jueves, 23 de diciembre de 2021

Nacimiento en Belén

 

Esta próxima noche recordamos el nacimiento de un Niño, del Hijo de Dios, la Encarnación del propio Dios en forma humana. Si en el Génesis, Dios otorgaba a la Humanidad compartir su propia Imagen y Semejanza, para que participáramos de su Divinidad, ahora es Dios quien participa de nuestra humanidad.


Jesús nace tan indefenso como cualquier otro niño. Pero además, nace en una cueva usada como establo, situada fuera de la ciudad, es decir fuera de la sociedad que ha negado la hospitalidad debida a sus padres a pesar de la evidente cercanía del parto. A lo que se añade que será temido y odiado por el gobernante de su país, desde que Herodes tiene noticias de su Nacimiento. 


Nace de una Madre pobre y joven, cuya vida ha cambiado repentina, radical y absolutamente. Por pocos y modestos que fueran los planes que tuviera sobre su reciente matrimonio, éstos han sido trastocados para siempre. María no entiende lo que está pasando, ¿cómo puede ser que un ángel del Señor la salude a ella? Además, el ángel le está anunciando que va a ser madre, cuando era algo imposible y ya se le tuvo que venir todo el mundo encima, cuando el ángel le dice que no sólo iba a ser madre, sino que iba a ser la Madre del Hijo de Dios. Con unos dieciséis años, María tuvo la Fe y el valor para discernir que estaba en la Gracia de Dios y aceptar humilde, pero conscientemente el cumplimiento de Su Palabra, asumiendo la mayor responsabilidad que jamás tuvo una persona en la Historia, y los peligros a que se iba a enfrentar. No muchos días después, su prima Isabel la felicitó por haber creído que para Dios todo es posible, porque gracias a su Fe, a su Esperanza y a su Amor iba a nacer el Salvador.


María acababa de desposarse con José. Ese hombre al que no oímos hablar en ningún momento. Puede que fuera un forastero en Nazareth, donde no tiene a nadie más que a su esposa a la que ama sinceramente. Es un sencillo trabajador al que quizás una mala situación económica le llevó a abandonar Belén de Judea, para ir a una aldea perdida de Galilea, región que estaba peor considerada por los judíos, pero donde el poder romano está construyendo ciudades lejos de la convulsa Judea y por ello, hay trabajo para un buen y honrado carpintero. Tiene que tragarse todos los reparos de su nación: trabajar para los paganos que ocupaban su país. Puede que el resto de su familia y paisanos le desprecie por ello y de ahí que nadie les dió cobijo cuando tuvo que volver a Belén, por causa del decreto del censo tributario imperial.


José está dolido porque siente que ha recibido un duro golpe de su esposa, pero no la denunciará, como era la costumbre y la Ley de su nación, porque ama a María. No quiere que ella sufra el horrible castigo que las crueles leyes de su tiempo habrían inflingido a su esposa. Dios se lo recompensará. El ángel de Dios le dirá, mientras duerme, que el Señor también está con él y que le ha elegido para amar, cuidar y educar a su Hijo. Siguiendo el ejemplo de su esposa, José acepta honrado y agradecido el encargo de Dios.


María y José eran una pareja humilde, con más problemas y preocupaciones que futuro, y que muy probablemente no gozaron de la aprobación de sus paisanos. Recibieron el mayor Don de Dios, que ellos aceptaron con todas las consecuencias, afianzados en la Fe, el Amor y la Esperanza en Dios, en su Hijo y en el amor que se profesaban mutuamente.


Así, Jesús, Dios hecho hombre, nació en una familia pobre, a la que nadie quiso acoger en su casa. Pero en aquel establo de las afueras de Belén, Jesús vino al mundo rodeado del amor de María y de José, que solo estuvieron acompañados por los animales y algunos pastores tan humildes como ellos, pero que no dudaron en reconocer que estaban contemplando a su Salvador.


Ojalá sepamos seguir el ejemplo que nos ofrecen María y José para aceptar y cuidar en nuestras vidas la Palabra de Dios que se hace carne esta noche. 


¡FELIZ NAVIDAD! 


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