miércoles, 26 de noviembre de 2025

LONDRES

 Como cada mañana, Estitxu, la de 8⁰ B, atrajo todas las miradas de los chicos, al llegar al patio del colegio, unos minutos antes de que sonara la sirena. Todos pensábamos que Estitxu era la chica más guapa del colegio, pero además, aquella mañana vestía una camiseta negra de la gira de los Clash por su disco Combat Rock y unos vaqueros 501 con etiqueta roja que motivaron una serie de giros de cinturas masculinas que ya le habría gustado ver al profesor de gimnasia en sus clases. Hasta las chicas del colegio miraban con admiración a Estitxu. Su simpatía y la naturalidad con que lucía su belleza y ropa evitaban que surgiera cualquier asomo de envidia o despecho tanto entre las chicas como entre los chicos.

Después de dos horas y media de clases, sonó la sirena que anunciaba el recreo y todos los del séptimo curso corrimos hacia el corrillo donde se juntaban los de octavo, para oír de la propia Estitxu el origen de su camiseta y de sus vaqueros.

—Me lo ha traído de Londres mi hermano Manu.

Todo el colegio conocía a Manuel Besteiro Ulloa. El hermano mayor de Estitxu había acabado la carrera hacía un par de años y había logrado un importante puesto de trabajo en una consultora de inversiones financieras en la City de Londres. Manu era el orgullo del colegio y de todo Sestao: el hijo de un peón de albañil y de la cocinera de la cantina de la fábrica Babcock & Wilcox ahora trabajaba para una de las empresas más importantes del mundo, y además, sus gustos musicales demostraban que seguía siendo uno de nosotros.

—Javi estuvo en un concierto de los Clash en el Camden Palace, —continuó Estitxu— y me compró esta camiseta oficial del grupo. Y también ha traído algo para el colegio, bueno para todos. Se lo ha entregado a Moisés y él nos avisará, para que lo veamos.

Al acabar las clases del día, Moisés, el director del colegio, nos comunicó, por medio de la megafonía, que al día siguiente, todos los cursos íbamos a bajar, por turnos, al Salón de Actos para ver el regalo que había traído Manu al Colegio.

Los de séptimo y octavo completábamos el último turno, el de las 3 de la tarde. Creo que aquella mañana, tanto los profesores, como nuestras familias acabaron bastante hartos de nosotros. En clase estábamos más alterados que de costumbre, y vaya comida debimos dar a las madres. Volvimos todos corriendo al colegio, sin acabar los platos, y… sin lavarnos los dientes. Ni siquiera dediqué quince minutos, como solía hacer cada día, a la lectura de El Silmarillion que me había prestado mi amigo Santi Zalbidea.

Entré en el Salón de Actos y como era de esperar, no conseguí sentarme al lado de Cristina Pereda. Cristina y yo íbamos a la misma clase desde primero de EGB, y aunque ya estábamos en séptimo, nunca había logrado sentarme junto a ella, y… nunca lo logré.

Una vez que había comprobado mi fracaso, me senté en la primera silla que vi libre, al lado de Miguel Ángel Palacios. Miguel Ángel y su hermana Rocío, que iba a octavo B con Estitxu, habían llegado al colegio a mitad del curso pasado. A todos nos extrañó lo extremadamente tímidos que eran. Venían de Andalucía y todo el mundo sabe que los andaluces son simpáticos, extrovertidos y habladores, pero Rocío y Miguel Ángel no eran nada extrovertidos. Eran muy amables y muy educados, pero muy poco habladores. Hasta tal punto eran reservados, que ellos dos eran los únicos alumnos del colegio de los que el resto de los chavales desconocíamos la profesión de su padre. Desde que fui consciente de la verdad, siento una punzada de dolor y de vergüenza al recordar cuál era el verdadero motivo de su timidez y mutismo sobre el trabajo de su padre.

—Arratsalde on, danori! ¡Buenas tardes!

—Berdin zuri, Mari Tere! ¡Buenas tardes!

Mari Tere era la tutora de nuestro curso y estaba de pie, en la tarima, junto a Moisés, y los demás tutores de séptimo y octavo: Mikel, J. M., José Luis, y el propio Manu Besteiro

—Como ya sabéis todos, —continuó Mari Tere— Manuel Besteiro, antiguo alumno y hermano de vuestra compañera Estíbaliz, que ahora vive y trabaja en Londres, ha preparado un regalo para nuestro colegio y para todos vosotros.

Comenzamos a aplaudir entusiasmados, aún sin tener ni idea de en qué consistía el regalo.

—Manu ha realizado un montaje de diapositivas para nosotros —explicó Mari Tere— durante varias semanas ha visitado los lugares más emblemáticos de la ciudad de Londres con su cámara de fotos, varios carretes de película para filminas y su grabadora. Así ha podido preparar este audiovisual en el que nos explica todo lo que hay que saber sobre Londres y ha incluido además unas cuantas entrevistas a varias personas de todo el mundo que viven en la capital de Inglaterra.

