Hacia el final del documental realizado con motivo del vigésimo aniversario del estreno de la primera de las películas que adaptan las novelas de J. K. Rowling sobre Harry Potter varios de los actores apuntan un par de ideas que son fundamentales en cualquier expresión artística, pero quizás aún más en la literatura, en el cine y en otras artes audiovisuales. El hecho de que los actores mencionen esas dos ideas apunta hacia, que tanto J. K. Rowling al escribir las novelas, como los diferentes cineastas que realizaron las películas llevaron a cabo obras de indudable calidad. Es más que posible que buena parte de, tanto la crítica y de la academia literaria, como de la crítica cinematográfica no estén de acuerdo con esta afirmación. Además es muy posible, que encuentren motivos sólidos basándose en argumentos temáticos y estilísticos, es decir de fondo y forma, para no estar de acuerdo con mi afirmación anterior.
Sin embargo, creo que reducir una obra literaria o cinematográfica a una cuestión estilística, puede llegar a ser tan limitado como la reducción de una poesía a una cuestión matemáticamente mensurable, como denunciaba el profesor Keating en El Club de los Poetas Muertos. Por supuesto, que una obra literaria debe estar muy bien escrita, con un elegante, hermoso y preciso uso del lenguaje, porque si no es así, no podemos calificarla de obra literaria. Pero por el mismo motivo, no se le puede negar la calidad a obras que, por ejemplo, se aparten de las estructuras narrativas en boga, por preferir otras consideradas arcaicas. Igualmente, puede suceder con el cine, una buena película debe contar con un buen guion, estar bien dirigida, interpretada, montada, etc…, pero una buena película no pierde un ápice de calidad por no ser un mero ejercicio de estilo, repleto de imágenes preciosistas, pero vacías de argumento y de pulso narrativo. Sin embargo, ya es casi un tópico que la crítica no considera a la “literatura popular” como susceptible de ofrecer obras de calidad literaria. Quizás, muchos olvidan que El Quijote fue una obra popular (tanto por su éxito, como por su público) ya en su tiempo, o que populares fueron incluso las obras de Lope de Vega, Calderón de la Barca, Shakespeare o Molière.
Sobre los argumentos temáticos o de fondo de las obras, desde parte de la crítica se suele presuponer que ciertos géneros populares, como por ejemplo la novela negra, o la de fantasía o de ciencia ficción no pueden plasmar en sus tramas temas elevados que reflejen los problemas de la sociedad y las angustias vitales de las personas que viven, gregaria o solitariamente, en esa sociedad. Afortunadamente, la novela negra está consiguiendo demostrar que sus relatos son profundas disecciones de la sociedad, que incluyen tanto precisos análisis de las mismas, como certeras denuncias de sus problemas y de las propias causas de dichos problemas.
En el caso del género de la fantasía, por emplear el término más común, cabe la posibilidad de que, cuando la obra es de calidad, haya pocos géneros más apropiados para tratar de aquello que nos hace humanos y que, por lo tanto condiciona nuestras vidas: el amor, la libertad, la muerte, la amistad, el honor, el deber, el raciocinio, la amistad, el sacrificio, la relación con otros, con la Naturaleza, con la Trascendencia. Es más, creo este género, y reitero que en el caso de las obras de calidad, tiene mayor capacidad de ofrecer al lector aquello que haga que éste opine lo mismo que señalaban los actores de las películas de Harry Potter: “es una obra que cambia la vida al lector, espectador, etc…” y es una obra que ofrece refugio, consuelo, consejo y aliento para desenvolverse en la vida real, especialmente para aquellos que no es fácil integrarse en una sociedad que sólo valora el éxito material, y una imagen que no puede apartarse del canon de belleza de moda, etc…”
Claro está que cualquier obra, de cualquier género y de cualquier arte puede suscitar estos sentimientos en su público, o que lo haga de una forma parcial, gradual o total. Como igualmente es muy habitual que dichos sentimientos sean suscitados en un mismo lector, por una misma obra de manera muy diferente, en diferentes etapas de su vida.
A pesar de que he comenzado citando el documental realizado sobre las películas de Harry Potter, el objetivo de este artículo no es defender la calidad de los libros de J. K. Rowling y de las películas que los adaptan, o, al menos, no es ni su único, ni su principal objetivo. Lo que pretendo es una reivindicación del género de la fantasía de calidad, que no es ni alta fantasía, ni baja, ni fantasía adulta, ni infantil, ni mucho menos fantasía medieval (¿qué eso de la fantasía medieval?), simplemente es fantasía de calidad. Aunque, quizás el término más ajustado sea el de cuentos de hadas, en el sentido que tiene en la literatura británica. Figuras como C.S. Lewis o G. K. Chesterton reflexionaron y escribieron sobre este concepto de cuento de hadas y J. R. R. Tolkien lo explicó y definió maravillosamente en su ensayo titulado precisamente Sobre los Cuentos de Hadas.
