lascas llegó hasta la orilla de la charca, alcanzó un guijarro desgastado y le cortó el cuello al animal. Había acabado con la alimaña, pero sabía que ella también iba a morir.

  -Comeos la carne de la bestia y no temáis nunca más a las fieras. Con esto, la sabana será vuestra.

  Murió mientras levantaba el guijarro teñido con la sangre de la hiena.


*******************


  -Pero, ¿cómo os puede gustar esa música?. Por el amor de Dios, entre este Sol y ese ruido producto de las alucinaciones de esos hippies no puedo trabajar.

  -Venga hombre, parece mentira que seas más joven que nosotros. Qué rancio eres. Si por ti fuera todavía estaríamos subidos a los árboles, como los primos de nuestros amigos Huesitos. Desmelénate un poco, tío. Que a mí también me gustan Bach y Vivaldi, y me emociono con el final de Turandot, y mira, apostaría algo a que a Mozart le habrían encantado los Beatles. Pam, intenta convencerle tú de que “Lucy Sky with the Diamonds” cambiará la historia como el “Va pensiero” de Verdi.

  -Y mucho más de lo que imaginas -gritó Pam exultante- ¡John, dile a Julian que acabo de encontrar la tibia de su Lucy!

martes, 18 de febrero de 2025

¿COMPLICADO?

 ¿COMPLICADO?

“El mundo es difícil y la gente es muy complicada” Eso es lo que me digo a mí mismo todos los días. Aunque no es lo que la mayoría de la gente me dice a mí. Ellos siempre me dicen que en realidad todo es muy fácil, que si me fijo en lo que hace la gente y me esfuerzo lo suficiente, podré entenderlo todo y además ellos me entenderán a mí. Porque para ellos yo soy muy complicado.

Quizás podrían esforzarse ellos en entenderme a mí. Ya que piensan que es tan fácil, poniendo un poco de esfuerzo y de atención a lo que yo hago y digo, podrían hacerlo. Claro que nunca les respondo esto, pero no puedo evitar sonreir mientras lo pienso y ellos deducen que estoy de acuerdo con lo que me dicen. Eso sí que no lo entiendo. Si ellos sonríen continuamente sin motivo, incluso me atrevería a decir que en muchas ocasiones sonríen de mentira; yo sólo sonrío con motivo y de verdad, que conste; ¿por qué tienen que pensar que sonrío para darles la razón, para mostrarles que me voy a esforzar en entenderles? ¿Por que no son capaces de darse cuenta de que yo estoy pensando en otra cosa? Me dicen que yo soy complicado, pero luego se hacen la ilusión de que saben interpretar correctamente mis gestos.

No estoy seguro, pero creo que no son conscientes de que ellos son tan complicados como lo soy yo, o que, por lo menos, yo no soy más complicado que ellos. Quizás ahí esté buena parte de la clave para afrontar mi condición. Me gusta esa palabra porque no significa ni problema, ni algo determinante e insalvable, sino que simplemente, me condiciona. Ellos caminan por un terreno bien allanado y señalizado, aunque muchas veces parece que desean buscar un terreno sin señalizar, y plagado de baches y vallas, en cambio, yo sí que tengo que avanzar por un sendero sin señalizar y salpicado de baches y vallas, que a veces puedo saltar y otras veces no.

Pero sí, esa ha sido la clave para afrontar mi condición y poder saltar más fácilmente la vallas y baches que cada día aparecen en mi camino: desde que, después de mucho tiempo de incomprensiones propias y ajenas, me diagnosticaron mi TEA, mi autismo, soy consciente de que el mundo es difícil y que la gente es muy complicada, mientras que ellos se empeñan en que el mundo parezca complicado y en creer que la gente es fácil. Porque ahora, que sé cuál es mi condición, aunque sea de una forma muy diferente, entiendo al mundo y a la gente mejor que ellos.


miércoles, 29 de enero de 2025

PAN

 

Ana lleva casi ya dos horas pegada a la ventana, con el móvil en la mano. Roque le envió un whatsapp, a eso de las cuatro de la tarde, al terminar el reparto del pan por los pueblos. Hace un rato que está nevando y bien se puede tardar hora y media en bajar desde el Alto de Bedón hasta Villarcayo, pero ya debería estar a punto de llegar. Duda si llamarle o no, porque, a pesar de que Bego consiguió que su padre instalase un dispositivo de manos libres, a Ana no le gusta que su marido atienda el teléfono mientras conduce. Diez minutos, se dice a sí misma, si en diez minutos no ha llegado, le llamo. Antes de que se cumpliera ese plazo, suena el móvil de Ana, sin embargo, no es el nombre de Roque el que aparece en la pantalla, sino el del sargento Pereda, el comandante del puesto de la Guardia Civil.

Roque no reconoce la habitación donde se ha despertado con todo el cuerpo dolorido. Oye voces en la habitación de al lado, y no sin cierto temor, pregunta:

-¿Hola? ¿Quién hay ahí?

Varios rostros conocidos entran en la habitación. Ver todas esas caras, en especial la de su esposa, Ana, que corre a abrazarlo, tranquiliza a Roque, aunque sigue sin comprender nada de lo que está pasando.