—No he podido entrevistar a la Reina, —terció Manu, provocando las risas del público— pero os puedo asegurar que he preparado el montaje con todo el cariño del mundo hacia mi antiguo colegio y mi pueblo, Sestao.

Mientras estallábamos en aplausos, Mari Tere colocó las filminas en el cargador del proyector, insertó la cassette en el magnetofón, pulsó el play y comenzó la magia.

Londres, la meca y el sueño de la juventud europea de la primera mitad de los ochenta, Londres, el espejo en el que siempre se ha querido mirar el Gran Bilbao, desde incluso antes de la industrialización, se presentaba ante nuestros ojos y oídos de la mano de un rostro amigo.

En 1994, cuando yo tuve la oportunidad de cursar un cuatrimestre en la London School of Economics, los dos primeros lugares que visité fueron el Camden Palace y Putney Bridge desde donde arrojé una flor al Támesis, como la que deposité seis años antes, sobre el feretro de Estitxu, cuando el jaco y el SIDA la mataron.


lunes, 17 de noviembre de 2025

CINE DE VERANO

 

No sé exactamente cuándo pasó, fue durante un verano a mediados de la década de los años cincuenta del siglo pasado pero no puedo precisar de qué año. La llegada del cinematógrafo al pueblo no es uno de mis recuerdos, yo ni siquiera había nacido. Sin embargo, puedo recordar ese momento como si lo estuviera viendo ahora mismo, como si aquel precario cine fuera el decorado de una película que se estuviera proyectando delante de mí. Entonces, sí que ya es un recuerdo mío. Yo no lo viví pero su recuerdo es tan mío como de aquellos que lo vivieron, no por las innumerables veces que me lo han contado, sino por quien me lo contó: mi madre. Todas aquellas anécdotas y vivencias que ella recordaba de su niñez en el pueblo, ahora también son recuerdos míos. Ya forman parte de mi ser y el hombre que soy hoy en día también está formado por esos recuerdos. Al igual que el recuerdo de un guerrero castellano que no puede evitar llorar, mientras parte de su pueblo natal hacia el destierro que le ha impuesto su rey forma parte de nuestro patrimonio, el recuerdo de mi madre acudiendo al cine por primera vez forma parte de mi patrimonio cultural y sentimental.

A pesar de ser una niña pequeña, no le cuesta nada cargar con una silla desde su casa hasta el corral del bar que se convertirá en el improvisado cine. Más que el peso de la silla le preocupa perder el dinero para pagar la entrada. Por eso, lleva bien cerrado su puño, apretando la moneda de dos reales que su padre le había prometido, si era capaz de superar el miedo a la oscuridad recorriendo su calle a paso tranquilo después de la puesta del Sol.

Su hermana mayor, que la acompaña al cine, se ha ofrecido a guardar el dinero en la faltriquera que lleva ceñida al cinturón, junto al mandil. Mi tía sabía que su hermana se iba a negar a aceptarlo, pero como el hermano mayor estaba trabajando en una dehesa a poco más de dos leguas del pueblo cuidando la piara de cerdos del señorito Iván, a ella le correspondía velar por el resto de los hermanos. 

-¡Menudo carácter tenía ya tu madre entonces! -me han dicho muchas veces mis tíos. 

A lo que mi madre solía responder. 

–Siendo la del medio de cinco hermanos, tenía que sacar carácter como fuera.

No hace tanto que protestábamos por su mal carácter, y hoy es el día en que echo de menos las broncas de mi madre.

Dentro del corral del bar que se había convertido en cine, debían buscar un buen lugar donde colocar sus sillas en la zona reservada para las niñas, bajo la estricta vigilancia de la tía Chelo. La tía Chelo era una viuda que tenía organizado una especie de parvulario en su casa para poder sobrevivir, ya que nunca le fue reconocida la pensión militar de viudedad por la muerte de su marido. El Acracio había muerto en el frente, pero en el otro bando, como ella solía decir en voz muy baja y precavida, aunque todo el pueblo sabía, y todo el pueblo callaba, en qué bando habían combatido sus vecinos durante la Guerra.

-Venga vosotras dos, poned aquí las sillas y sentaos… y formalitas, ¡eh! que se note que ya no vais a la escuela de los meones. 

La escuela de los meones era el gráfico y preciso nombre que daban en el pueblo al parvulario de la tía Chelo. En aquella sociedad llena de eufemismos, medias palabras y silencios también había lugar para la claridad meridiana a la hora de denominar sin remilgo alguno, todo lo que estuviera alejado del pecado o del castigo legal.

