Día 1, por la mañana.
-¿Hola?
-Ronald, ¿has oído las noticias en la BBC. Los alemanes han invadido Polonia -La voz del teléfono era tan inconfundible, como notable era su tono desolado.
-Sí Jack, estaba escuchando la radio con Edith. Me habría gustado equivocarme, pero esto es lo que sucede cuando se accede a los deseos de idólatras y profanadores.
Día 1, por la tarde.
Fred Bolger había sido elegido representante de los alumnos de Lengua y Literatura dos semanas atrás. Su elección le había sorprendido y apesadumbrado a partes iguales. Su extremada timidez unida a sus escasas habilidades sociales y a su, tendente a la redondez, constitución hacían que Fred no se viera a sí mismo como el candidato ideal. Aunque era un joven muy inteligente y perspicaz, con un corazón y un sentido de la justicia tan grandes como su cintura, Fred dudaba si su elección se debía a estas cualidades suyas o a alguna suerte de broma, más cruel que amable, de sus compañeros.
Mas en ese momento la mayor preocupación de Fred era cómo afrontar desde la Delegación de Estudiantes la probable guerra entre su país y Francia contra Alemania. No dudaba de que su país debía pararle los pies a ese tirano de Hitler, pero también sabía que esa guerra iba a costar la vida de muchos ingleses y franceses, y también de muchos alemanes. Además, el ejército alemán parecía imparable, hasta ahora había aplastado fácilmente a todos sus enemigos, y Fred empezaba a temer que ni siquiera el ingente Imperio británico pudiera derrotar a los alemanes. Era aterrador pensar en las comarcas inglesas arrasadas y ocupadas por la maquinaria de guerra del III Reich. Sumido en esos pensamientos, Fred miraba, distraído, las manchas de las baldosas del vestíbulo del Pembroke College.
-Yo también suelo hacer eso, muchacho.
-Oh, perdón profesor, disculpe, por favor.
-No hay nada que disculpar. Ya te digo que yo también busco dragones en las manchas de las baldosas.
-¿Dragones, profesor Tolkien?
-Sí claro, por supuesto que sí, señor…
-Bolger, Frederick Bolger, profesor. -Dijo Fred estrechando tímidamente la mano del profesor. -Este curso voy a ser alumno suyo. Eso espero al menos. Me encantaría terminar mis estudios, pero si Gran Bretaña va a la guerra contra Alemania y me movilizan, cumpliré con mi deber de inglés.
-¡Por eso estaba usted tan distraído mirando al suelo! Le comprendo perfectamente, yo combatí en la Gran Guerra, ¿sabe?, eso era el horror…
-Si me permite que le interrumpa, profesor, me gustaría exponerle una idea que se me acaba de ocurrir, porque, estoy seguro de que, si no tiene inconveniente, usted podría ayudarnos a mí y a todos los estudiantes del College.
Día 2, por la tarde.
“...No creo haber sido un buen soldado, pero cumplí con mi deber y defendí a mi país con todas mis fuerza y con todo mi empeño cuidé de mis hombres, que demostraron ser mejores que yo en todos los aspectos, A ellos les debo haber vuelto con vida de las trincheras a pesar de que aún sufro las secuelas de la fiebre.
Sin embargo, la mayor y más profunda herida que me dejó la guerra fue la muerte de mis amigos. Fuimos los cuatro a alistarnos juntos: dos murieron en los campos de Francia y el tercero volvió a Inglaterra con la mirada perdida, como si buscara un punto situado a mil yardas de él.
Por eso, espero que no se extrañen de que me aterrorice la posibilidad de una nueva guerra y más aún, teniendo hijos que, como ustedes, podrían ser movilizados, y morir en el frente, porque ningún padre debería enterrar a sus hijos, así que rezo a nuestro Salvador para que Hitler se retire de Polonia antes del fin del ultimátum. Pero me temo que por los delirios, la arrogancia, la maldad y la ignorancia de Hitler, el gobierno de Su Majestad se verá obligado a declarar la guerra de Alemania. Entonces seguiré detestando la guerra, pero también les digo que será nuestro deber aportar todo lo que podamos al esfuerzo de Inglaterra para derrotar a Alemania.
No piensen que digo esto solo por fervor patriótico. Amo a nuestro país, a la campiña, a los bosques, a su gente sencilla y también amo la belleza de nuestra lengua en los viejos cuentos. Esos viejos cuentos que los nazis han pervertido para convertirlos en la justificación de sus crímenes. Lo mismo que los nazis han mancillado la antigua lengua del Norte para convertirla en el supuesto espíritu de una raza superior que no existe más que en sus sueños de enajenados.
Todos los hombres compartimos el mismo origen, el mismo barro modelado por Dios que aunque caído y pecador todavía ostenta la dignidad y toda libertad que Dios le otorgó a todos sus hijos de cualquier nación, lengua u origen. Y Hitler quiere arrebatar la dignidad y la libertad a la Humanidad. No me refiero a la libertad de la que se habla en el Parlamento, ni a la inexistente libertad producto de la revolución bolchevique, ni a la libertad asesina, racista, egoísta y profana que predica Hitler.
Me refiero a la libertad de cada hombre y mujer para elegir su camino para hacer el bien, para amar a su familia y al prójimo. Libertad que es destruida cuando los nazis clasifican a los seres humanos por su religión, por el tono de su piel o por su lengua. El racismo pretende convertir a los seres humanos en sujetos dependientes de un destino inexorable al servicio de la locura de Hitler. Ese destino de esclavitud y muerte que no solo es un abuso de los viejos mitos del antiguo Norte, sino que también es una blasfemia contra Nuestro Señor que nos dió la vida y la libertad, y a quien debemos amar sobre todas cosas…”
Día 3, por la mañana.
Ronald abraza a Edith mientras escuchan la BBC.
“...Por segunda vez en la vida de la mayoría de nosotros estamos en guerra…”
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