-¡Vaya susto que me has dado, bueno, que nos has dado a todos! Cuando me llamó Pereda para decirme que habías tenido un accidente… ¿Por qué no te quedaste en Bedón, en casa de Fonso y Marta, hasta que se hiciera de día y quitaran la nieve de la carretera? Y, así, no te arriesgas por esos caminos dejados de la mano de Dios. Me llamas desde allí y ya me quedo yo tranquila y Bego también, que me ha costado convencerla para que no viniera desde Bilbao hasta que se pudiera pasar por El Cabrio y por Bocos. He avisado a Carlos, el de la Diputación y a pesar de estar jubilado, ha logrado con un par de llamadas que enviaran urgentemente las quitanieves a despejar los puertos y en cuanto los han abierto, ha ido él mismo a Bilbao para que Bego no tuviera que conducir estando nerviosa, ya estarán por El Crucero. Pero tenías que haber esperado en Bedón.

Hace un par de años que operaron a Ana de un tumor, la operación fue un éxito, y aunque ella aún sufre varias secuelas por la radioterapia, todas las pruebas que le han realizado señalan que ya no hay rastros de cáncer en su organismo. Sin embargo, Roque no ha superado todavía el miedo a perder a Ana por la enfermedad y ahora necesita oír todas las noches como su mujer respira al dormir, pero es demasiado vergonzoso como para decírselo a ella y menos aun en público.

-¿Accidente, qué accidente?

-Un vehículo, que no llevaba las cadenas puestas, perdió el control en una de las curvas entre Butrera y Torme, justo en el momento en que te cruzabas con él. Ambos vehículos caísteis por un terraplén, dando varias vueltas de campana. -El sargento se esforzaba en mantener el tono profesional, pero era evidente que se había temido lo peor cuando vio el estado de la furgoneta de su amigo. -El cinturón de seguridad te salvó la vida. El otro conductor no lo llevaba y ha fallecido. Menos mal que tu hija estudia para teleco, y te tiene bien configurado el aviso automático de la aplicación AlertCops, para que recibiéramos tu localización enseguida, pero era muy difícil llegar hasta el lugar del accidente, incluso con el nuevo todoterreno del puesto. Y para la ambulancia era imposible. Entonces fue cuando la cabo Silva me dice que va a avisar a su amigo Román, para que nos abra camino con el tractor y una pala de excavadora. La dotación del puesto no me responde tan rápido como Román a la cabo. Tenía el tractor preparado con la pala antes de que llegáramos nosotros a Torme.

-Es que, por Roque, lo que sea, que es más que nuestro panadero, es nuestro amigo. -Interviene Román con las mejillas más sonrosadas de lo habitual. -Él siempre está pendiente de todos en los pueblos del Trema, aunque viva poca gente, aunque no le sea rentable llegar hasta algunas casas, a ningún vecino del valle le ha faltado nunca una barra de pan desde que Roque abrió la panadería. ¿Verdad, Nila?

A Román le arden las mejillas y necesita que su juiciosa vecina le tome el relevo.

-Desde que Dámaso primero y Tomás después se jubilaron, tenemos que bajar a Villarcayo para hacer las compras, y la gente mayor dependemos de que alguien pueda llevarnos. -Nila se acerca a Roque -Al menos, gracias a ti tenemos pan todos los días en la puerta de casa, y no solo pan. Nos das un rato de conversación a los que estamos solos, y a mí me has sintonizado los canales de la tele un montón de veces, y a más de un vecino del valle le ha atendido el médico porque has llamado a urgencias, si nadie respondía al timbre cuando llegabas con el pan. Para los vecinos de los pueblos del Trema, Ana, Bego y tú sois parte de nuestras familias. Por eso, todo el pueblo se ha volcado con vosotros, aunque, como todos sabemos, Román tenía otro motivo más.

Hasta Roque, a quien le sigue doliendo todo el cuerpo, se une a la risa generalizada para decir:

-Silva, Román, esto es un pueblo, aquí se sabe todo…, id anunciado vuestra boda, que de que en el banquete se coma el mejor pan del mundo, me encargo yo.

viernes, 10 de enero de 2025

LA CARTA DE MELCHOR


 En el Palacio Invisible de Melchor.

Cima del Monte Ararat, junto al Arca de Noé a 2 de enero de 2024:


Queridos L…. y A….:

Como Gaspar y Baltasar no han llegado aún, voy a escribiros yo la carta, bueno en realidad se la dicto a Qatuqabu y él la transcribe em un aparato de esos que los que somos muy mayores como yo, ya no sabemos manejar. ¡Ay, me acuerdo de cuando usábamos un punzón para escribir sobre tablillas de barro fresco, y qué gran revolución fue cuando los egipcios nos enseñaron a escribir sobre papiros! Supongo que a los que eran muy mayores cuando yo era joven (sí, yo también fui joven, pero ni siquiera Baltasar y Gaspar se lo creen) también les costó acostumbrarse al papiro, después de haberse pasado toda la vida escribiendo sobre tablillas de barro. Pero bueno, yo no tengo que preocuparme ya de eso, que como sabéis Qatuqabu sabe manejar a la perfección cualquier instrumento que sirva para escribir. Es el mejor escriba de la Historia, y me da mucha pena que su talento no sea tan reconocido como se merece. En este momento, Qatuqabu me pide permiso para escribiros él directamente. Por supuesto, Qatuqabu, la carta también es tuya. 