Pero ¿cómo podrían controlar la emoción de estar sentadas frente a una pantalla de cine por primera vez? Mi madre nunca pudo estarse quieta, ni de niña, ni de mayor, y aquel día, aún menos. Está continuamente arrastrando los pies sobre el seco suelo del corral y las  sandalias de goma rechinan sobre el grijo que lo cubría. Pese a que de vez en cuando recibía un rodillazo de su hermana mayor, en seguida volvía a arrastrar los pies. Afortunadamente, la tía Chelo estaba en ese momento tirando de las orejas a dos muchachos que intentaron acercarse a la zona de las mozas, sin ninguna intención de atender a la película, y mi madre se libró del capón con que la tía Chelo solía corregir el mal comportamiento de las niñas.

Por fin, llegó el momento tan esperado. En la pantalla se vislumbran unas imágenes en blanco y negro acompañadas de una música pretendidamente épica, que podria pasar por un sucedáneo de la obertura de la ópera Guillermo Tell. Una vez terminado el noticiario, al que el público ha prestado la atención justa para no parecer despistado, pero no la suficiente como para recordar aquello que han visto y oído, un deslumbrante despliegue de colores inunda la pantalla.

El rótulo con el nombre de Luis Mariano que ocupa toda la pantalla seguido del celeste azul del mar que baña las playas de México arranca un suspiro de admiración de todas las gargantas presentes aquel día. Quizás, desde el pase inaugural de la primera película de los hermanos Lumière no había comparecido un público tan gratamente sorprendido, maravillado y fascinado por la magia del cinematógrafo, como el que se congregaba aquella noche en el corral del bar del pueblo.

Durante la proyección de la película el público ríe, se emociona, llora e incluso hay quien se atreve a cantar en voz baja algunos de los temas de la película que ya eran muy populares desde hacía tiempo. Estoy seguro de que ni mi madre, ni el resto de los espectadores era consciente en aquel momento de la sorprendente naturalidad y facilidad con que estaban abriendo las puertas del corazón y la mente a los sentimientos, venturas y desventuras de los personajes de la película. Asumían que aquellos personajes eran personas tan reales como ellos mismos, incluso que estaban dotados de una realidad más consistente, que no depende de la presencia física, sino de su presencia inmediata en la sensibilidad de cada espectador.

El cantor de México acababa de suscitar en el público una nueva forma de ver, entender y explicar el mundo que supera las barreras materiales y que conforma los recuerdos más profundamente grabados en nuestro ser. Son ese tipo de recuerdos que solo una madre puede transmitir a un hijo y que mi madre me legó a mí, para que formen parte de mi ser. Y son los recuerdos, que unidos a los míos, yo también voy revelando a mis hijos.

Así,  mediante la transferencia de los recuerdos, como si de un fuego sagrado se tratara, nunca caminamos solos por la vida. Creamos nuevos caminos, pero con las herramientas que heredamos de nuestros padres y que renovamos en cada generación, sin que pierdan un solo ápice de las huellas, la sabiduría,  el cariño y los recuerdos de los que tanto amor y esfuerzo nos criaron y educaron. 

No me cabe duda de que aquella noche de un verano extremeño de hace unos setenta años, la magia del cine sembró  en mi madre el germen de una inspiración para que, en el futuro, ella encontrara un medio para que sus recuerdos pervivieran en nosotros, una vez que la enfermedad se los arrebató, y para que ella misma permaneciera con nosotros, cuando la muerte nos la quitó.


miércoles, 24 de septiembre de 2025

SEPTIEMBRE DE 1939

Día 1, por la mañana.


-¿Hola?


-Ronald, ¿has oído las noticias en la BBC. Los alemanes han invadido Polonia -La voz del teléfono era tan inconfundible, como notable era su tono desolado.


-Sí Jack, estaba escuchando la radio con Edith. Me habría gustado equivocarme, pero esto es lo que sucede cuando se accede a los deseos de idólatras y profanadores. 


Día 1, por la tarde.


Fred Bolger había sido elegido representante de los alumnos de Lengua y Literatura dos semanas atrás. Su elección le había sorprendido y apesadumbrado a partes iguales. Su extremada timidez unida a sus escasas habilidades sociales y a su, tendente a la redondez, constitución hacían que Fred no se viera a sí mismo como el candidato ideal. Aunque era un joven muy inteligente y perspicaz, con un corazón y un sentido de la justicia tan grandes como su cintura, Fred dudaba si su elección se debía a estas cualidades suyas o a alguna suerte de broma, más cruel que amable, de sus  compañeros.


Mas en ese momento la mayor preocupación de Fred era cómo afrontar desde la Delegación de Estudiantes la probable guerra entre su país y Francia contra Alemania. No dudaba de que su país debía pararle los pies a ese tirano de Hitler, pero también sabía que esa guerra iba a costar la vida de muchos ingleses y franceses, y también de muchos alemanes. Además, el ejército alemán parecía imparable, hasta ahora había aplastado fácilmente a todos sus enemigos, y Fred empezaba a temer que ni siquiera el ingente Imperio británico pudiera derrotar a los alemanes. Era aterrador pensar en las comarcas inglesas arrasadas y ocupadas por la maquinaria de guerra del III Reich. Sumido en esos pensamientos, Fred miraba, distraído, las manchas de las baldosas del vestíbulo del Pembroke College.