Esta noción de cuento de hadas está muy lejos de la visión hollywoodiense de los cuentos de hadas que ha calado en el imaginario colectivo de la mano de Disney y de otras muchas compañías. Muchas de sus producciones son auténticas joyas artísticas, pero muchas otras no son más que una desvirtuación de los cuentos de hadas. Esto sucede porque, en estos casos, el happy ending suele derivar de la intervención de un deus ex machina, o de las cualidades extraordinarias de los personajes, mientras que como Chesterton explica en Ortodoxia no es necesario que los personajes cuenten con características extraordinarias o que presenten una desmedida confianza en sus propias capacidades, y si cuentan con ellas, no bastan por sí mismas para alcanzar la eucatástrofe que es el final feliz que corresponde a los cuentos de hadas según señala Tolkien en su ensayo ya citado.
El hecho de que el protagonista ni presente unas cualidades extraordinarias, ni una absoluta confianza en sí mismo es uno de los motivos por los que los cuentos de hadas ofrecen refugio, consuelo y consejo a las personas que tienen problemas para encajar en la sociedad. La concepción social del éxito personal como algo basado en lo puramente material, la popularidad, el canon de belleza de moda, etc. dificulta enormemente la vida de las personas tímidas y retraídas, o con escasas destrezas sociales, o que tengan problemas de atención, o con su imagen personal. Lo mismo se puede decir de aquellas personas, a veces son las mismas que acabo de mencionar, que tienen aficiones, gustos y dedicaciones hacia actividades de escasa repercusión masiva, como las ciencias, las humanidades, la religión, las artes, la lectura, los deportes minoritarios, el disfrute tranquilo de la Naturaleza, etcétera. Los cuentos de hadas ofrecen la posibilidad de que leer un relato en el que se comprueba que "Hay una semilla de coraje oculta (a menudo profundamente, es cierto) en el corazón del más gordo y tímido de los hobbits, esperando a que algún peligro desesperado y último la haga germinar" (Tolkien, El Señor de los Anillos, vol. I, Barcelona, 198513, p. 197). De esta manera, una persona con las dificultades mencionadas más arriba puede descubrir que tiene su lugar en el mundo aunque alcanzarlo no sea ni fácil, ni rápido; como da a entender la sociedad, que parece imbuida del pensamiento mágico irracional que injustamente se atribuye a los cuentos de hadas. Al contrario, encontrar un lugar en el mundo es un camino muy difícil y muy largo, que se debe emprender con los valores de los personajes de los cuentos de hadas: la constancia, el sentido del deber, la lealtad, el amor, el esfuerzo, el espíritu de sacrificio, la esperanza, la Fe, y que en realidad no dejamos de recorrer en ningún momento de nuestra vida.
Este difícil e interminable camino está íntimamente relacionado con el consuelo que ofrecen los cuentos de hadas a través de la eucatástrofe que Tolkien define como el “repentino y gozoso giro (pues ninguno de ellos tiene un auténtico final)”. Tolkien continúa explicando que ese gozo no se deriva de la evasión, porque los cuentos de hadas no rechazan la posibilidad del fracaso o de la tristeza, pero por medio de “una gracia súbita y milagrosa (…) rechazan (tras numerosas pruebas si así lo deseáis) la derrota final”.
Creo que no debemos confundir la “gracia súbita y milagrosa” con el uso de un deus ex machina para resolver una trama que parece irresoluble, tal como se empleaba en el teatro de la Antigüedad grecorromana por medio de la intervención directa de un dios, o en la actualidad por medio un acontecimiento que facilita un desenlace positivo, pero que rompe con la lógica interna del relato. En mi opinión, el giro de la eucatástrofe en un cuento de hadas obedece a una respuesta positiva, y muy probablemente, indirecta, de la Providencia al empeño, valor, lealtad, misericordia, constancia, sacrificio, confianza, amor, etc… de los protagonistas. Es decir, no cabe la posibilidad de que las águilas de Manwe portaran el Anillo único y lo arrojaran al fuego del Monte del Destino. Sin la compasión, los esfuerzos y los sacrificios de los miembros de la Comunidad del Anillo y de otros muchos personajes de la novela no hubiera pasado lo que pasó para que el Anillo fuera destruido, ya que era totalmente imposible que la voluntad de cualquier habitante de la Tierra Media se impusiera a la voluntad del Anillo.