Para mí es un gran honor y una gran suerte transcribir las cartas de Sus Majestades, porque puedo ayudar a repartir ilusión y felicidad a los niños y a los adultos del mundo., Ojalá pudiera escribir también a todos los niños que ahora están pasándolo muy mal por la guerra y el hambre, cuando deberían estar jugando y aprendiendo para tener un futuro mejor. Y ojalá pudiera escribir también a todos esos que, con sus actos o con su pasividad, hacen sufrir a otros seres humanos y a la Naturaleza para recordarles que están agrediendo a los hijos y a las hijas de Dios y al resto de sus criaturas. Desde aquí, vemos y oímos como estallan las bombas de las guerras que están sucediendo al norte y al sur de Ararat y es aterrador, de verdad, que es aterrador.

Perdonad, que no quiero poneros tristes, pero es horrible lo que pasa demasiadas veces en el mundo. Aunque también sé que hay personas maravillosas en el mundo, que se preocupan de los demás, y que hacen como vosotros dos que ofrecéis vuestro tiempo para intentar hacer un mundo mejor, y que allí donde vais os esforzáis en crear un ambiente agradable para todos los que os rodean.


Ya os lo hemos dicho muchas veces, ¡qué buen tipo es Qatuqabu! Y Baltasar, Gaspar y yo sabemos que vosotros también lo sois. Nos los dicen muchas veces vuestros padres, y que están muy orgullosos de vosotros. Sí, ya sé que, a veces, os regañan, pero eso también es parte de la tarea de ser padres, y a todos nos regañaron nuestros padres cuando éramos niños y adolescentes.

Si no se lo decís a nadie, os cuento una vez que me regañaron a mí. Ya os contó Baltasar hace años que mi Palacio Invisible está construido con madera del Arca de Noé. Fue mi abuelo Hayk quien decidió construir el Palacio con madera del Arca como homenaje a su antepasado Noé, porque cuando mi abuelo llegó aquí, desde Babilonia, se encontró los restos del Arca en muy mal estado. Lo que pasó es que como aquí en la cima del monte Ararat hace mucho frío, estamos a  más de cinco mil metros de altitud, hace falta mucha leña o carbón para calentarnos, pero por aquí no hay vegetación, porque  en el suelo hay una capa de decenas de metros de nieve durante todo el año. Así que mi abuelo hizo un trato con unos mercaderes fenicios para que ellos le trajeran leña de los cedros de su país y carbón que compraban a un montañés que vivía al otro lado del Gran Mar y que nos lo encontramos también cuando fuimos a Belén a adorar a Jesús. A cambio, ellos podían llevarse toda la nieve que cupiera en sus carros, para conservar el pescado en su país, donde en verano hace mucho calor. Por cierto, aquel carbonero montañés nos sigue proporcionando el carbón que llevamos a los que se portan mal.

En uno de aquellos inviernos durísimos, tendría yo doce o trece años, a uno de mis primos mayores se le ocurrió gastarle una broma al abuelo. Mala idea. Mi primo Kadmos, que había vivido muchos años lejos de Ararat, no sabía que mi abuelo tenía muy mal humor y que hay cosas con las que no se juega. Tomamos “prestado” un haz de leña de uno de los carros de los fenicios y nos acercamos a donde estaban los restos del Arca. Allí, Kadmos prendió la leña y cuando logró que hiciera mucho humo volvimos corriendo a Palacio, gritando:

-¡El Arca! ¡el Arca de Noé se está quemando!

Todos en Palacio acudieron corriendo a sofocar el fuego, temiendo lo peor, que el Arca se hubiera quemado y hubiéramos perdido la reliquia sagrada para siempre. Pero cuando los adultos llegaron hasta el fuego y vieron lo que pasaba, enseguida se dieron cuenta de lo que había sucedido. Todos, y especialmente el abuelo, se enfadaron mucho con Kadmos y conmigo. Nos cayó la mayor bronca de la historia de nuestra familia, y a Kadmos y a mí nos castigaron a tener que descargar, sin ningún tipo de ayuda, los carros de leña y carbón de los fenicios cada vez que éstos vinieran y hasta que al abuelo se le pasara el enfado. ¡Siete años le duró el enfado!

Hemos tenido que parar un buen rato porque a Qatuqabu le ha dado un ataque de risa con la historia de mi castigo. Él ya la había oído más veces, pero siempre que se la cuento se ríe muchísimo. En este rato han llegado por fin Baltasar y Gaspar, así que con sus saludos puedo acabar la carta.

Dad muchos recuerdos a mamá, papá,  los abuelos, la yaya, los tíos, los primos y a vuestros amigos. L…., este año te toca hacer la EBAU, no te agobies, es un examen más, si trabajas bien, la aprobarás y sacarás buena nota. A…., este es tu primer curso en el Instituto, ya has visto que es diferente al Cole, pero si sigues trabajando como siempre, sacarás el curso tan bien como hasta ahora. Disfrutad del ajedrez y del rugby, son dos deportes geniales para desarrollar los valores que de verdad importan para ser buenas personas. Y seguid siempre en vuestro camino de scouts la Luz de Jesús Rescatado, con la intercesión de su Madre, Nuestra Señora de las Angustias.


Con cariño de vuestros Reyes Magos, escriba, y sobre todo amigos:.


Melchor, Gaspar, Baltasar y Qatuqabu.



jueves, 9 de enero de 2025

Una carta del rey Baltasar.