-Yo también suelo hacer eso, muchacho.


-Oh, perdón profesor, disculpe, por favor.


-No hay nada que disculpar. Ya te digo que yo también busco dragones en las manchas de las baldosas.


-¿Dragones, profesor Tolkien?


-Sí claro, por supuesto que sí, señor…


-Bolger, Frederick Bolger, profesor. -Dijo Fred estrechando tímidamente la mano del profesor. -Este curso voy a ser alumno suyo. Eso espero al menos. Me encantaría terminar mis estudios, pero si Gran Bretaña va a la guerra contra Alemania y me movilizan, cumpliré con mi deber de inglés.


-¡Por eso estaba usted tan distraído mirando al suelo! Le comprendo perfectamente, yo combatí en la Gran Guerra, ¿sabe?, eso era el horror…


-Si me permite que le interrumpa, profesor, me gustaría exponerle una idea  que se me acaba de ocurrir, porque, estoy seguro de que, si no tiene inconveniente, usted podría ayudarnos a mí y a todos los estudiantes del College.


Día 2, por la tarde.


“...No creo haber sido un buen soldado, pero cumplí con mi deber y defendí a mi país con todas mis fuerza y con todo mi empeño cuidé de mis hombres, que demostraron ser mejores que yo en todos los aspectos, A ellos les debo haber vuelto con vida de las trincheras a pesar de que aún sufro las secuelas de la fiebre.


Sin embargo, la mayor y más profunda herida que me dejó la guerra fue la muerte de mis amigos. Fuimos los cuatro a alistarnos juntos: dos murieron en los campos de Francia y el tercero volvió a Inglaterra con la mirada perdida, como si buscara un punto situado a mil yardas de él.


Por eso, espero que no se extrañen de que me aterrorice la posibilidad de una nueva guerra y más aún, teniendo hijos que, como ustedes, podrían ser movilizados, y morir en el frente, porque ningún padre debería enterrar a sus hijos, así que rezo a nuestro Salvador para que Hitler se retire de Polonia antes del fin del  ultimátum. Pero me temo que por los delirios, la arrogancia, la maldad y la ignorancia de Hitler, el gobierno de Su Majestad se verá obligado a declarar la guerra de Alemania. Entonces seguiré detestando la guerra, pero también les digo que será nuestro deber aportar todo lo que podamos al esfuerzo de Inglaterra para derrotar a Alemania.


No piensen que digo esto solo por fervor patriótico. Amo a nuestro país, a la campiña, a los bosques, a su gente sencilla y también amo la belleza de nuestra lengua en los viejos cuentos. Esos viejos cuentos que los nazis han pervertido para convertirlos en la justificación de sus crímenes. Lo mismo  que los nazis han mancillado la antigua lengua del Norte para convertirla en el supuesto espíritu de una raza superior que no existe más que en sus sueños de enajenados.


Todos los hombres compartimos el mismo origen, el mismo barro modelado por Dios que aunque caído y pecador todavía ostenta la dignidad y toda libertad que Dios le otorgó a todos sus hijos de cualquier nación, lengua u origen. Y Hitler quiere arrebatar la dignidad y la libertad a la Humanidad.  No me refiero a la libertad de la que se habla en el Parlamento, ni a la inexistente libertad producto de la revolución bolchevique, ni a la libertad asesina, racista, egoísta y profana que predica Hitler.


Me refiero a la libertad de cada hombre y mujer para elegir su camino para hacer el bien, para amar a su familia y al prójimo. Libertad que es destruida cuando los nazis clasifican a los seres humanos por su religión, por el tono de su piel o por su lengua. El racismo pretende convertir a los seres humanos en sujetos dependientes de un destino inexorable al servicio de la locura de Hitler. Ese destino de esclavitud y muerte que no solo es un abuso de los viejos mitos del antiguo Norte, sino que también es una blasfemia contra Nuestro Señor que nos dió la vida y la libertad, y a quien debemos amar sobre todas cosas…”


Día 3, por la mañana.


Ronald abraza a Edith mientras escuchan la BBC.


“...Por segunda vez en la vida de la mayoría de nosotros estamos en guerra…”


 

 


miércoles, 23 de julio de 2025

UNA HISTORIA AFRICANA

  Como cada Luna después de la temporada de lluvias, se iba a celebrar en la Gran Charca, la asamblea de los Pueblos que Caminan, y como siempre, los anfitriones: el pueblo de los Juncales pensaba más atención en la fruta y las raíces que en la visita de los Buscabichos y sus estúpidas sobre la comida y la familia. Sin embargo, los Buscabichos, aunque ellos se llamaban a sí mismos los Inquietos, dado su natural carácter curioso y audaz, acudían a la reunión de muy buen ánimo y albergando grandes esperanzas en el éxito de la propuesta que tenían para los Juncales. Sabían que a los Juncales ni les gustaban ellos ni las novedades, pero si los Inquietos hubieran dudado de sus ideas, nunca habrían bajado de los árboles, y serían como los Piesblandos que no se atrevían a caminar a dos patas, y ya no participaban en las Asambleas.