Además, esos esfuerzos y sacrificios no deben confundirse con una búsqueda del sufrimiento propio y ajeno con el mero objetivo de sufrir o causar sufrimiento a otros. Esa actitud sería, no sólo un esfuerzo baldío, del que no se derivaría ninguna solución verdadera, sino que también una impiedad, ante la que la Providencia no ofrecería su respuesta positiva. Los sacrificios y renuncias que realizan los personajes nacen del Amor a sus semejantes, para salvaguardar justo aquello que aman, a sí mismos en la medida de lo posible, y sin dejar de ofrecer su compasión a aquellos a los que se enfrentan.
Por todo ello, los cuentos de hadas no son literatura de evasión, en el sentido despectivo, y no siempre con justicia, que a veces se utiliza, porque, seamos sinceros, no hay nada malo en que, de vez en cuando, leamos un libro o veamos una película que no sea más que un mero entretenimiento, es más, creo que hacerlo es bastante necesario y saludable. Volviendo a los cuentos de hadas, el consuelo y consejo que éstos ofrecen es aplicable a la realidad de cada lector, quien lo descubre según avanza en su lectura. No sólo es diferente para cada persona, sino que también es diferente para la misma persona cada vez que lee un cuento de hadas. De hecho, es otra de las características de una obra de calidad, que siendo siempre el mismo relato, cada vez que lo leemos nos dice algo diferente.
Encontrar el consuelo de los cuentos de hadas es un descubrimiento personal, pero que puede ser realizado junto a otras personas, ya que estamos ante un género literario que invita a ser leído para uno mismo, pero también a leerlo para otros, o escuchar la lectura de otros. Es más, aunque se lea para uno mismo, hay algunas obras, que como, por ejemplo, aconseja Eduardo Segura hacer con El Señor de los Anillos, conviene leer en voz alta, porque así resuenan en su plenitud, y calan más profundamente en el lector.
Todo esto va en contra de la corriente de nuestro mundo actual. Vivimos en una sociedad llena de personas apresuradas y atiborradas de futilidades que corren con el vano objetivo de “ganar” más tiempo para atiborrarse más, con más futilidades, que alimenten su espejismo de creer que no están “perdiendo” ni un solo segundo de su tiempo, cuando, en realidad, ya han entregado todo su tiempo a los "hombres de gris" a los que se enfrentaba Momo en la novela de Michael Ende. Igualmente, nuestra sociedad pretende ofrecer la libertad frente a cualquier injerencia a la voluntad de cada individuo, rompiendo con el pasado, dudando del conocimiento científico y del humanístico, alejándose de Dios, desconfiando del apego amoroso a la familia y a los amigos, mientras que, en realidad, se han abandonado todas las herramientas que tiene el ser humano para enfrentarse a la vida, y a las crisis que la jalonan, para caer en manos de manipuladores que ofrecen soluciones fáciles y rápidas, y por lo tanto falsas, pero que además, exigen el sacrificio del alma y la razón humanas, como harían los peores hechiceros de los cuentos. De ahí, que no sólo la crítica académica, sino que también, la sociedad suele mirar por encima del hombro al género, a sus autores y lectores.
Sin embargo esas personas tímidas que no son las más populares, que pierden el tiempo con aficiones sin enjundia según la "ética" del éxito material, que honran valores aparentemente “trasnochados” como el amor, la amistad, la lealtad, el honor, el respeto, la misericordia, la esperanza, la celebración de la vida, el disfrute de las cosas sencillas, que aman los libros, son las personas que disfrutan de la belleza del bosque, de la luz de cada mañana y de la oscuridad de cada noche, de compartir la vida con la pareja, con los hijos, que tienen la capacidad de emocionarse con un poema o una canción, les encanta comer y beber, y compartir todo lo que les hace felices con sus amigos En realidad, los raros deberían ser los que no saben valorar la belleza, la vida, las canciones, los cuentos, la comida, la bebida, y sobre todo la amistad y el amor.
Grande Juanma. Yo tarde tiempo en comprender porque, aun sabiendo que era una invencion y que nunca había 'existido', seguia fascinandome Tolkien. Y es por lo que tu comentas, Tolkien escribe sobre lo real y lo que escribe es mas real que la vida real, hay mas realidad y sinceridad en El Señor de los Anillos, por ejemplo, que en la vida que vivimos.
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