 Palacio Invisible de Baltasar, custodio del Arca de la Alianza, Lalibela, Etiopía, a 4 de Enero de 2025


 Mis queridos Lucía y Ander:


 Este año soy yo, Baltasar, quien tiene la suerte de dictarle vuestra carta al gran escriba Qatuqabu, en nombre de los tres Reyes Magos, desde mi Palacio en Lalibela donde, como solo algunos elegidos saben, mi familia custodia el Arca de la Alianza desde que la trajo mi antepasado Menelik I desde Jerusalén hace casi 3.000 años. El Arca que encontró Indiana Jones es una de las varias copias que Menelik mandó esconder en ciertos lugares importantes del mundo antiguo, para evitar que la verdadera cayera en manos de los poderes oscuros de este mundo, como los nazis a los que se enfrentó el doctor Jones.


  Antes de que se me olvide, os envío muchos besos y abrazos de parte de Melchor y Gaspar, que al igual que yo, han estado muy pendientes de vosotros este año. Nos hemos puesto muy tristes en los momentos tan duros que habéis vivido. Pero también hemos disfrutado mucho con todas las ocasiones en que habéis conseguido aquello que deseabais desde muy pequeños como la Graduación de Lucía en Bachillerato y su brillante acceso a la Facultad de Educación, al mismo tiempo que ha entrado en la Agrupación Ruta de los Scouts de Salamanca. También nos encanta el gran desempeño de Ander como pilier del Salamanca Rugby Club. Me cuenta Qatuqabu que Gaspar se ha pasado todo el año viendo partidos de rugby y está entusiasmado con este deporte. Fijaos que me ha pedido que a la vuelta a Etiopía me desvíe hasta Sudáfrica y que le traiga un balón oval. No se da cuenta de que África es muy grande y que la nación Arco Iris está muy lejos de mi casa. Y además de jugar bien al rugby A…. sigue sacando muy buenas notas, y siendo todo un Ranger de los Scouts de San Pablo. Me encanta que estudiéis mucho los dos, recordad que como soy descendiente de dos grandes sabios: Saba y Salomón, sé que el conocimiento es un tesoro para la Humanidad.


 Aunque de lo que más nos alegramos es de ver como crecéis en los valores que distinguen a las personas que hacen de este mundo un lugar mejor.


  Nos da mucha esperanza comprobar que vosotros y más jóvenes no seáis indiferentes a las guerras que desangran Ucrania o la tierra donde nació Jesús y otros muchos lugares de los que llegan noticias a Europa. Como tampoco sois indiferentes a las catástrofes que suceden cuando no se escucha a la Naturaleza, como en la horrible inundación que se ha sufrido en varias provincias del este y sudeste de España, en especial en Valencia, o a los graves problemas económicos y sociales a los que se tienen que enfrentar muchas familias en la misma ciudad de Salamanca. Seguid así, promoviendo un mundo mejor, desde el Instituto y la Universidad y con vuestro compromiso con la Congregación de Jesús Rescatado y Nª Sª de las Angustias, el Movimiento Scout, el rugby, y el arte. 


  Mientras tanto esperamos que os gusten los regalos que os hemos dejado junto a los zapatos a los pies del Árbol de Navidad de vuestra casa. Ya sabéis que no siempre, más bien casi nunca, podemos llevaros todo lo que pedís, pero tenemos que repartir nuestra magia entre muchos niños, jóvenes, y no tan jóvenes, por todo el mundo, y en muchos lugares cada vez es más difícil hacerlo. Dad, de nuestra parte, besos y abrazos a mamá y papá, que os quieren mucho, a la abuela Rafi, al abuelo Juan, y enviad besos al Cielo a la abuela Tere y al abuelo Antonio. Besos y abrazos para los tíos, el primo y para todos vuestros amigos.


  Con todo el cariño de vuestros amigos Melchor, Gaspar y Baltasar, y Qatiqabu, que tengáis un feliz día de Reyes y muy feliz año.


Posdata del escriba Qatuqabu: Me dice Baltasar que no entiende por qué los cofrades estáis tan preocupados con su espalda, dice que estéis tranquilos, que no le duele nada porque aunque tiene muchos años, aún está hecho un chaval.

jueves, 20 de junio de 2024

EL TREN


Escribí este cuento durante el pasado mes de febrero para presentarlo al XXIV Certamen Internacional de Cuentos Lenteja de Oro de La Armuña organizado por el Ayuntamiento de Parada de Rubiales, al que me gustaría agradecer esta gran iniciativa cultural y la preciosa oportunidad que nos ofrece a los que nos gusta escribir de participar en el mismo. Aprovecho también para felicitar a Juan Francisco Cuesta Iniesta, ganador del certamen con su relato "Ella".

Escribí el relato desde la ficción, pero también como una reivindicación del valor y del esfuerzo de mis padres y de mis suegros. Desgraciadamente, perdimos a mi madre el pasado mes de abril, así que con más motivo aún, el cuento va dedicado a la memoria de mi madre, a quien su padre llamaba Maite.


Ricardo no ha apartado la mirada de la sucia ventanilla del tren desde que salieron de la estación. Con los ojos abiertos como platos, como esos platos enormes que veía en la cocina de la casa de los amos, mira como el campo parece correr hacia atrás, hacia el pueblo donde nació, pero en el que apenas ha vivido, mientras que el tren corre hacia delante, hacia un lugar del que apenas conoce el nombre, pero donde dice padre que van a vivir a partir de ahora, porque hay trabajo, porque hay futuro.