  La Madre de los Inquietos se sentó frente al Mandón de los Juncales y después de intercambiar los protocolarios saludos, aunque sin la efusividad e intensidad con que los Inquietos se saludaban entre ellos, le expuso con entusiasmo su propuesta.

  -Tú crees que todo tu pueblo piensa como tú, y es cierto que os cuesta pensar de otra manera. Sin embargo, te equivocas. Hay uno entre los vuestros, un joven despierto y valiente, que ha sabido apreciar las cualidades de los Inquietos, hasta tal punto que desea unirse a una joven de nuestro pueblo. Esa joven es la más inteligente y audaz de los Inquietos, no de los que ahora caminamos bajo el Sol, sino de todos los que caminaron antes que nosotros. Esa joven es mi hija, Lascas. Y el joven del pueblo del Juncal que desea unirse a mi hija es tu hijo.

  La alegría de las caras de los Inquietos contrastaba con la sorpresa de los rostros de los Juncales, como contrastaba la pálida Luna con el Sol abrasador. El más sorprendido de todos ellos era el Mandón. Apenas había entendido los gestos y sonidos de la Madre, demasiados gestos, demasiados sonidos y a demasiada velocidad, pero estaba seguro de haber captado el sonido de “hijo”, el de “hija" y el inconfundible y explícito gesto de los inquietos para “unirse”. Mientras que los Juncales frotaban sus antebrazos para producir el sonido de “rozar la piel”, los Buscabichos balanceaban la pelvis al tiempo que chillaban rítmicamente. El Mandón se sentía tan confuso como indignado, y estuvo a punto de lanzar una dentellada a la garganta de la Madre. “Quizás sea el momento de comprobar si es tan bueno comer carne como dicen estos zarrapastrosos”, pero la severa mirada de su compañera le frenó en seco.

  En ese momento, su hijo se atrevió a algo que ni siquiera se le habría pasado por la cabeza a ningún Juncal: dirigirse a su padre, y menos aún siendo éste el Mandón, sin que le hubieran dado permiso para hacerlo. 

  -Me voy a ir con ella, es la compañera que cualquiera pudiera soñar y será la madre de un nuevo y gran pueblo. Yo abandonaré nuestra charca, y ella abandonará la linde de los árboles. Nos iremos lejos, hacia donde el Sol está más alto. Allí tiene que haber agua, árboles, juncos y carne para comer y nuestro pueblo será fuerte y resistente como los Juncales y valiente y sagaz como los Inquietos. Padre, no intentes detenerme, ni ataques a los Inquietos por esto. Te quiero y te admiro, pero,al igual que tu padre y el suyo antes que el tuyo, te niegas a reconocer que la charca es más pequeña que cuando te uniste a mi madre, y que aquí ya no hay futuro para mis hijos.

  Una segunda sorpresa ya era demasiado para el viejo Mandón. Por primera vez en su vida no sabía qué hacer. Castigar a su hijo suponía derramar su sangre y no castigarlo suponía perder a su pueblo y traicionar a sus antepasados. Mientras tanto, una hiena que había llegado guiada por el olor de los reunidos saltó sobre la compañera del Mandón. Sin embargo, no pudo alcanzar su objetivo. Con una agilidad y velocidad inesperada, Lascas se interpuso entre el depredador y su presa. Forcejeó con la hiena que le clavó los dientes en la pierna e intentando zafarse de su enemigo, Lascas llegó hasta la orilla de la charca, alcanzó un guijarro desgastado y le cortó el cuello al animal. Había acabado con la alimaña, pero sabía que ella también iba a morir.

  -Comeos la carne de la bestia y no temáis nunca más a las fieras. Con esto, la sabana será vuestra.

  Murió mientras levantaba el guijarro teñido con la sangre de la hiena.


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  -Pero, ¿cómo os puede gustar esa música?. Por el amor de Dios, entre este Sol y ese ruido producto de las alucinaciones de esos hippies no puedo trabajar.

  -Venga hombre, parece mentira que seas más joven que nosotros. Qué rancio eres. Si por ti fuera todavía estaríamos subidos a los árboles, como los primos de nuestros amigos Huesitos. Desmelénate un poco, tío. Que a mí también me gustan Bach y Vivaldi, y me emociono con el final de Turandot, y mira, apostaría algo a que a Mozart le habrían encantado los Beatles. Pam, intenta convencerle tú de que “Lucy Sky with the Diamonds” cambiará la historia como el “Va pensiero” de Verdi.

  -Y mucho más de lo que imaginas -gritó Pam exultante- ¡John, dile a Julian que acabo de encontrar la tibia de su Lucy!

martes, 18 de febrero de 2025

¿COMPLICADO?

