sábado, 25 de junio de 2022

LÁGRIMAS EN LA LLUVIA

Este cuento fue publicado en Estel, Revista de la Sociedad Tolkien Española, n⁰ 95, verano 2021, pp. 36-37.

Me gustaría agradecer al Consejo editorial de Estel que lo seleccionaran para ser pblicado


Todos los días empleaba varias horas en afilar la hoja de su vieja espada y a tensar su arco minuciosa pero, cansinamente. Dedicaba a sus viejas armas más tiempo del necesario, porque el mantenimiento de las mismas era una de las pocas actividades en que podía ocupar su vacío tiempo. Sin embargo, conservaba un arma a la que no prestaba ningún cuidado, ni siquiera deseaba mirarla. Las cicatrices de su cuerpo le recordaban claramente la inutilidad que había presentado aquella cota de malla en el campo de batalla. 


La imagen de la batalla volvió a su mente con la velocidad de un relámpago. Rememoraba, cada vez con más frecuencia y con un creciente poso de amargura, aquellas olvidadas guerras que desgastaron sus armas y su cuerpo. En esas ocasiones, la hiel de sus recuerdos le provocaba una vergonzosa aversión a la idea de matar. Siempre, había creído recordar con satisfacción sus victorias o el temor de los enemigos ante su presencia, pero ahora dudaba de sus sentimientos, si podía llamarlos así. Había nacido para la lucha, y sabía que la guerra estaba escrita en su destino y en el del mundo, pero ya no le parecía un cometido gratificante. El recuerdo de sus compañeros de armas tampoco lograba mejorar su ánimo. Muchos no habían sido verdaderos camaradas y todos ellos habían muertos hacía ya muchos años. El mismo tiempo, que él llevaba oculto para el mundo. Sabía que su tiempo había pasado y que no quedaba ningún lugar para él fuera de su cubil, su madriguera, como él la llamaba con ironía. 


Su madriguera era una covachuela oscura que había encontrado años atrás, antes de que con el paso del tiempo, aquél fuera un lugar tan apartado, que ni él mismo podía recordar el nombre del país donde se encontraba, y no sólo porque el aspecto del mundo hubiera cambiado de nuevo. Barruntaba que la Tierra Media también se había olvidado de él. A pesar de los rumores, que había oído a aquellos raros y extraños viajeros a quienes en ocasiones acechaba furtivamente desde su guarida con la sola intención de asustarlos, sabía perfectamente que la memoria de aquella chusma era tan frágil como su voluntad y tan cambiante como el viento de invierno. O quizás, el mundo pretendía olvidar todo aquello que había pasado, aunque él lo recordara tan vívidamente. Sin embargo, le sorprendió lo poco que le afectaba ese olvido y que le daba igual la razón de ese olvido: peor para el mundo, solía pensar. Si no son capaces de recordar aquel tiempo pasado, si alguno de ellos no dedica sus empeños y su vida a recuperar aquellas esquivas historias ocultas tras el velo del tiempo; Otro, que nunca olvida, les obligará a hacer memoria con sufrimiento, miedo y dolor. 


Pero, en realidad, la suerte de la Tierra Media y de sus habitantes no le quitaba el sueño. Sus preocupaciones y miedos eran otros muy distintos. Su angustia estaba dentro de él y afloraba cada vez que cerraba los ojos. Durante la última guerra, había oído a los prisioneros contarse unos a otros que cuando dormían, el miedo les torturaba, y los demonios les emponzoñaban el alma. No lo entendió cuando lo oyó, pero ahora lo entendía perfectamente, aunque, ni sabía qué era el alma, ni, mucho menos, fuera ningún demonio el causante de su miedo. De eso estaba seguro, porque, a diferencia de aquellos desgraciados enemigos, él conocía a los demonios. 


Cuando cerraba los ojos, con la vana intención de dormir, aquel terrorífico sonido retumbaba por doquier. El mismo terror que lo paralizó en la batalla durante aquel malhadado día, volvía a atenazar todos y cada uno de sus músculos y a oprimir su ánimo. Mientras que, a pesar de cerrarlos con todas sus fuerzas, el espectáculo que le mostraban sus ojos era más horrible aún. Allí estaban otra vez, con acero brillante en las manos y furia refulgente en los ojos, avanzando veloces hacia su posición mientras el suelo temblaba y su respiración se aceleraba, pero ni sus manos ni sus pies realizaban el más mínimo movimiento. 


Su terror no disminuyó con el paso de los días, las estaciones y los años, al contrario, cada vez era peor. Con el discurrir del tiempo, el miedo y la vergüenza alumbraron y alimentaron su deseo por el tan ansiado, como evitado, momento en que la muerte lo liberase del miedo que el último orco de la Tierra Media sentía cada vez que, en sus pesadillas, oía el sonido del cuerno de Rohan. 


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