Es su primer viaje en tren. En realidad, es su primer viaje,  porque a él nunca se le habría ocurrido llamar viaje a cuando iban padre, Agustín y él hasta Salamanca llevando las ovejas del amo para la feria de septiembre. Desde luego, nadie llamaría viajar a caminar dos o tres días por esos caminos resecados por el implacable Sol del verano salmantino, mientras se vigila que ni ovejas, ni corderos se pierdan o, lo que sería aun peor, se lastimen, enfermen o mueran. Pero justo eso, la realidad de una vida dura que no ofrece ninguna perspectiva de mejora, es lo que él y su familia están dejando atrás. No van en busca de una vida cómoda, porque a pesar de no haber cumplido todavía doce años sabe que para los pobres la vida nunca es fácil, sino de la oportunidad de aspirar a algo más que a la mera, y precaria, subsistencia.

La voz del cantinero del tren ofreciendo sus viandas a los viajeros ha apartado los ojos de Ricardo de la ventanilla, para mirar a la pequeña maleta de cartón que madre lleva bien protegida en su regazo. Allí guardan chacina y pan para comer durante los primeros días en su destino, hasta que padre y Agustín empiecen a ganar dinero en el trabajo que les ha buscado Matías, uno del pueblo que anduvo un tiempo detrás de una hermana de padre. La cosa no llegó a nada, pero padre y Matías se hicieron muy buenos amigos, y cuando padre le escribió para preguntarle por cómo andaba el trabajo en Baracaldo, a Matías le faltó tiempo para hablar con el encargado de la obra  por si podía colocar a su amigo y al hijo de éste. 

-Es un trabajo duro, Matías, ya lo sabes, pero si tu paisano es como tú, dile que siempre necesitamos gente. Este pueblo sigue creciendo y cada vez hay que traer más agua del pantano, si saben cavar zanjas a pico y pala para los tubos, tienen trabajo para mucho tiempo. Eso sí, que no me fallen, ni tú tampoco, que en el próximo tren vendrán más como vosotros con ganas de trabajar.

Pero aún faltaba mucho para llegar, y Ricardo tenía hambre. Sabe que madre apartó un poco de comida para el viaje, pero no se atreve a pedírsela. Se acuerda demasiado bien de las veces  que cuidando las ovejas, por causa del hambre y del cansancio veía demasiado pronto que el Sol alcanzaba el mediodía y las horas posteriores al almuerzo se le hacían larguísimas, pero si no se atreve a decirle nada a madre es porque ella no ha dejado de llorar desde que salieron de la estación.

-¿Quién va a cuidar de Paquito ahora? Se queda solo en el pueblo, Lo hemos abandonado entre extraños.

Paquito había fallecido el invierno anterior.

Acababa de cumplir siete años y era el preferido de madre. Por eso, aún no había ido nunca con sus hermanos y padre a cuidar de las ovejas, sino que acompañaba a madre al río a lavar la ropa. El agua helada y las manchas del trabajo en el campo destrozaban las manos de las mujeres del pueblo; sin embargo, el parloteo chismoso de las viejas comadres, entremezclado con las inocentes y curiosas risas de las jóvenes solteras ante las picardías de los comentarios que las casadas sólo se atrevían a hacer en aquel ambiente, aliviaba por un rato los sufrimientos de aquellas mujeres. Para Paquito todo aquello era la diversión más absoluta; corría, reía y saltaba entre los cestos de la ropa, recibiendo continuamente los halagos y cucamonas de las congregadas.

Hasta el día en que se cayó al río. Aquel día no se comentó en el lavadero ningún chisme del pueblo, ni las proporciones de cualquiera de los maridos, ni hubo risas, ni carantoñas. Todas las mujeres lavaban la ropa con la preocupación marcada en el rostro. Habían oído la noticia de que una guarnición española en Ifni, en la que tres mozos del pueblo estaban haciendo la mili, había sido atacada. Eran nietos, hijos, novios, hermanos o primos de la mayoría de las que se juntaban en el lavadero del río y nadie tenía ánimos para jugar con Paquito. Él se apartó del grupo, y se puso a pasear por la orilla, aguas abajo. Después de un recodo, había una zona donde los críos tiraban piedras al río para hacerlas saltar a la rana, pero aquel día tampoco había nadie. Al lanzar una piedra, Paquito se resbaló y cayó al río. Aunque su grito se oyó tanto en el lavadero como en el pueblo, no se pudo hacer nada por él, más que sacar su cadáver de la gélida agua del río.

Madre no le perdonó a padre que no retrasara los planes de marcharse del pueblo, hasta que hubieran cumplido con el luto que debían guardar por Paquito. Pero padre ya había pedido ayuda a Matías para que le buscara un empleo para él y para Agustín, y no podía echarse atrás. Si retrasaban la marcha, podían perder la oportunidad de ese trabajo. Además, decía, que el luto tan solo iba a servir para que sus otros dos hijos se ablandaran, y justo en ese momento necesitaban ser fuertes, ser hombres. Aunque nunca lo llegó a decir, había otro motivo para seguir adelante con la idea de marchar. Todo en su casa y en el pueblo le recordaban a su hijo pequeño muerto, y no podía seguir viviendo allí o se volvería loco, como temía que le estaba pasando a su esposa que iba todos los días al camposanto a “cuidar de Paquito” como ella decía.