 ¿COMPLICADO?

“El mundo es difícil y la gente es muy complicada” Eso es lo que me digo a mí mismo todos los días. Aunque no es lo que la mayoría de la gente me dice a mí. Ellos siempre me dicen que en realidad todo es muy fácil, que si me fijo en lo que hace la gente y me esfuerzo lo suficiente, podré entenderlo todo y además ellos me entenderán a mí. Porque para ellos yo soy muy complicado.

Quizás podrían esforzarse ellos en entenderme a mí. Ya que piensan que es tan fácil, poniendo un poco de esfuerzo y de atención a lo que yo hago y digo, podrían hacerlo. Claro que nunca les respondo esto, pero no puedo evitar sonreir mientras lo pienso y ellos deducen que estoy de acuerdo con lo que me dicen. Eso sí que no lo entiendo. Si ellos sonríen continuamente sin motivo, incluso me atrevería a decir que en muchas ocasiones sonríen de mentira; yo sólo sonrío con motivo y de verdad, que conste; ¿por qué tienen que pensar que sonrío para darles la razón, para mostrarles que me voy a esforzar en entenderles? ¿Por que no son capaces de darse cuenta de que yo estoy pensando en otra cosa? Me dicen que yo soy complicado, pero luego se hacen la ilusión de que saben interpretar correctamente mis gestos.

No estoy seguro, pero creo que no son conscientes de que ellos son tan complicados como lo soy yo, o que, por lo menos, yo no soy más complicado que ellos. Quizás ahí esté buena parte de la clave para afrontar mi condición. Me gusta esa palabra porque no significa ni problema, ni algo determinante e insalvable, sino que simplemente, me condiciona. Ellos caminan por un terreno bien allanado y señalizado, aunque muchas veces parece que desean buscar un terreno sin señalizar, y plagado de baches y vallas, en cambio, yo sí que tengo que avanzar por un sendero sin señalizar y salpicado de baches y vallas, que a veces puedo saltar y otras veces no.

Pero sí, esa ha sido la clave para afrontar mi condición y poder saltar más fácilmente la vallas y baches que cada día aparecen en mi camino: desde que, después de mucho tiempo de incomprensiones propias y ajenas, me diagnosticaron mi TEA, mi autismo, soy consciente de que el mundo es difícil y que la gente es muy complicada, mientras que ellos se empeñan en que el mundo parezca complicado y en creer que la gente es fácil. Porque ahora, que sé cuál es mi condición, aunque sea de una forma muy diferente, entiendo al mundo y a la gente mejor que ellos.


miércoles, 29 de enero de 2025

PAN

 

Ana lleva casi ya dos horas pegada a la ventana, con el móvil en la mano. Roque le envió un whatsapp, a eso de las cuatro de la tarde, al terminar el reparto del pan por los pueblos. Hace un rato que está nevando y bien se puede tardar hora y media en bajar desde el Alto de Bedón hasta Villarcayo, pero ya debería estar a punto de llegar. Duda si llamarle o no, porque, a pesar de que Bego consiguió que su padre instalase un dispositivo de manos libres, a Ana no le gusta que su marido atienda el teléfono mientras conduce. Diez minutos, se dice a sí misma, si en diez minutos no ha llegado, le llamo. Antes de que se cumpliera ese plazo, suena el móvil de Ana, sin embargo, no es el nombre de Roque el que aparece en la pantalla, sino el del sargento Pereda, el comandante del puesto de la Guardia Civil.

Roque no reconoce la habitación donde se ha despertado con todo el cuerpo dolorido. Oye voces en la habitación de al lado, y no sin cierto temor, pregunta:

-¿Hola? ¿Quién hay ahí?

Varios rostros conocidos entran en la habitación. Ver todas esas caras, en especial la de su esposa, Ana, que corre a abrazarlo, tranquiliza a Roque, aunque sigue sin comprender nada de lo que está pasando.

-¡Vaya susto que me has dado, bueno, que nos has dado a todos! Cuando me llamó Pereda para decirme que habías tenido un accidente… ¿Por qué no te quedaste en Bedón, en casa de Fonso y Marta, hasta que se hiciera de día y quitaran la nieve de la carretera? Y, así, no te arriesgas por esos caminos dejados de la mano de Dios. Me llamas desde allí y ya me quedo yo tranquila y Bego también, que me ha costado convencerla para que no viniera desde Bilbao hasta que se pudiera pasar por El Cabrio y por Bocos. He avisado a Carlos, el de la Diputación y a pesar de estar jubilado, ha logrado con un par de llamadas que enviaran urgentemente las quitanieves a despejar los puertos y en cuanto los han abierto, ha ido él mismo a Bilbao para que Bego no tuviera que conducir estando nerviosa, ya estarán por El Crucero. Pero tenías que haber esperado en Bedón.

Hace un par de años que operaron a Ana de un tumor, la operación fue un éxito, y aunque ella aún sufre varias secuelas por la radioterapia, todas las pruebas que le han realizado señalan que ya no hay rastros de cáncer en su organismo. Sin embargo, Roque no ha superado todavía el miedo a perder a Ana por la enfermedad y ahora necesita oír todas las noches como su mujer respira al dormir, pero es demasiado vergonzoso como para decírselo a ella y menos aun en público.

-¿Accidente, qué accidente?

-Un vehículo, que no llevaba las cadenas puestas, perdió el control en una de las curvas entre Butrera y Torme, justo en el momento en que te cruzabas con él. Ambos vehículos caísteis por un terraplén, dando varias vueltas de campana. -El sargento se esforzaba en mantener el tono profesional, pero era evidente que se había temido lo peor cuando vio el estado de la furgoneta de su amigo. -El cinturón de seguridad te salvó la vida. El otro conductor no lo llevaba y ha fallecido. Menos mal que tu hija estudia para teleco, y te tiene bien configurado el aviso automático de la aplicación AlertCops, para que recibiéramos tu localización enseguida, pero era muy difícil llegar hasta el lugar del accidente, incluso con el nuevo todoterreno del puesto. Y para la ambulancia era imposible. Entonces fue cuando la cabo Silva me dice que va a avisar a su amigo Román, para que nos abra camino con el tractor y una pala de excavadora. La dotación del puesto no me responde tan rápido como Román a la cabo. Tenía el tractor preparado con la pala antes de que llegáramos nosotros a Torme.

-Es que, por Roque, lo que sea, que es más que nuestro panadero, es nuestro amigo. -Interviene Román con las mejillas más sonrosadas de lo habitual. -Él siempre está pendiente de todos en los pueblos del Trema, aunque viva poca gente, aunque no le sea rentable llegar hasta algunas casas, a ningún vecino del valle le ha faltado nunca una barra de pan desde que Roque abrió la panadería. ¿Verdad, Nila?

A Román le arden las mejillas y necesita que su juiciosa vecina le tome el relevo.

-Desde que Dámaso primero y Tomás después se jubilaron, tenemos que bajar a Villarcayo para hacer las compras, y la gente mayor dependemos de que alguien pueda llevarnos. -Nila se acerca a Roque -Al menos, gracias a ti tenemos pan todos los días en la puerta de casa, y no solo pan. Nos das un rato de conversación a los que estamos solos, y a mí me has sintonizado los canales de la tele un montón de veces, y a más de un vecino del valle le ha atendido el médico porque has llamado a urgencias, si nadie respondía al timbre cuando llegabas con el pan. Para los vecinos de los pueblos del Trema, Ana, Bego y tú sois parte de nuestras familias. Por eso, todo el pueblo se ha volcado con vosotros, aunque, como todos sabemos, Román tenía otro motivo más.

Hasta Roque, a quien le sigue doliendo todo el cuerpo, se une a la risa generalizada para decir:

-Silva, Román, esto es un pueblo, aquí se sabe todo…, id anunciado vuestra boda, que de que en el banquete se coma el mejor pan del mundo, me encargo yo.

viernes, 10 de enero de 2025

LA CARTA DE MELCHOR


 En el Palacio Invisible de Melchor.

Cima del Monte Ararat, junto al Arca de Noé a 2 de enero de 2024:


Queridos L…. y A….:

Como Gaspar y Baltasar no han llegado aún, voy a escribiros yo la carta, bueno en realidad se la dicto a Qatuqabu y él la transcribe em un aparato de esos que los que somos muy mayores como yo, ya no sabemos manejar. ¡Ay, me acuerdo de cuando usábamos un punzón para escribir sobre tablillas de barro fresco, y qué gran revolución fue cuando los egipcios nos enseñaron a escribir sobre papiros! Supongo que a los que eran muy mayores cuando yo era joven (sí, yo también fui joven, pero ni siquiera Baltasar y Gaspar se lo creen) también les costó acostumbrarse al papiro, después de haberse pasado toda la vida escribiendo sobre tablillas de barro. Pero bueno, yo no tengo que preocuparme ya de eso, que como sabéis Qatuqabu sabe manejar a la perfección cualquier instrumento que sirva para escribir. Es el mejor escriba de la Historia, y me da mucha pena que su talento no sea tan reconocido como se merece. En este momento, Qatuqabu me pide permiso para escribiros él directamente. Por supuesto, Qatuqabu, la carta también es tuya. 


Para mí es un gran honor y una gran suerte transcribir las cartas de Sus Majestades, porque puedo ayudar a repartir ilusión y felicidad a los niños y a los adultos del mundo., Ojalá pudiera escribir también a todos los niños que ahora están pasándolo muy mal por la guerra y el hambre, cuando deberían estar jugando y aprendiendo para tener un futuro mejor. Y ojalá pudiera escribir también a todos esos que, con sus actos o con su pasividad, hacen sufrir a otros seres humanos y a la Naturaleza para recordarles que están agrediendo a los hijos y a las hijas de Dios y al resto de sus criaturas. Desde aquí, vemos y oímos como estallan las bombas de las guerras que están sucediendo al norte y al sur de Ararat y es aterrador, de verdad, que es aterrador.