Mientras tanto, Agustín y Ricardo tuvieron que hacer de tripas corazón, y sin tener ocasión de llorar la muerte de su hermano, ni contar con el consuelo de sus padres, afrontaron la desgracia sufrida y la sorda pelea entre sus padres con todo el valor y la entereza que su edad les permitía. Muchos años más tarde, cuando padre estaba en su lecho de muerte, madre había fallecido dos años antes, les dijo que de no haber sido por el valor que vieron en sus hijos, ni él ni su esposa habrían superado la pérdida de Paquito, ni habrían podido reconstruir su matrimonio.

-Creo que ha sido la conversación más larga que he tenido con mi padre en toda mi vida, y la única vez que se ha mostrado orgulloso de sus hijos. -Le dijo unos días después Ricardo a Maite, su mujer, que entonces estaba embarazada de la que sería su segunda hija, Idoia.

El tren se ha parado en una estación más grande que la de Salamanca. y con más vías que la de Valladolid. Ricardo ha bajado la ventanilla para poder ver el letrero, pero está demasiado lejos. La voz del factor que resuena con más claridad de la esperada entre el ruidoso ambiente de las máquinas y los pasajeros, le da la respuesta que busca.

-¡Venta de Baños! ¡Parada de treinta minutos! ¡La cantina de la estación está abierta! ¡El tren saldrá dentro treinta minutos! ¡Si se retrasan, lo perderán!

La parada en Venta de Baños resulta tediosa. Padre no les permite bajar ni siquiera al andén, carecen de reloj, como casi todos los pasajeros, y no puede arriesgarse a que sus hijos no lleguen a tiempo para la salida del tren. Como casi todos los pasajeros, padre sabe que es muy raro que el tren continúe el viaje con puntualidad, él ya había viajado en tren antes; cuando la guerra; pero no se atreve ni a bajar él mismo, ni nadie de su familia. Levanta la vista hacia el resto de los pasajeros. Comprueba, con satisfacción, que ha tomado la decisión correcta. Casi nadie abandona sus asientos. Tan sólo bajan del tren aquellos que no viajan con la ropa de los domingos: los trabajadores de la compañía del ferrocarril y los que toda su ropa es de los domingos y tienen reloj, aunque estos últimos viajan en otro vagón. 

Ricardo sigue asomado a la ventanilla, está fascinado por la cantidad de vías que se entrelazan y se separan en la estación, como si formaran una sucesión de nudos en una cuerda de esparto.  El factor que pasaba en ese momento cerca de su ventana no puede menos que sentirse halagado ante la admiración que muestra ese pasajero por su estación y por las vías.

-¿Te gustan las vías, chaval?

-Buenos días. Ya lo creo, señor.-Responde tal como le han inculcado, saludando siempre a cualquier persona mayor que él, y más aun si ostenta cualquier tipo de autoridad.

-Buenos días, chaval. Así me gusta, que los jóvenes seáis educados, no como algunos que te hablan como a los criados. Sin respetar ni la edad, ni el cargo -añadió el factor, señalando con la mano la gorra de la RENFE que le cubría. -¿De dónde eres?

-De la provincia de Salamanca, señor. A veces vivíamos en el pueblo en -el pitido de un tren ahoga la voz de Ricardo durante unos segundos - y a veces en la finca donde padre trabajaba.

-Vivíamos, dices, viajas con tu familia, entonces. Me imagino que a Bilbao, y allí os tocará cambiar de tren para ir a Baracaldo o a Sestao.

-Vamos a Baracaldo. Mi padre y mi hermano mayor van a trabajar allí.

-¿En Altos Hornos?

-No, señor. Van a hacer zanjas para que el agua llegue hasta las casas de Baracaldo.

-Un trabajo duro, duro de verdad. Los americanos tienen máquinas que hacen eso, pero aquí aún se abren las zanjas a pico y pala. Bueno, pues que tengáis buen viaje y buena suerte allí. Y durante el resto del viaje, fíjate mucho en las vías, porque están hechas del hierro de las fábricas de allí, pero las mantienen firmes, en su sitio, la madera de nuestros árboles. Esta maravilla de la ingeniería que es el cimiento de nuestra prosperidad- el factor citaba uno de sus libros- fue fruto combinar la industria con la naturaleza, la mano del hombre con la creación de Dios, las Vascongadas con la vieja Castilla o con el Reino de León; que tú eres de Salamanca, y así funciona todo en la vida: combinando varias cosas diferentes, para lograr un resultado mejor que cada una de ellas, por separado. No lo olvides nunca, ni estando en Baracaldo, ni si vuelves a Salamanca, y sobre todo, no lo olvides ni cuando tengas tu propia familia, ni cuando estés trabajando

-Muchas gracias, señor. -Respondió Ricardo, bastante confundido -No olvidaré su consejo, pierda cuidado. Qué tenga buenos días y buena suerte usted, también.

El factor de la estación de Venta de Baños no ha oído a Ricardo, el tren ya se había puesto en marcha, pero está seguro que ese chaval del Campo Charro será un hombre de palabra y de provecho.

Quizás fuera por la sorpresa de la variedad de paisajes que prometía el campo burgalés, o por el indudable, aunque peculiar, amor que tenía por su esposo y sus hijos, o por el destacable sentido del deber de la gente sencilla, el ánimo de madre mejoró al atravesar las tierras del Cid, como ha dicho en una voz más alta de lo que ella misma esperaba al ver el letrero de la estación de la ciudad de Burgos. Tierras del Cid era la frase que decía todos los años don Carmelo, el cura del pueblo, en el día de la Virgen de Agosto, cuando recordaba a sus feligreses que Nuestra Señora también era la patrona de su pueblo natal que estaba en la provincia de Burgos, tierras del Cid. La muletilla del cura se convirtió en motivo de chanza entre los parroquianos más jóvenes, que más de una vez recibieron los golpes de la regla de don Carmelo en las yemas de los dedos. Algo que todos se cuidaban de decir en casa, por temor a que su padre o madre añadieran la “propina” a lo que ya “habían cobrado” en la iglesia.