Perdonad, que no quiero poneros tristes, pero es horrible lo que pasa demasiadas veces en el mundo. Aunque también sé que hay personas maravillosas en el mundo, que se preocupan de los demás, y que hacen como vosotros dos que ofrecéis vuestro tiempo para intentar hacer un mundo mejor, y que allí donde vais os esforzáis en crear un ambiente agradable para todos los que os rodean.


Ya os lo hemos dicho muchas veces, ¡qué buen tipo es Qatuqabu! Y Baltasar, Gaspar y yo sabemos que vosotros también lo sois. Nos los dicen muchas veces vuestros padres, y que están muy orgullosos de vosotros. Sí, ya sé que, a veces, os regañan, pero eso también es parte de la tarea de ser padres, y a todos nos regañaron nuestros padres cuando éramos niños y adolescentes.

Si no se lo decís a nadie, os cuento una vez que me regañaron a mí. Ya os contó Baltasar hace años que mi Palacio Invisible está construido con madera del Arca de Noé. Fue mi abuelo Hayk quien decidió construir el Palacio con madera del Arca como homenaje a su antepasado Noé, porque cuando mi abuelo llegó aquí, desde Babilonia, se encontró los restos del Arca en muy mal estado. Lo que pasó es que como aquí en la cima del monte Ararat hace mucho frío, estamos a  más de cinco mil metros de altitud, hace falta mucha leña o carbón para calentarnos, pero por aquí no hay vegetación, porque  en el suelo hay una capa de decenas de metros de nieve durante todo el año. Así que mi abuelo hizo un trato con unos mercaderes fenicios para que ellos le trajeran leña de los cedros de su país y carbón que compraban a un montañés que vivía al otro lado del Gran Mar y que nos lo encontramos también cuando fuimos a Belén a adorar a Jesús. A cambio, ellos podían llevarse toda la nieve que cupiera en sus carros, para conservar el pescado en su país, donde en verano hace mucho calor. Por cierto, aquel carbonero montañés nos sigue proporcionando el carbón que llevamos a los que se portan mal.

En uno de aquellos inviernos durísimos, tendría yo doce o trece años, a uno de mis primos mayores se le ocurrió gastarle una broma al abuelo. Mala idea. Mi primo Kadmos, que había vivido muchos años lejos de Ararat, no sabía que mi abuelo tenía muy mal humor y que hay cosas con las que no se juega. Tomamos “prestado” un haz de leña de uno de los carros de los fenicios y nos acercamos a donde estaban los restos del Arca. Allí, Kadmos prendió la leña y cuando logró que hiciera mucho humo volvimos corriendo a Palacio, gritando:

-¡El Arca! ¡el Arca de Noé se está quemando!

Todos en Palacio acudieron corriendo a sofocar el fuego, temiendo lo peor, que el Arca se hubiera quemado y hubiéramos perdido la reliquia sagrada para siempre. Pero cuando los adultos llegaron hasta el fuego y vieron lo que pasaba, enseguida se dieron cuenta de lo que había sucedido. Todos, y especialmente el abuelo, se enfadaron mucho con Kadmos y conmigo. Nos cayó la mayor bronca de la historia de nuestra familia, y a Kadmos y a mí nos castigaron a tener que descargar, sin ningún tipo de ayuda, los carros de leña y carbón de los fenicios cada vez que éstos vinieran y hasta que al abuelo se le pasara el enfado. ¡Siete años le duró el enfado!

Hemos tenido que parar un buen rato porque a Qatuqabu le ha dado un ataque de risa con la historia de mi castigo. Él ya la había oído más veces, pero siempre que se la cuento se ríe muchísimo. En este rato han llegado por fin Baltasar y Gaspar, así que con sus saludos puedo acabar la carta.

Dad muchos recuerdos a mamá, papá,  los abuelos, la yaya, los tíos, los primos y a vuestros amigos. L…., este año te toca hacer la EBAU, no te agobies, es un examen más, si trabajas bien, la aprobarás y sacarás buena nota. A…., este es tu primer curso en el Instituto, ya has visto que es diferente al Cole, pero si sigues trabajando como siempre, sacarás el curso tan bien como hasta ahora. Disfrutad del ajedrez y del rugby, son dos deportes geniales para desarrollar los valores que de verdad importan para ser buenas personas. Y seguid siempre en vuestro camino de scouts la Luz de Jesús Rescatado, con la intercesión de su Madre, Nuestra Señora de las Angustias.


Con cariño de vuestros Reyes Magos, escriba, y sobre todo amigos:.


Melchor, Gaspar, Baltasar y Qatuqabu.



LONDRES

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