Cuando ha oído a madre pronunciar la susodicha coletilla, Agustín se ha llevado, instintivamente, las yemas de los dedos cerca de la boca y ha soplado como si intentara aliviarse de un dolor muy agudo e intenso. Aunque teme los capones de su hermano mayor, Ricardo no ha podido aguantarse la risa, pero por una vez Agustín no le pega por reírse de él. Al contrario, después de unos segundos de vacilación y miedo, mirando de reojo a padre y madre, Agustín también se ríe. 

-¿Qué te crees, que no sabíamos que don Carmelo te había pillado riéndote de él y te había sacudido con la regla?

Por primera vez, en muchos meses, los cuatro ríen juntos, atrayendo las miradas y la curiosidad del resto de los pasajeros que acaban contagiándose de la risa. Al igual que Ricardo y su familia, toda esa gente no solía tener muchos motivos para reír. Nacidos en la pobreza y sometidos a la servidumbre desde generaciones, nunca habían albergado ninguna esperanza de poder cambiar su destino de penuria y escasez por un atisbo de desahogo y prosperidad, hasta que oyeron hablar de la oportunidad de confiar en un futuro mejor que suponía la gran necesidad de mano de obra de las fábricas del norte, si se estaba dispuesto a trabajar mucho y duro, pero en un mundo totalmente diferente del que habían conocido hasta entonces. Aquellas carcajadas, más tímidas que resueltas, disiparon parte de los miedos e incertidumbres que todos llevaban en el corazón ante el mayor envite de sus vidas. 

Animados por las risas algunos se lanzan a cantar. Jotas, rondallas, villancicos, pasacalles y charradas se suceden en el vagón, como se suceden los sentimientos que esas canciones provocan en el ánimo de los pasajeros: alegría y tristeza, ilusión y miedo, esperanza y nostalgia. Entre las voces destaca la de un muchacho que subió al tren en la estación de Burgos. Canta bien, sin duda, pero no tan extraordinariamente bien como para destacar por encima del resto, pero su voz desprende una pasión mucho más fuerte que la esperable en alguien de su edad.  Ricardo lo vio subir sin más compañía que una maleta similar a la suya y una hoja de papel prendida de la solapa, que despertó su curiosidad. Como son de edades parecidas, Ricardo le pregunta directamente

-Hola. ¿Qué llevas ahí, en la solapa?

-Hola, es el nombre del dueño de la casa de huéspedes que me han buscado en Sestao. Es un apellido vasco y no hay forma humana de aprenderlo, macho. Se lo trajo apuntado a mi tío un camionero de Bilbao que, cuando pasa por mi pueblo, camino de Madrid, come en el bar de mis tíos, y como anda detrás de mi prima, se desvive por quedar bien con la familia. No sabe dónde se mete el pobre, con la mala leche que tiene mi prima. Por cierto, me llamo Fernando, ¿y tú?

Ricardo está intentando leer lo que pone en la hoja y apenas se ha enterado de nada de lo que le ha dicho Fernando.

-No te canses en balde, que no hay manera, ya te lo he dicho. No sé cómo se apañarán entre ellos para entenderse con estos nombres, pero ya podemos espabilar, que nos tocará aprender a decirlos. 

-Jo, que sí. -Responde Ricardo aliviado porque no quería que se notase que le había tocado pasar más tiempo trabajando con el ganado que aprendiendo a leer, pero preocupado por si no llegaba a aprender a decir bien los nombres vascos. Matías no le dijo nada de esto a padre. Aunque llegado el momento, movido por el más importante interés, no tuvo ningún problema para aprender algunos complicados apellidos vascos.

-Me llamo Ricardo y vamos a Baracaldo, que mi padre y mi hermano mayor van a trabajar allí, y tu familia, ¿no va contigo?, ¿dónde está? -Ricardo se calla de repente. 

-¿Y esa cara de susto? Cualquiera diría que has visto a un muerto. ¡Leches!, ya entiendo. -Fernando se ríe con ganas. -Tengo padres y hermanos. Tengo cinco hermanos, cuatro chicas y un chico, conmigo somos seis, claro. Yo soy el tercero mayor de todos, pero el primero de los chicos, ya tengo catorce años,  por eso puedo viajar solo. -Dice orgulloso. -Voy a la escuela de aprendices de Altos Hornos. ¿Cuántos años tienes tú?

-Yo haré los doce en un par de meses, pero sé trabajar como el que más. -Responde Ricardo un poco picado por sentirse aún un niño. -Nunca se me ha perdido ni una oveja.

-Por eso me envían mis padres de aprendiz a Altos Hornos. Para que el día que yo sea padre, mis hijos no tengan que trabajar desde niños, como tú, o como yo mismo. Cada día, antes de ir a la escuela, ayudo a mi padre a ordeñar las vacas y luego bajamos las cántaras a la estación para cargarlas en el tren de Madrid, y no veas como pesan, y las prisas que siempre nos mete el maquinista, y por la noche a esperar al último tren para recoger las lecheras vacías, y subirlas para que mis hermanas las puedan lavar antes de volver a  llenaralas con la leche del ordeño de la mañana. 

Ricardo se queda callado. Está pensando en su corta, pero ya muy trabajada vida. Piensa en las heridas de los pies tras días caminando al cuidado de las ovejas en medio del bochorno de julio o sobre el hielo de enero, piensa el fuego del chozo que calentaba menos de lo que asfixiaba su humo, piensa en los tortazos de don Gervasio, el amo de la finca, si tardaba en llevar los sacos de leña, que prácticamente pesaban más que él, hasta la cocina, piensa que todo eso no es vida para un niño, que no le gustaría ver, en el futuro, a sus hijos pasando por todo lo que ha pasado él. Nunca ha oído ni a padre, ni a ningún otro pastor lo que le ha dicho Fernando. Quizás padre lo haya pensado, pero no lo ha dicho porque teme que ya sea demasiado tarde para cambiar sus vidas, o  porque no puede evitar creer que, pase lo que pase, si naces pobre, morirás pobre. Sin embargo, padre les lleva al Norte, a lo mejor para que Agustín y Ricardo tengan la oportunidad de cambiar las cosas, ¿quién sabe? Pero, Ricardo acaba de tomar la firme determinación de luchar para que sus hijos tengan una infancia y una vida mejor que la suya: sin pasar ni necesidades, ni frío, sin tener que abandonar el colegio para trabajar y confiando en sí mismos y en el futuro.

Casi de repente, como respuesta a una ligera ralentización de tren, se forma un notable revuelo en el vagón, interrumpiendo los pensamientos de Ricardo. Un buen número de pasajeros se levantan, otros vuelven, apresurados, desde los zaguanes del vagón a donde estaban sentados y todos recogen sus pertenencias y equipajes. Están entrando en Bilbao. El tren rinde viaje en la Estación del Norte, pero los pasajeros parecen presas de un miedo por no ser capaces de bajar a tiempo del vagón, como no se ha visto en las anteriores paradas. La mayoría de ellos se están jugando las ilusiones de su vida en ese viaje y no pueden evitar sentirse ansiosos por bajar del tren. Ricardo vuelve enseguida a donde estaba su familia, avanzando entre el trasiego de personas y maletas con una soltura más propia de quien está acostumbrado a viajar, que de quien, como él mismo carece de experiencia en tales circunstancias. Se encarga de coger la maleta de madre y de un salto salva distancia que queda entre el vagón y el andén.

En el andén, Fernando le estrecha mano para despedirse y usando el mismo apelativo que los hombres de su pueblo para dirigirse a sus mejores amigos, le dice a Ricardo:

-Lucha por tu sueño porque lo vas a lograr, compadre, no lo dudes.

****

Han llegado un poco tarde, como siempre, pero como en la recepción de la Residencia ya tienen sus nombres registrados: Jimena Valiente y Fernando Segovia, pueden pasar directamente a la sala de visitas, donde ya están Maite y Ricardo.

-Perdona Maite, otra vez que hemos llegado tarde.

-Nada, Jimena, no te preocupes. ¡Ojalá importara! Venga sentaos, ¿queréis un café?

-¿De esa máquina del demonio? No, gracias. -Fernando se sienta en frente de Ricardo, pero le sigue hablando a Maite. -¿Qué tal está hoy?

-Ya ves, como siempre. Al menos ya se le ha pasado el trancazo que tenía el pobre. Me han dicho las cuidadoras que por fin, anoche durmió del tirón.

-Con lo que tú has sido, Ricardo, fuerte, incansable y ahora… -Fernando no puede seguir hablando. Ver a su amigo en una silla de ruedas y padeciendo alzheimer le parte el alma.

-Siempre me acuerdo de todo lo que se rió cuando me presentaste como tu novia. -Jimena imita la grave voz de Ricardo. -“¿Te vas a casar con la mujer del Cid?”.

-Y, por eso, nos contaba lo del cura de su pueblo cada vez que quedábamos los cuatro juntos. -Recuerda Maite.

Ricardo levanta los brazos hacia su mujer, como hace habitualmente. Un enfermero se acerca corriendo.

-Tengan cuidado, no le dejen incorporarse, que ya no sabe levantarse de la silla.

-¿Que quiere levantarse de la silla? ¡Qué sabrá este alelado! -Dice Fernando bien alto para que lo oigan todos en la sala de visitas de la residencia. -Mi compadre no quiere levantarse, quiere ver de nuevo el vídeo de su hija, ¡nuestra ahijada! -Grita con orgullo, mientras pasa un brazo por el hombro de Jimena.

Maite saca del bolso una tablet que solo sabe manejar para ver una y otra vez el reportaje de Salamanca Televisión dedicado a su hija pequeña. Son los únicos momentos de felicidad que tiene junto a su marido, cuyos ojos vuelven a brillar, cada vez que en el vídeo el locutor pronuncia:

Asistimos a la toma de posesión de Idoia Miranda Belauntzitarrena, Catedrática de indoeuropeo, como rectora de la Universidad de Salamanca.

-Te lo dije, compadre, te lo dije hace sesenta años. Te dije que ibas a lograrlo y lo lograste.




SEPTIEMBRE DE 1939

Día 1, por la mañana. -¿Hola? -Ronald, ¿has oído las noticias en la BBC. Los alemanes han invadido Polonia -La voz del teléfono era tan inco...